Por: Miguel Godos Curay
Hay quienes piensan que los turistas que nos visitan andan en pos de las moscas y los secos de chavelo grasientos. No es cierto. Tampoco andan en busca de hectolitros de chicha y cerveza. A los turistas tampoco les encanta la estridente bocina del tico, los pedigüeños que circundan los céntricos establecimientos comerciales y los cambistas que estafan a plena luz del día. Tampoco a los turistas les gustan los prostíbulos solapados y el sablazo infame que no aparece en una lista de precios.
A los turistas les encantan: el trato amable, el respeto, la limpieza, el orden. El precio justo como para predicar a los cuatro vientos lo bien que a uno le tratan. Las ciudades exitosas en la actividad turística no están divorciadas de la limpieza y de los museos que abren los domingos. Los turistas tampoco andan con una billetera gorda repleta de dólares. No es así. Turista es cualquier persona que a punta de sus economías ahorra para darse el regalado gusto de conocer una ciudad o un país. Nunca les sobra la plata. La estiran a costa de sacrificio y comodidad.
Al turista le encanta la puntualidad, la sobriedad y el aseo. No les agrada la informalidad. La incomodidad de un vehículo en donde es conducido irresponsablemente. Tampoco le agradan los hospedajes sucios y los en apariencia generosos servicios que finalmente cuestan un ojo de la cara. Al turista le agrada la orientación turística y la información oportuna. Al turista no le interesa que los traten como “turista” y le ordeñen como ubre de vaca los bolsillos. Quiere un trato como el que le dispensan a los autóctonos que por curiosidad se adentran en el conocimiento del paisaje, las tradiciones, la historia y al alma de un pueblo.
Definitivamente no podemos conferir la categoría de establecimientos turísticos a quien no la tienen. No es turismo la farsa, el trato grosero, la ducha que nunca funciona, la impuntualidad de un servicio incómodo o quedarse varado en un balneario porque no llegó el taxi contratado. No es turismo un museo que no tiene nada que exhibir y un sobreprecio en lo poco que se puede consumir. Como bien se ha reiterado hay que explotar al turismo no al turista.
La decepción mayor de quien visita las picanterías piuranas es la contemplación pasmosa de como han desaparecido las jarras de barro y los mates de las mesas de los establecimientos tradicionales. Los barriles de chicha han sido remplazados por dispensadores iluminados de bebidas gaseosas y ampliaciones fotográficas de los traseros de moda. Esto no es turismo por el contrario sino una técnica perniciosa para alejar de nuestra ciudad a quienes nos visitan y buscan lo genuinamente piurano.
¿Dónde está lo auténticamente piurano?. Realmente no lo van a encontrar. Porque al aroma de desinfectante apestoso de fresa embota los olfatos y ya no se siente el aroma de la tierra. El colmo resulta que le intenten vender al turista como productos locales una salchipapa o una hamburguesa en donde con mayonesa y salsa de tomate de dudosa procedencia le recuerdan los colores patrios.
El turismo, bien se ha dicho, es tarea de todos. Todos tenemos responsabilidad Desde el transportista que obliga a sus pasajeros a caminar hacia el fondo porque hay espacio o al cocinero que con un derroche de sazonador y grasa pretende engañarnos con un plato típico que de la tradición tiene sólo el nombre. Igualmente el taxista avezado que cree ganar clientes a costa de gritos y bocinazos. Indudablemente que juegan un rol importante los responsables de la decisión política que vigilan la calidad de los servicios los que en muchos casos se hacen de la vista gorda porque no disponen de presupuestos y porque hace mucho tiempo viven dedicados a una modalidad histórica de turismo: el paseo burocrático.
No hay comentarios:
Publicar un comentario