sábado, 25 de diciembre de 2010

PENSAR PASADA LA NOCHE BUENA


Por: Miguel Godos Curay
Europa está cubierta de nieve y los aeropuertos no funcionan. En Piura se siente calor. Como nunca se vio antes, los piuranos concurrieron masivamente a los nuevos centros comerciales. El propio Mercado central estuvo ayer muy concurrido. El mango y la uva son las frutas abundantes de la estación. Pero en la mesa de noche buena hubo duraznos chilenos porque a nadie se le ocurre enlatar pulpa de mango y colocar en el mercado néctar de nuestro producto bandera. La revolución comercial llegó a Piura y la conmoción se siente en toda la ciudad. Los impactos son visibles y van cambiar la vida de los piuranos en todos los órdenes. Peor hay una navidad espiritual de significación profunda y otra material de la apariencia para el escaparate y el consumo.

En adelante los piuranos podrán comprar productos frescos, de buena calidad y con el peso completo. En adelante la opción de compra tendrá que confrontarse con dos conceptos nuevos: calidad y precio. Los cambios continuarán provocando sísmicos estremecimientos en el comercio. Los más afectados son los comerciantes informales y algunos formales que para preservar sus ganancias recurren a la informalidad. Los consumidores podrán contrastar hoy dónde son mejor tratados. Incluso las baterías de los servicios higiénicos limpios e impecables serán comparados con los hasta hoy mal olientes, sucios y pintarrajeados servicios de los establecimientos vecinos.

La comparación tiene su precio. No tiene objeto, por ejemplo, en el futuro enseñar marketing en la pizarra cuando el marketing operativo rinde resultados en las ventas y el éxito de las tiendas. También los escaparates organizados nos recuerdan que la disposición de los productos es arte de diseñadores y que muchos estudiantes de arquitectura pierden su tiempo haciendo maquetas cuando deberían asomarse a las galerías de arte y a las tendencias del diseño en el mundo. Acomodar zapatitos en los pasadizos y tratar de vender con artificio es un estilo de mercadeo fenicio propio de nuestras abuelas. Vender hoy requiere imaginación, creatividad y buen gusto. El presentar productos atractivos que sorprendan a los consumidores y los animen a una decisión de compra. El ofrecer productos para todos los bolsillos. Los productos bien presentados mitigan las frustraciones cotidianas. Es probable que muchas personas de escasos recursos no compren nada. Son las que señalan “venimos a ver las tiendas para engordar los ojos (las vistas en piurano)”. “Nos compramos pero paseamos y miramos”.

¿Se enseña creatividad en nuestras universidades? ¿Es posible educar para el buen gusto? La creatividad es un atributo de inteligencias abiertas. Estimulan la creatividad los inteligentes y audaces. Los creativos no son cuadriculados. El creativo transmite energía y fascinación en sus discípulos. El obtuso es incipiente, soso y aburrido. El creativo abre los ojos para contemplar el mundo asumirlo y recrearlo. El estrecho de mente cierra los ojos. El creativo hace. El escaso de imaginación presume. El creativo sabe porque se cultiva a sí mismo como una orquídea rara pero originalmente irrepetible. El nulo imaginativo es ordinariamente como la flor de muerto, tiene color para el momento, finalmente pasada la tarde pierde sus pétalos y queda desnudo. La belleza del creativo trasciende porque su aliento atisba universalidad.

El bueno gusto es sencillo y no es amanerado. El buen gusto tiene mesura y equilibrio. El mal gusto es estridente y desequilibrado. Es apariencia no es esencia. Es como la fragancia alternativa. Huele para el momento y al instante pierde su aroma. El buen gusto no es aparatoso y se construye sobre lo bueno y hermoso. El buen gusto muestra. El mal gusto demuestra lo que no se debe hacer. El buen gusto es parte de una manera personal de vivir. El mal gusto es imitación de otra imitación que a su vez es imitación de otra desventurada imitación. La creatividad es fresca y lozana. Sencilla y sublime. El buen gusto transforma el mundo. El mal gusto lo deforma perversamente.

Al que pueda ser mejor no hay que perdonarle el que no lo sea. Cuando la educación no provoca niveles de aspiración y de mejora en las personas no tiene sentido ontológico. La buena educación permanece. La mala educación es maroma de saltimbanquis intelectuales. Más exhibición que pasión. Advierte Savater que la educación nos preserva de ser imbéciles. La palabra imbécil viene del latín “baculus” que significa bastón. El imbécil, es en efecto un cojo pero no de los pies sino del ánimo y de la inteligencia.

En la clasificación de imbéciles encontramos la siguiente útil tipología savateriana: 1) El que cree que no quiere nada y todo le da igual. Vive en una siesta permanente aunque tenga los ojos abiertos y no ronque. 2) El que cree que lo quiere todo, lo primero que se le presenta y lo contrario. Pensar y embobarse frente a la televisión al mismo tiempo. 3) El que no sabe lo que quiere y no se molesta en saberlo, vive en una absoluta y permanente imitación de sus vecinos. En la vida acaba comprando y haciendo lo que no necesita y realmente no quiere. Su final es ser un conformista irreflexivo, 4) El que sabe lo que quiere pero finalmente acaba haciendo lo que no quiere, 5) El que quiere con fuerza y pasión pero eligió el camino equivocado. Es un despistado total. Lo peor de los imbéciles es que viven quejándose fastidiados de sí mismos porque nunca logran vivir la buena vida. El imbécil moral carece de conciencia y de buen gusto.

Una efectiva receta contra la imbecilidad recomienda el reflexionar: ¿Por qué queremos vivir humanamente bien? El comprobar si lo que hacemos corresponde realmente a lo que queremos. Mucha infelicidad anida en las personas cuando descubren el sin sentido de sus vidas y de lo que hacen. Mucha gente se dedica a acumular fortuna para vivir bien finalmente por avaricia acaban mal. Muchos se privan de placeres gratos y cuando descubren el cascaron de su miseria descubren que su vida fue una cuenta de momentos ingratos. Nos viene bien el afinar nuestro buen gusto moral. Repugnar la mentira, la falsedad, el odio y el engaño. Finalmente asumir la responsabilidad de nuestros actos. No es fácil, para muchos, arrancarse esa imbecilidad que tienen patente en el rostro y en sus actitudes cotidianas. En su estilo de hacer las cosas, En ese conducirse por la vida con una pata coja. El vivir en esa dislexia moral que engaña y que presenta como inocua la inmoralidad. El estar sumergidos en el estiércol y no darse cuenta.
(Foto: Tumba de Miguel Godos en el Cementerio San Francisco de Paita, con las flores que le llevé ayer)

domingo, 19 de diciembre de 2010

LA NAVIDAD, LOS PIURANOS Y EL CELULAR


Por: Miguel Godos Curay

Uno de los ejercicios de los alumnos de redacción en la Escuela de Comunicación de la UNP fue en días pasados, el hacer una lista de las personas que no tienen navidad. La relación fue numerosa y empezó por los periodistas y los hombres de talleres en plena impresión de los diarios, los médicos en el quirófano y en los puestos de emergencia, las enfermeras, los ancianos solitarios en los asilos, los dementes, los policías de ronda, los viajeros, los mercaderes que tienen que aprovechar la oportunidad de colocar sus productos, los ateos y descreídos, los evangélicos que afirman que Jesús no tiene cumpleaños y los esotéricos que debaten sobre la existencia del ombligo de Adán. También los que, a la hora de la noche buena, están naciendo o están muriendo. Los solitarios ensimismados en su soledad y los que se quedan dormidos, ebrios de trementina y aguardiente. Los que sufren sin que nadie los consuele. Los que vienen y los que se van. No tienen noche buena los campesinos de las alturas que al filo de la noche tienen que colocar las semillas en los surcos. Porque esa noche bendita llueve. Y la lluvia alegre entona villancicos sobre la tierra reseca.

Habría que imaginar la desgarrada navidad en plena guerra sintiendo el silbido de las balas y el tronar de lo obuses, sobre los campos teñidos de sangre y de desolación. Navidad en la trinchera. Un río de lágrimas que se confunden con el lodo. Una mirada al cielo. Una oración. Navidad con los dientes apretados para no llorar recorriendo los campos desolados.

Navidad estentórea como un repique de campanas para alegrar la noche. Y el párroco Eduardo Palacios en plena noche buena agitando el campanario con una sonatina de contento desde una de las torres enhiestas de la matriz de Paita. Tenemos en la memoria, aquella noche en que doña Meche Mena tocó la puerta de la Casa Parroquial con un panetón en la mano para el padrecito. Porque los pobres y los humildes hacen de la navidad un don sublime irrepetible. Un pan dulce que a esa hora es una hostia de bondad. La negra Meche, la noble Meche se convirtió en la sonrisa de un ángel. En un piropo sublime del cielo. En un alfeñique de bondad inolvidable

En Catacaos, esa misma noche, las pastorcitas chaposas de largas trenzas y los cholitos enbrillantinados recorren los nacimientos. Y hay motivo para compartir chicha y clarito. Pavo y pastel de fuente. Chicha de maní para los churres. Champús, mazamorra morada y alfajores. Chumbeques con miel de naranja. Los vecinos alegres se vuelcan a las plazas porque es la fiesta del Niño Dios. En Narihualá, el niñito preside la noche alegre y las ollas abren su desdentada boca para despedir el hirviente aroma de tamal, el seco, sopa de novios o el caldo de gallina e punto de parida para que los pastorcitos no pierdan paso por el sueño.

Mi tía Eloísa, experta en enviar emplumados ebrios al cielo. Llamaba a mi abuelo José para que con harina, cascarones de gallina (huevos era una palabra impronunciable), anís y caramelos prepare el “pastel de fuente” para acompañar el pavo, horneado, en la Panadería de Cruz. Yo con curiosidad insobornable contemplaba como aquel abuelo daba forma a la masa sobre la mesa con hule nuevo. Según mis tías el pastel es discreto, silencioso y amable. El panetón, dependiendo de su textura es flatulento, sonoro y musical. Es un invento reciente. El panetón paiteño de la panadería de Vallejos, en el barrio de pescadores de la Punta, tiene fama y tradición. Pasas negras, almendra y maní. Fresco es ideal para las encías despobladas de las abuelitas. Seco, pasada la pascua, se convierte en galleta crocante. El pastel acompaña bien con pavo y vino oporto Tres Piernas. El vino dulce sauternes es para los niños.

El nacimiento piurano es barroco. Recargado de imaginería y motivos. En la cueva del Belén piurano está María, el niño y San José. Por los cerros desfilan hatos de cabras y de ovejas motosas de algodón. Maíces recién germinados sorprenden con su vitalidad. La estrella resplandece. Los espejos simulan lagos y en diversos pasajes se representan las cabañas de los pastores. Los entusiastas confeccionistas del nacimiento se inspiran en los textos bíblicos. Para los piuranos el nacimiento tiene que ser copioso para que el rito de la bajada de los reyes resulte entusiastamente divertido.

Conmovedora es la procesión del Niño Dios en Narihualá. Hemos seguido la procesión y el cortejo de los Reyes magos por las calles de la aldea, entre paredes de carrizo y fogones, entre barro y mates de caldo caliente y estofado, entre chicha carnuda y clarito. La banda pueblerina convoca a la fiesta y las cholitas engalanadas de celestes y azules de raso brillante acompañan el cortejo. Diablos y chirmías, redobles y clarinetes acompañan al bombo manzurrón. Es la fiesta del niñito sentado en una sillita. Es un niño como el que le regaló Manuelita Sáenz, a Nuestra Señora de Las Mercedes de Paita. Un “quitiño” tallado por las manos portentosas de los artistas de la Escuela Quiteña.

Jorge Dedios Morán, el párroco de Sechura, tiene un nacimiento cusqueño. Una maravilla de Mérida en donde San José y la Virgen, tienen el cuello largo. Las imágenes se proyectan al cielo como las imágenes del Greco, pero son divinamente hermosas. Si algo deberíamos hacer los piuranos es contemplar el cielo. Mirar en la noche buena las estrellas para encontrarnos a nosotros mismos. Huir del mundanal ruido para descubrir que somos madera para proyectos extraordinarios. Hay que mirarnos no en los espejos ajenos que nos deforman. Sino en los propios para aceptarnos y descubrirnos que somos diferentes.

Si hay un defecto muy piurano es la estridencia. La búsqueda desbocada de notoriedad en las apariencias huyendo del valor de lo esencial. Nuevamente descubrimos que a los piuranos les encanta parecer y aparecer. Huyen del ser. El ser requiere el aceptarse y asumirse como realidad irrepetible como lo que uno es, no como lo que no es. Una de las causas de la ausencia de los docentes universitarios en las marchas reivindicatorias. No es el sol reverberante. Es el desteñido del tinte capilar, que discurre por las sienes como al Cristo Yacente. El tinte, convierte la tercera edad en segunda o en primera. Las gringas al pomo están de moda en Piura. Como lo están los portentos de la cirugía que vuelve tersos los rostros arrugados y turgentes los pechos y traseros desvencijados por la gravedad.

Si hay virtudes en los piuranos la más excelsa, la más humana, es la solidaridad. El espacio compartido. El plato de comida entregado por una madre campesina en memoria del hijo ausente en un lugar lejano. Otra virtud es la alegría, que permite se rían de sí mismos. Piurano amargado y rabioso no es piurano. Es un extraterrestre que habita en los espesos e insoportables pantanos de la amargura. El piurano es creyente. Confía en Dios aunque algunas veces se escurre en las entretelas del demonio y de sus diablos personales y se deleita en la envidia, en el raje, en el rencor, en la codicia y en el olvido de Dios. Eso sí cuando está de malas se refugia en las iglesias, en el atletismo de la fe que son los peregrinajes. Cuando se siente bien disfruta de la opulencia del pavo que mira por encima del hombro. El piurano es bueno pero puede ser mejor. Si en lugar de hablar hiciera más. Si en lugar de vivir quejándose contribuyera a ser solución de los problemas que se inventa. Si los piuranos cambiaran un poquito serían ángeles. Sí solo entendieran que Dios habla en todas partes y no le gusta el celular. Habríamos construido una escalera hacia el cielo.

domingo, 12 de diciembre de 2010

LOS PECADOS CIVICOS


Por: Miguel Godos Curay

Si existen pecados cívicos el primero de ellos es el cambiar del lugar monumentos o el remodelar plazas en buen estado. De ello bien pueden dar cuenta nuestras ciudades. En Piura, el retirar los ladrillos de recoche y colocar unas coloridas y resbalosas losetas dejó sin respiración a las raíces de nuestros ficus y tamarindos en nuestra Plaza de Armas. Hoy es un cementerio de árboles que a duras penas se mantienen en pie. En Tambogrande, el arboricidio fue salvaje y brutal. Árboles frondosos fueron arrancados de cuajo y el hermoso paisaje alterado para la posteridad. A ello se suma el armatoste de ladrillo y cemento construido en el acceso principal al pueblo. El resultado del disparate municipal es un mojón gigante de cemento. El perfecto y alucinado sueño de un imbécil.

La misma sensación se siente en Paita, en donde poco o nada se pudo hacer para esos ímpetus demoledores. Gracias al coraje de algunas señoras se logró mantener los pocos árboles en pie. En Sullana, al capricho consumado, se suma la tala ordenada por alguna mano siniestra para que se aprecie la desencajada estructura del edificio de la Caja Municipal. Los ayer hermosos jardines son unos terrales insoportables en los que cada día desaparece el espacio verde. El último despropósito está en Castilla. Alcaldes y regidores botarates deberían ser perseguidos hasta las últimas consecuencias por la Contraloría. También los colegios -de ingenieros y arquitectos- deberían advertir a la sociedad de esos constructores y constructoras expertas en desatinos vergonzosos para que las nuevas gestiones municipales no se conviertan en un festín de ladrones y sinvergüenzas. La cosmética urbana como cualquier cosmética es una ilusión perentoria para provocar la apariencia de progreso y desarrollo. Al final de cuentas “aunque la mona se vista de seda, mona se queda”. Quedan plazas para una nueva y cuantiosa remodelación, sin espacio para la vegetación, circundadas de basura hedionda.

De todas las plazas que hemos recorrido una de las pocas que conserva su belleza es la de Chulucanas y como tal debe ser preservada de la botellería de plástico y las bolsitas de las golosinas. En los presupuestos participativos debería priorizarse, con sensatez, la inversión pública que mejore las condiciones de vida de las poblaciones. Atención a las necesidades básicas de salud y educación. Mucho de lo hecho hasta hoy son locales comunales que no se usan, bibliotecas que permanecen cerradas, capillas sin feligreses por todas partes, coliseos deportivos convertidos en fumaderos y estadios como el Miguel Grau que sólo se llenan por los resortes de la fe. Después nada. La educación y la salud siguen siendo tareas pendientes. Mientras tanto, encontramos en cada espacio público diseños arquitectónicos y de ingeniería peleados con el sentido común. Basta ascender por la escalera de la pinacoteca municipal para darnos cuenta de los mamarrachos consumados y consumidos. Últimamente, por ejemplo, están de moda los puentes con nombre propio. Dinero público colocado como postre a los especulativos negocios inmobiliarios privados.
Instituciones como la Universidad Nacional de Piura y sus estudiantes viven hoy en carne propia la perturbación de sus actividades académicas a consecuencia del explosivo impacto de los megacentros comerciales que encajonan el recinto universitario sin una compensación efectiva que repare los daños causados. Ruido insoportable, interrupción del tránsito, cortes de las vías y la conexión -sin mayor reparo- a las redes públicas de agua y alcantarillado. Aquí no hubo Estudio de Impacto Ambiental. Las consecuencias de la imprevisión serán visibles los próximos meses. A no ser que se garantice un acceso, sin interrupciones, a lo largo de la margen derecha del Río Piura para los pobladores del norte de la ciudad. De ahora en adelante habrá que soportar el intenso tráfico, el embotellamiento y los elevados costos del transporte.

Gregorio Duval, autor de un libro de hechos insólitos, cuenta que Virgilio preparó un funeral digno de emperadores a su amada mascota. Su “mascota”, era una difunta mosca verde como las que abundan en Piura. La ceremonia se celebró en su mansión, amenizada por músicos, a la misma fueron invitados las personalidades más relevantes como Cayo Mecenas, su protector. Se bebieron los mejores vinos y degustaron los platos más exquisitos. Y la susodicha mosca muerta fue enterrada en un mausoleo construido de fino mármol en sus tierras.

Todo este derroche, similar al de algunos de nuestros alcaldes, supuso un gasto de más de 800 mil sestercios para los bolsillos del apesadumbrado Virgilo. Podemos imaginar el gasto si tenemos en cuenta que el arriendo de un mansión romana de la época era de 2 mil sestercios anuales. Sucede que eran los tiempos del Segundo Triunvirato en la república de Roma, una alianza de cinco años realizada entre Marco Antonio, César Octaviano y Marco Emilio Lépido, tras el vacío de poder originado por el asesinato de Julio César. Llegó a oídos de Virgilio que el Triunvirato pretendía promulgar un decreto por el que se expropiarían las tierras de los terratenientes para repartirlas entre los soldados “jubilados”. Este decreto excluía a los terrenos en los que hubiera tumbas por considerarse sagrados. Con esta pequeña artimaña las tierras de Virgilio se libraron de la expropiación.

No estamos en Piura para nuevos pecados cívicos. Mucho menos para elefantes blancos. Ni para hacer mausoleos a las moscas como el avisado Virgilio. Por eso creo que el Nóbel a Mario Vargas Llosa reivindica y glorifica de algún modo a los piuranos. Todos los homenajes son plausibles si los mismos van acompañados de una apuesta por la cultura popular que ponga en las manos de los niños pobres y de lo estudiantes aplicados sus libros. Las obras de un autor elevado a las cumbres de la literatura y el reconocimiento universal. Habría que rescatar lo poco queda de la Piura que fue escenario de la vida de Vargas Llosa. Pero también contribuir a refrescar los laureles del Colegio San Miguel. Hemos sido testigos en Cuba de la devoción unánime por José Martí. Su pensamiento luminoso brota de la boca de los niños, los hombres, las mujeres, los maestros y los ancianos. En Piura, necesitamos replicar esta experiencia. Apropiarnos de la obra, la palabra y el pensamiento de Vargas Llosa. El mejor homenaje que le podemos tributar es leerlo y conocerlo. No convertirlo en un fósil exquisito. Sentirlo palabra viva, no palabra vacía. ¿Me entendieron?
(Foto: Tambogrande, el aluciando sueño de un imbécil)

domingo, 5 de diciembre de 2010

JA…JA…JA…JO…JO…JO….JI..JI..JI


Por: Miguel Godos Curay

Los comerciantes del mercado aunque intenten disimularlo las están viendo negras. También los supermercados urbanos. Ambos creen que la curiosidad y veletería de los piuranos se desparrama en los negocios nuevos. Y pasada la fiebre los clientes volverán como las oscuras golondrinas a adquirir sus productos de primera necesidad con kilos de 700 gramos, cuartillas de veinte limones, papas, camote y caballas vendidas en el suelo, esqueletos de pollo para disimular el caldo. Frutas remaduras y en mal estado. Ninguna de estas elucubraciones es cierta. El que vivamos en el moho no significa que nos guste la suciedad. Cuando descubrimos que podemos comprar bueno, limpio, con peso completo y a mejor precio. La boca se nos hace agua. En economía de escala los que compran en grande pueden bajar sus costos. Los chicos pujan y tienen que recurrir al recurso de compensar su bajo precio con gramos menos. Lo que en economía global, altamente competitiva, no funciona. Se compite con calidad y precios. A todo ello se suman las estrategias arrolladoras del marketing. Finalmente, los peces grandes devoran a los peces chicos.

¿Qué pueden y deben hacer los pequeños comerciantes? Los pequeños pueden y deben asociarse. Un riesgo para cualquier organización es la informalidad. El creer que al ama de casa le encantan los apretujones, la basura circundante y los productos baratos de mala calidad. Los tiempos han cambiado. No hace mucho contábamos a nuestros lectores la experiencia de instructores chilenos de pesca de palangres que recorrían el mercado de Piura. Su mayor desencanto estuvo en el mercado de pescado. Reproduzco la impresión. “No es posible que los peruanos y piuranos digan que el pescado es el alimento del futuro y lo vendan sobre baldosas sucias, lo laven en aguas inmundas y lo envuelvan en periódicos. No es posible –en cambio- que en el mercado de Piura y en las tiendas del centro de la ciudad los zapatos se exhiban en vitrinas. Los zapatos por más hermosos que sean van a pisar el suelo. Pero al pescado que nutre a los niños y a los jóvenes que son el capital de este país. No podemos darle ese trato infame. El día que los peruanos coloquen el pescado en vitrinas habrán dado un salto de progreso y desarrollo extraordinario”.

Lo mismo hay que decir y repetir a los pequeños comerciantes. Ser limpios y ser honestos no cuesta sino la decisión de hacer mejor las cosas. No podemos continuar con esa indiferencia y sometidos a la manipulación de quienes gozan y disfrutan a gran escala de la informalidad. La economía es un factor muy dinámico y el tren de la historia no pasa todos los días. Hay que mejorar lo que sabemos hacer procurando la satisfacción de los usuarios y consumidores. No es tiempo de quedarse paralizados o cruzados de brazos. O esperar la providente intervención del Cautivo de Ayabaca o la Virgen de la Puerta. El Cautivo y su mamá ayudan a quienes se ayudan. Una fe inactiva no sirve de cimiento a la esperanza. Un predicar sin hacer es pura paja. Hay que cambiar aunque nos duela y nos cueste. Fácil es para cualquier candidato aprovechar a las mesnadas de huevos fritos y timoratos y empujarlos a la protesta callejera. A escupir al cielo con los resultados que todos conocemos.

Recomienda el marketing estrategias para mantener la lealtad de los clientes. Los clientes son el principio y fin de cualquier negocio. El tener clientes satisfechos es signo de éxito. El tener clientes leales no es sino la consecuencia de un buen servicio y de calidad. El buen vendedor es como el buen profesor al que buscan y quieren sus alumnos. Es el que enseña no el que engaña. No es el que dicta sino el que comunica. No es el que habita en una torre de marfil sino el que pisa el suelo con sus pares y les ayuda descubrir que la realidad es lo que es, no, lo que a cualquiera se le ocurre que sea.

¡Acción y decisión! Es una frase para estos tiempos de tribulación y angustia pero también para una contemplación del mundo con otros ojos. Una madrugada pasada en la ruta de la carretera de Chiclayo a Piura he visto subir en la combi, en plena madrugada, a doña Témpora con sus hijas Julia y Angelita cargando sus galoneras y bidones de buena chicha de Tabanco. En la penumbra estas mujeres se encomiendan a sus devociones porque van a empezar un día de Dios. Por eso, son corteses y no despiden malhumor como esas viejas que sacan a pasear el perro por la cuadra todas las mañanas. Uno no sabe finalmente si la vieja pasea al perro o el perro pase a la vieja. Finalmente ensucian el parque donde juegan los niños.

Iniciado el recorrido por la ciudad Doña Témpora abre los ojos para ver donde empieza una nueva construcción. Así distribuye a sus hijas con sus canastos y fuentes por toda la ciudad. Ella utiliza una curiosa estrategia. Averigua ¿cuántos obreros hay? y ¿cuánto tiempo durará la obra? De este modo calcula los litros de chicha que venderá por jarras y la cantidad de cachemas y caballas que va a necesitar para el cebiche. Doña Témpora no sabe leer. Pero con un bolígrafo marca en su brazo el número de jarras que vende y lleva una cuenta perfecta de su negocio. Pasada la tarde, se reúne con sus hijas y con algunos comprados, retorna hacia Tabanco. Una de sus ilusiones es comprarse un celular de sesenta soles para comunicarse con la “base”. Y ha pensado llamar a su casa desde una cabina pública para recibir encargos de comprado. “Plumones, cartulina, café en grano, jabón, papel cometa, pilas” que ella puede llevar desde Piura con un recarguito módico. Según su contabilidad si se gana con la chichita. Para el “merco” no falta. Los churres pueden ir a la escuela. Las “chinitas”, la Julia y la Angelita usan blue-jeans y cuando culminen la secundaria se irán al Senati. Son modernas pero no se arriesgan a usar lentes oscuros porque vayan a decir que están “mal de las vistas”.

La estrategia de Témpora es marketing puro. No lo aprendió en ninguna escuela de negocios o en alguna universidad. Es una enseñanza de la escuela de la vida. Es marketing el buscar oportunidades y aprovecharlas. El no cruzarse de brazos, el tener saltos de progreso humano. El cambiar para bien. El formalizarse. El pensar en el futuro con los pies puestos en el presente y liquidando ese pasado que como un lastre nos arrastra a la incompetencia. Al entender que la fe mueve montañas cuando se tiene la mirada limpia y la fe puesta en Dios dador de vida de salud y de libertad. El entender que el sembrar el bien tiene un rédito enorme. El fortalecer nuestros valores. El creer en la solidaridad y en la competitividad de los mejores y que la alianza de los peores será siempre una jalea de fracasos.

El creer para crear, el apostar por la educación de los hijos antes que por las posesiones materiales. El entender que las personas no valen por lo que tienen sino por lo que saben y lo que hacen. El entender que duermen mejor los que fatigados de tanto trabajar reposan como ángeles que los que pierden el sueño preocupados por fabricar dinero. Una cosa es la vigilia del genio y otra es la inseguridad producto del mal genio que provoca la amargura de no tener todo el billete acumulado. Finalmente con dinero no compras salud ni felicidad. El entender que un infarto. Una palabra que tiene siete letras acaba con las pretensiones de los necios. El amor por la vida no es la cinta pegalotodo para unir los pedazos de un billete roto. El amor por la vida es ese contento de caminar con el viento en el rostro. Ese jarro viejo de café que nos revitaliza las mañanas. Ese encuentro con amigos que como tú valoran la amistad como el mejor don del ser humano. Ese reencuentro alegre con los que sufren y de los que nadie se acuerda. Ese caminar por la ciudad porque nos olvidamos del dinero para el pasaje y no nos angustiamos tontamente. Ese reírnos de nuestros errores, esa despreocupación porque nos falla el tinte en la cabeza porque compramos juventud a la fuerza. Esa vehemencia por descubrir la felicidad en la compañía de cada uno de los miembros de tu familia empezando por aquellos que se empecinan en escabullirse del afecto y la ternura. En perderle miedo al reloj que nos recuerda que llegamos tarde. Ese soportar a los insoportables y a los testarudos porque en el circo de la vida hay payasos y payasas en todas partes. Con un Ja..ja.ja.. el otro día aparecieron las pintas de un candidato en plena avenida Sánchez Cerro. Y el taxista observador me advirtió que los mismos autores de la pinta fueron los autores de la visual carcajada. Porque así los contratan de nuevo. Jo..Jo..Jo.. resuena la sonora carcajada del rubicundo panzón que anuncia la noche buena. Ji….Ji...Ji es la sonrisa socarrona y feliz de la Témpora cuando cada tarde retorna a su casa.