domingo, 1 de junio de 2008

PENSAMIENTOS DE UN PIEDRA EN EL AIRE


Por: Miguel Godos Curay

Pensaba el filósofo y óptico holandés Benito de Espinosa ( 1632-1677) que una piedra que se arroja en el aire requiere de una causa externa que le impulse. Y cesada esta causa la piedra continuará con su movimiento hasta impactar con algo o contra alguien. Sin duda, que si la piedra pensara podría especular sobre la inmensidad de posibilidades que tiene en su trayecto independientemente de la causa externa que motiva su movimiento. Algunas veces se piensa que los asuntos públicos de los que se ocupa la prensa son como estas piedras arrojadas cuya forma de actuar está determinada.

Pocas veces se piensa que la función del periodismo es precisamente señalar con la pedradas vigorosas de la denuncia lo mal que se conduce la cosa pública. Y en estos casos menudean las pedradas cuya función es también la de despertar de su pasmosa mismicidad a los ciudadanos. Aquellos que por naturaleza están llamados a exigir actuaciones públicas impecables en todas las instituciones. No se piense que los periodistas tienen vocación de tiro al blanco y se les ocurre andar buscando personajes públicos para hacer papilla diariamente. Lo que sucede es que con tan desafortunadas gestiones públicas estamos en las siguientes disyuntivas: callar con inaudita irresponsabilidad dejando que los acontecimientos nos abrumen. Pasar piola sin complicarnos la vida. O denunciando para que la historia no nos diga mañana que fuimos cómplices lo que no nos dejaría tranquila la conciencia.

No faltan, sin embargo, quienes piensan que nos nutrimos con el apetito de buscar escándalos. En realidad los escándalos no los protagonizamos ni los urdimos nosotros. Son patrimonio de los funcionarios públicos responsables de sus decisiones afortunadas o desafortunadas , quienes por la naturaleza de su cargo y por administrar dineros que no son suyos tienen que dar cuenta de sus actos y de sus gastos. Lo que sucede es que no tenemos un historial de buenas prácticas para rendir cuentas, actuar honestamente, de tolerancia a las críticas que son como el zumbido del moscardón en la oreja. Mejor dicho advertimos oportuna y puntillosamente antes que la corrupción se convierta en una bola de nieve.

Los periodistas no somos delirantes charlatanes, ni aguafiestas de gestiones públicas buenas para el publireportaje pero realmente perniciosas para el erario y el bien público. Tampoco somos vendedores de sebo de culebra o de reconocimientos para encandilar la vanidad de ingenuos por unos cuantos soles. A nosotros nos importa el bien común que a decir de Arthur Fridolin: “es siempre el principio supremo del que no se puede prescindir”. Lo otro. Esos beneficios con nombre propio que muchas veces se ocultan porque son producto provechoso y friolera lucrativa del ejercicio de un cargo hay que denunciarlos.

El periodismo, bien señala Fernando Ampuero, últimamente se ha convertido en el dedo acusador de la rampante inmoralidad de funcionarios públicos pero también de inescrupulosos empresarios expertos en malabares financieros y en negocios sucios producto del narcotráfico. En países como el Perú en donde la informalidad tolera desde la reproducción pirata de películas y productos bamba la inmoralidad pasa a ser el atributo perdonable de quienes medran del estado o viven a expensas del rompe manos a funcionarios corruptos.
Si continuamos con este periodismo “agua de malvas” no vamos a salir de ese círculo vicioso de la corrupción. Nosotros necesitamos recordarles a los ciudadanos que las gestiones públicas no son enigmas y que la transparencia y el acceso a la información son derechos imprescriptibles de todos los ciudadanos. De modo que somos una piedra movida por el bien de nuestra sociedad. Una piedra que estremece las conciencias y sacude a los inmorales.

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