sábado, 14 de junio de 2008

EN EL NOMBRE DEL PADRE


Por: Miguel Godos Curay

Mi padre a quien debo todo lo que tengo pasa los ochenta y tantos años. Durante su vida ejercitó empleos sorprendentes e inimaginables. Fue obrero de limpieza en hospital, pintor de brocha gorda, domador de perros y guardián en cuanta obra pública marcó el progreso de Paita. Es un hombre con un sentido sabio de la vida. Habiendo alcanzado como logro educativo la elemental primaria se empeñó en que sus hijos, siendo numerosos, no se desentendieran del estudio. Un gran acontecimiento irrepetible fue cuando habiendo ingresado a la universidad me entregó un reloj Olma de pulsera para que en su entender valorara el paso del tiempo. Después fuimos a la librería donde me permitió eligiera un par de buenos libros: El Diccionario de Dudas de la Lengua Española de Manuel Seco y la Breve Historia de América de Luis Alberto Sánchez. Aún los tengo. El primero permitió escribiera con corrección y recato y el segundo despertó una admiración e inolvidiable amistad con el viejo LAS.

Sus aficiones entusiastas, cuando no existía la televisión, eran el escuchar radio Caracol de Colombia, radio Habana, la voz de los Estados Unidos, la voz de los Andes en un viejo transmisor de tubos con una buena antena. Bebía café por litros placer que de él aprendí para mantenerme insomne con la mirada puesta en las páginas de un buen libro. Podemos decir con lealtad, somos once hermanos, que estamos orgullosos de nuestro padre y él debe estar muy orgulloso de nosotros. Si la vida se pudiera reeditar no lo cambiaríamos por nada es nuestro héroe favorito. Supermán, Batmán y el propio Indiana Jones no le llegan ni a los talones.El nos abrió los ojos a ese designio terrible de no quedarnos nunca callados y llamar a las cosas por su nombre.

Mi padre conversa ahora con los muertos. Los trae a su memoria y los llama por su nombre y se dirige a ellos con una confianza filial poblada de recuerdos. Durante las noches con los ojos abiertos frente al mar jura haber visto las fatigadas huellas de los difuntos a los que ofrenda ramos de margaritas todos los lunes. Durante sus caminatas, en plena madrugada, a la playa seca en la zona industrial siempre se sentía protegido. Otra de sus virtudes era la de sostener inacabables conversaciones con sus perros. Mi padre es feliz aunque a su edad no le son esquivos los achaques de la vejez.

Padre le llaman también a Eduardo Palacios Morey. Un cura de almas que con verdadera pasión se entregó al ministerio sacerdotal en Paita. Ahí lo conocí y desde entonces nuestra amistad permanece indeleble. El Padre Eduardo vive ese afán muy humano y noble de acompañar los acontecimientos de su comunidad. El se metió a fondo en el alma de un pueblo de raigambre religiosa y lo animó a iniciativas de progreso y de mejora. Abrió las mentes de muchos papás para que apostaran por la educación de sus hijos. Juan José Vega, con quien lo visitamos, lo recordaba como el muy ilustrado cura de Paita. Hoy está en Talara y ha dado un dinamismo impresionante a su parroquia. La moderna arquitectura de la iglesia la Inmaculada tiene personalidad propia gracias a su esfuerzo y a la ayuda de sus feligreses. Un altar muy hermoso con una preciosa iconografía que reúne a los frutos del cristianismo en el Perú es uno de sus logros.

Pero él es mucho más. Sigue obstinado en el estudio de los padres de la iglesia y la mano de Dios a quien le encanta jugar con el barro le ha librado de la perversa tentación del cáncer. La última vez que conversé con él me refirió con lujo de detalles esa vigilia humana previa al paso por el quirófano y esa sinceridad para decirle al Cristo de Chocán, una devoción muy nuestra: ¡Señor estoy en tus manos!. Nadie entiende la emoción profunda de este trance sino la vive. Nadie entiende el cariño entrañable de este pueblo cristiano sino penetra profundamente en su fervor. El padre Palacios, quien tiene muchos hijos, acompañara hoy sus ruegos por los que no tienen trabajo, los que sufren con desolación el dolor, por esos padres solos a los que Dios súbitamente altera la memoria para que no les resulte desoladora la ingratitud. Estos recuerdos son un recado de ternura para todos los padres en su día. Para los ausentes y los presentes. No podemos olvidar a esos papás que aparecen en las largas listas de las requisitorias judiciales por “omisión a la asistencia familiar” porque teniendo alma de perro son humanos y tenemos la viva esperanza de que por amor puedan cambiar.

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