Por: Miguel Godos Curay
En junio de 1996 Bruno Revesz me regaló una preciosa antología de la producción periodística del buen don Alfonso Reyes. Una verdadera delicia de 894 páginas que he leído y releído con pasión. Señala en este libro don Alfonso que los tres peores vicios, los que más daño hacen al espíritu humano son: la vanidad, la envidia y los celos. La vanidad es el mareo que provoca la grandeza. Es el sentimiento cojudo del que se le cree. El mayor peligro de la vanidad es que es tan contagiosa como la peste aviar. El vanidoso despierta la vanidad de otros iniciando una competencia torpe entre lo que se tiene y lo que no se tiene, ni posee. Iniciada la contienda todos los miembros de la organización emprenden un afán desbocado de notoriedad. Empiezan por el celular más caro y acaban adquiriendo a costo de jugosas deudas lo que no necesitan realmente. Esa es la esquizofrenia del consumismo. Al final la nada por la nada misma.
Un viejo texto de filosofía de Gastón Sortais, editado en París, incluye a la envidia entre las inclinaciones malévolas y la define como “la disposición a entristecerse por la dicha de otros y a regocijarse por su desgracia”. La envidia duele como una muela enferma y está presente en todas las actividades humanas. En el corazón del envidioso, sostiene Savater, habita el deseo de “despojar”, el deseo ferviente de que el otro no posea lo que tiene. En su pecado el envidioso suma otras maledicencias como la de sembrar en los otros la idea corrosiva de que el envidiado no merece los bienes que posee. Por eso el envidioso es un experto en intrigas que crea y reparte.
El envidioso: Es un traidor que muerde la lealtad confiada y un oportunista que usa la inteligencia para el mal. Vive de la astucia, “sustituta de la prudencia” simula interés, cuando en verdad no lo hay, y engaña. Lutero llamaba a los oportunistas bribones y Pieper “mezquinos”. Los bribones son aquellos que para ascender en la escala de la vida no les importa aplastar a los próximos. No tienen escrúpulos para urdir la falsedad y cumplir sus fines aunque estos sean buenos. Se distancian de las genuinas decisiones que responden a un proyecto de vida. No trascienden lo ocasional y fortuito porque sus raíces son poco profundas.
Los celos son una “especie de envidia, pero referida a los afectos en que no se acepta división” Se dice que los celos multiplican el poder de los sentidos porque el celoso todo lo huele, todo lo oye, todo lo siente, saboreando con placer lo que considera pruebas fundadas de una traición. El celoso a consecuencia de su perversa intuición y capacidad de fabulación adquiere facultades adivinatorias. Las historias que finalmente endosa a otros están en su imaginación.
Bernard Shaw, sostiene, que “los celos son una pasión inculcada por la sociedad a las personas”. Y advierte que existe una moral celosa para cada una de las clases sociales. Así para los ricos un marido celoso es un patán. Para los burgueses un cornudo ridículo y cobarde. Para el pueblo llano valen las dos actitudes: la de la plutocracia como la de los burgueses gentiles hombres.
El celoso se cree propietario del ser amado. Se trata de un dominio despótico y enfermo. No se piense que los celos guardan correspondencia con la cultura de las personas. Existen celos desbocados en occidentales, africanos, australianos, asiáticos, peruanos y piuranos. La canción: “El chino cochino/ mató a su mujer/ la hizo cebiche/ y se puso a vender”. No es tan falsa como se presume.
El diccionario Webster define al celoso con las siguientes acepciones: Alguien intolerante a la rivalidad y a la infidelidad. También como a una persona temerosa de perder el afecto exclusivo de otras. También incluye al que muestra hostilidad a los rivales, al sujeto dominante que vigila atentamente su posesión y al que vigila con desconfianza. Los celos guardan parentesco con emociones tan poco placenteras como el odio, la crueldad, la tristeza, la ansiedad, el ridículo y la vergüenza.
Para Freud los celos patean el amor propio y el orgullo. En su interpretación Freud encuentra en los celos causas biológicas, psicológicas y sociales. Hay celos que tienen como origen la química del sistema nervioso, los celos llamados delirantes se originan en desordenes de las sustancias neurotransmisoras. La posesividad exagerada es una expresión de inmadurez amorosa que provoca finalmente la sofocación de la persona amada y finalmente la ruptura del vínculo.
Savater, considera que la envidia es democrática por excelencia. Son los envidiosos lo que se interrogan siempre: ¿por qué estas tu allí y no yo? En apariencia la envidia es saludable cuando uno anhela lo bueno que tienen los otros excepto su propia mujer que es cuando se despierta la lascivia. Hay también la envidia vinculada a la belleza que ha dado prosperidad a la cosmética, a los gimnasios y a sistemas saludables de vida por el ideal del mejor aspecto personal. Hay hombres y mujeres que renuncian a alimentarse bien por tener objetos que despierten la envidia de los demás. En el ver sufrir a los enemigos también se oculta la envidia.
Dios nos libre de la envidia de los políticos que teniendo una posición envidiable atesoran la apropiación de bienes y de votos para reelegirse. Por eso se acercan a las multitudes, pagan reportajes en los diarios y reparten juguetitos de poca monta en la navidad. La palabra que es esencialmente verdad y veracidad se convierte en dádiva, manipulación y engaño. Dante Alighieri advierte: hay que cuidarnos de esta especie de aduladores porque adulteran la comunicación humana autentica creando una atmósfera de falsedad que les importa beneficios. Como sostiene, el maestro Leopoldo Chiappo, no es extraño que Dante colocase en el mismo estercolero a los aduladores y a las putas.
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