sábado, 19 de agosto de 2023

EL FUNDADOR, LA PLAZA Y EL OLVIDO

Por: Miguel Godos Curay



Nos hacen falta árboles porque en el extravío  del falso desarrollo urbano nos entusiasma el gris del cemento a la sustancia vegetal que simboliza la vida. Los ayer espacios urbanos verdes se han cubierto de cemento impunemente. Nuestra Plaza de  Armas no escapa a esta ilusión de progreso.  La vieja Plaza de Armas de Piura con sus enhiestos tamarindos y algarrobos ha dado paso a una lánguida y decorativa plazoleta con contados signos de vida vegetal. Los piuranos de ayer recuerdan que nuestro parque principal otrora un arenal calenturiento  en donde se ofertaban los productos de la huerta de Los Ejidos y los churres con canasta en mano cernían la arena en busca de pesetas.

Sobre la arena frágil y movediza  se colocó una cubierta de recoche, ladrillo requemado para que la tierra respire.  Y sobre el ladrillo alineado con precisión geométrica por los alarifes se colocaron locetones de cemento importado. No había mezcla en las junturas por las que penetraba el agua y respiraba el suelo vegetal. Hoy sucede lo contrario y desde que  se emprendieron las remodelaciones para la notoriedad edilicia empezó la agonía del rincón más hermoso de la ciudad. Ojalá que no suceda lo mismo que en Sullana en donde se talaron impunemente ficus y algarrobos diestros en refrescar a los vecinos. Y se plantaron palmeras enanas y lantanas rastreras cosméticas  y poco adecuadas para ciudades calurosas como las nuestras.

Las bancas de madera dieron paso  al cemento de tal manera que cuando se busca aire fresco la baldosa caliente se convierte en tratamiento citadino “quema culos” para cicatrizar  hemorroides.  Igual tragedia enfrentaron las Plazas de Armas de Sullana, Paita, Tambogrande y muchas otras desnaturalizadas por el mal gusto.  Últimamente la huachafería despersonaliza nuestras ciudades. Ahí en donde se remodelan plazas y paseos, advierte la Contraloría, se festinan presupuestos. Remodelar plazas es un rito presupuestal como el de peinar y vestir a la reina del carnaval.

Poco o nada se hace por preservar  el ornato de nuestras ciudades cuyos muros son la pegatina de promotores de bailes porque Piura es la capital de la cumbia una expresión natural de la Colombia morena  y movediza. El atropello al ornato es cuantioso pero nadie  denuncia y sanciona. Hemos retornado al rubor  grotesco de la aldea sobre el que se arriman los políticos.

Ojalá no  persista la agonía de nuestra Plaza de Armas en donde ayer en cada uno de sus extremos debatían y conspiraban los vecinos. Aquí los vecinos le pararon el macho al Prefecto Leguía y Martínez, cuando se le ocurrió colocar una placa  con una relación  de vecinos memorables. Como aparecían unos y se omitía a otros la mala rabia cundió hasta su partida.   Tampoco existen las rotondas del desaparecido Puente Viejo. El mentidero solaz de los piuranos frecuentado cada tarde por Carlos Robles Rázuri, Leoncio de Dios entre otros polemistas de fuste. Nada de eso existe.

De la Plaza Pizarro consagrada por la Colonia Española de residentes en Piura al fundador de San Miguel nadie se acuerda. En la efeméride fundacional nadie le rindió homenaje por inexcusable olvido  y siquiera  recordarlo. Y es probable que en los próximos años se le llama la Plaza de la papa rellena que es lo que más se vende aquí y que consumen con fruición abogados y litigantes. Ya en 1982 para el 450º aniversario fundacional se le bautizó sin mayor argumento “Plaza de las Tres Culturas” pretendiendo imitar la de Tlatelolco  en el Centro Histórico de la Ciudad de México. El resultado fue un remedo huachafo y grosero. Unos pidieron ubicar la escultura del cacique de Amotape haciéndole cara a Pizarro. Le tomaron medidas al marqués trujillano pero la iniciativa no prosperó pese a las pretensiones. En vano pidieron aporte al Embajador de España en el Perú Pedro Bermejo Marín. Tras los vaivenes celebratorios mucho ruido y pocas nueces.

Finalmente la Comisión Celebratoria acudió al atelier de Víctor Delfín en Barranco y para  no pisarles la cola a los hispanistas e indigenistas le encargaron el vaciado de  la Paloma de la Paz. Símbolo de la concordia. Sin embargo, la Columba livia concertadora se convirtió en motivo de guerra de unos y otros. Para unos era una gallina ponedora que nada tiene que ver con los piuranos. Sobre palomas los piuranos festinaron su propio homenaje. Los desaguisados  celebratorios finalmente motivaron la reacción de Juan Ricardo Olaechea que erigió en la Quinta Julia, hoy extinta, el monumento al burro. El civilizador nato de Piura, el motor de progreso del que  nadie se acuerda, especialmente los alcaldes. Bien  en el Romancero de Piura pergeña el poeta Garcés Negrón con justicia: “Lo que hizo el burro, / no lo hizo nunca /ningún Diputado. Qué asnos tan nobles / los sacrificados/ para servir al pueblo, / los burros piuranos.”