jueves, 15 de febrero de 2007

UTILES ESCOLARES Y SOLIDARIDAD

Por: Miguel Godos Curay
Una de las experiencias inolvidables de la escuela es la de los primeros útiles escolares. Uno aprende a quererlos porque son parte del esfuerzo de aprender. Cuando la escuela no era una complicación bastaban dos cuadernos: un cuadriculado para matemáticas y un rayado para letras. Los textos escolares eran escasos por lo tanto lo poco que había transitaba por las manos de todos los niños. Hoy la información disponible es abundante pero contradictoriamente es mucho más escaso el amor por los libros. A nadie se le ocurría vender un libro, era un acto de ingratitud. Había que guardarlo para el hermano menor o entregarlo con cariño a quien pudiera usarlo. El papel, la materia prima necesaria para escribir no era abundante y los chicos coleccionaban todo aquello que pudiese servir para el acto mágico de escribir el nombre.

La educación empezaba en la escuela del barrio. No existían las mochilas sino los bolsones de loneta siete vidas y a prueba de todas las mataperradas. Se estudiaba hasta los sábados, mañana y tarde. El primer deber, la cortesía, se enseñaba con el Manual de Urbanidad de don Antonio Carreño. De modo que un niño educado no podía ingresar a la escuela sin saludar a sus iguales y mayores. Sin duda que los tiempos han cambiado y no han faltado los que dicen que apretando los horarios es probable que se acabe con las “pesadas” clases del día viernes.

Cada vez se enseña menos. Y los maestros como loros repiten lo que dicen los textos sin mostrar siquiera su preocupación por una buena clase de matemáticas o el aprendizaje de las ciencias. Todo es una simple repetición y las copias fotostáticas, el último negocio, se ha convertido en una práctica cotidiana. No se lee tampoco ahora. Los resúmenes remplazan el trato con las ediciones completas. El ritualismo y el falsete han ocupado el lugar que ayer tenía el civismo. El tiempo perdido en saludos a la bandera y en los desfiles, descascarados remedos patrióticos es realmente impresionante. Seguimos repitiendo cuentos de todos los colores y todos los sabores muchas veces alentados por los propios padres de familia. Uno de ellos es el cambio de uniforme como si la sustitución del uniforme procurara un mejor aprendizaje. El colmo es que nos seguimos ocupando de la cáscara, de lo superficial. Olvidando lo esencial. Una formación consistente movida por los resortes de la responsabilidad y el trabajo honesto y coherente en las aulas.

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