jueves, 15 de febrero de 2007

LA MERIENDA DE LOS GUSANOS

Por Miguel Godos Curay

El tirar piedras y ocultar siempre la mano es una vieja costumbre piurana. Fue en Piura en donde el humor le cambió a Pizarro cuando en la puerta de la Iglesia de San Miguel encontró colgado aquel perverso papel que decía: Pues Señor Gobernador / mírelo bien por entero/ que allí va el recogedor/ y aquí se queda el carnicero.” Pizarro que era analfabeto no soportó la chanza y diósele por buscar al autor de tamaño despropósito. No se sabe cómo pero don Francisco acabó escarmentando al fiel soldado don Antón Zamorano. El cruel castigo fue el rebanarle las pulpejas de los dedos y las manos para que no vuelva a escribir torpezas y menos sembrar suspicacia en la mesnada. Antón soportó con gravedad castellana el agravio y anduvo imposibilitado de escribir y usar las manos durante mucho tiempo. Mas tarde pasados los años y por secreto de confesión de un moribundo se enteró el marqués que el fiel don Antón no era el autor de tal desatino. Pizarro arrepentido y conmovido hasta las lágrimas le besó las manos y le pidió perdón al noble Don Antón Zamorano.

Lo mismo sucedió a postrimerías del siglo XIX a don Gaspar Vásquez de Velasco cuyos huesos descansan en la Cripta de San Teodoro. Sucede que muerto el suegro de don Gaspar un pasquín lo responsabilizó como autor de su muerte “al haberle suministrado en su bebida favorita un tosigo” que lo llevó al descanso eterno. El pasquín de marras se llama “Gasparito en miniatura” y causó profundo dolor en el agraviado. Hoy en la UNP, en pleno siglo XXI, una vieja forma de zaherir honras es la de publicar anónimamente injurias de todos los calibres. Así ni siquiera el propio ex rector Vegas Gallo pudo escapar de los pasquines que prefiguraron en insolente verso un diálogo entre el entonces rector con el mismo San Pedro.

Hoy nuevamente circulan los pasquines porque estamos en etapa electoral y las liras biliosas se ensañan con quienes a fuer de su timorata paciencia se sienten dolidos en el alma por cada denuesto escrito por estos cagatinta tan inexpertos en usar la pluma, burla-burlando, para corregir entuertos. Últimamente se les ha dado por profanar sin piedad intimidades y coronar con cuernos a todo el mundo. Lo cierto es que los cachitos le sientan bien al demonio y a aquellas almas atormentadas que descargan sus frustraciones en cada rosario de infamias que endilgan a quienes no son de su agrado. Lo cierto es que como dice Buffon el “ estilo es el hombre y la hiel se le conoce por el calor.

Los pasquineros, aquellos que se ocultan para enlodar honras, porque no tienen el coraje para firmar lo que escriben son una legión de desarrapados, sujetos de cultura precaria probablemente en su niñez amamantados con leche de burra, bilis y quesillo de cabra vieja. Son parte de esa legión de envidiosos que viven acariciando en sus sueños de opio lo que no tienen y gracias a Dios nunca tendrán: dignidad invicta.

Deploro con vergüenza ajena que hayan escogido la Facultad de Educación para sus maledicencias insolentes. ¿Si estos son los que forman a los futuros educadores qué podemos esperar de aquellos?. Sólo fracasos anticipados, una colección indigesta de miserias humanas. Probablemente son como esos frascos negros y hediondos que se esconden en las viejas boticas porque tienen la marca de calavera y las dos tibias que a todos advierten que se trata del reconcentrado veneno. Son vitriolo puro, envidia químicamente pura.

La envidia, dice el buen don Alfonso Reyes, es aquella señora que muerde sin comer que se ocupa de la vida ajena porque siente nausea de la propia. La envidia es ese combustible barato de las ilusiones perdidas y los fracasos. Es el veneno del escorpión que busca a quien picar porque la felicidad de los otros le provoca escozor y rabia. Tenemos que cuidarnos de la envidia pues como decía Lorenzo de Medicis es uno de esos tres árboles que crecen delante de los hombres y mujeres que progresan sin que nadie los riegue. Los otros son el árbol de la soberbia del que se envanece torpemente en sus logros personales y el otro el árbol de la ignorancia, atrevida y contumaz, por esencia.

Camilo José de Cela, decía que el mejor antídoto para la envidia es la activa indiferencia que se convierte en un espejo bruñido en el que se reflejan las descarnadas fauces del envidioso. Otro remedio infalible es al risa, sonría hasta el suelo cuando quieran convertirlo en tiro al blanco de las sandeces y los improperios. ¿Acaso usted no se ha dado cuenta del dolor que sienten las lobas rabiosas cuando se muerden la lengua.? No descienda por favor al nivel de la cloaca o la estiercolera tratando de dar respuesta a los desatinos. Deje que los gusanos se solacen en su merienda. Usted respire hondo y no olvide que está hecho para los proyectos grandes y las acciones nobles como la de servir siempre de un buen ejemplo de vida a sus alumnos.

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