FERIA DEL LIBRO, PASION Y MARINERA
Por: Miguel Godos Curay
Las distancias entre Trujillo y Piura son cada vez más grandes. En Trujillo no existen ruidosos mototaxis ni a nadie se le ocurriría en su sano juicio movilizarse a su centro de trabajo en moto lineal en acto temerario. Tampoco se les ha ocurrido a los vendedores del mercado modelo trujillano prescindir del mandil o de una toca impecable para que los pelos y los piojos, como sucede en Piura, se deslicen como cabellos de ángel en la sopa.
A ningún taxista trujillano se le ocurre subirle el precio de 2.50 la carrera por conducirlo al filo de la madrugada. Ni el caldo de gallina le costará más de cinco soles en céntrico restaurant. El mismo trato amable encontrará en Huanchaco en donde a nadie, por principio elemental, se le ocurre como aquí llevar a la playa una olla con tallarines y papa a la huancaína y dejar convertido en pocilga el balneario concurrido.
Recorrimos calles y no se si por cultura cívica y orgullo los trujillanos se sienten sucios y avergonzados de no tener una mejor presentación de sus espacios urbanos para los visitantes. No creemos tampoco que a nosotros se nos ocurra promover una feria del libro o un concurso de marinera con tal adhesión local que los grandes y los chicos viven con emoción su fiesta de la cultura y la danza popular. Hacer girar la vida de una ciudad alrededor de los libros es un acto sublime de gratitud a la inteligencia humana. Nosotros vivimos sumergidos en ese inaudito desprecio por el orden, el buen gusto, la cultura y el aseo que dan personalidad a los pueblos. De los libros estamos lejos.
Los trujillanos han descubierto que tener calles y callejones limpios da atractivo y encanto a una ciudad. No piensen, sin embargo, que Trujillo es la sucursal del cielo y no tiene problemas. Los hay como los mendigos y locos posesionados de cada esquina. Los hay como esos vivarachos que con glúteos inflados “asaltan”, caramelos en mano, a cuanto turista se les cruza en el camino. Los hay como aquellos ex drogadictos que piden una colaboración para culminar su rehabilitación. Los hay como aquellos que arrojan las cáscaras o la envoltura de lo que comen a la vía pública. Pese a todo a contrapelo de lo que observamos en Piura se siente la cultura cívica, el amor por la ciudad. La identidad, la comunión con lo propio. Una virtud que nosotros no tenemos.
Trujillo esta limpio y sus niños siguen los compases del bombo cuando se interpreta una marinera. Es una fiesta que la viven todos, los promotores de las academias de danzas con mala fama y los que cultivan la marinera como culto a la heredad. Los hay como aquellos danzantes sometidos a dieta y esos niños obligados repetir durante horas y horas movimientos de pie y pañuelito. Por supuesto aún se valora lo propio, el sabor de lo local. El esfuerzo propio que dinamiza la economía de la urbe floreciente. Los trujillanos trabajan y no se detienen.
Nosotros los piuranos vivimos ahuevados empeñados en dejar de ser nosotros mismos. Dándole diariamente a ese empecinamiento infeliz de convertir en ley lo que no lo es. No sólo nos hemos persuadido del transporte fácil pero peligroso colocando nuestra vida en un hilo y dos ruedas. Sólo en Piura cualquier empresario conchudo y avezado construye primero y después obtiene licencia. La misma actitud del piurano y el perro que se mean en el primer algarrobo que encuentran o en los muros del propio museo Municipal. No sólo nos resbala la autoridad sino que nos empecinamos en desobedecerla.
En el Mercado Modelo, se resumen nuestras tragedias. La falta de higiene, la falta de autoridad y el robo cotidiano gigantesco que jamás hayamos podido imaginar. Compruebe usted la calidad y el peso de los productos que consume. Descubrirá que nuestra filosofía es la de es preferible malo pero barato que bueno a precio justo. Sucede que los piuranos nos refocilamos como las moscas de la mugre y esto no tiene porque seguir siendo así. Creemos que siempre nos viene bien una buena dosis de educación y un deseo vehemente de cambiar.
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