domingo, 19 de diciembre de 2010

LA NAVIDAD, LOS PIURANOS Y EL CELULAR


Por: Miguel Godos Curay

Uno de los ejercicios de los alumnos de redacción en la Escuela de Comunicación de la UNP fue en días pasados, el hacer una lista de las personas que no tienen navidad. La relación fue numerosa y empezó por los periodistas y los hombres de talleres en plena impresión de los diarios, los médicos en el quirófano y en los puestos de emergencia, las enfermeras, los ancianos solitarios en los asilos, los dementes, los policías de ronda, los viajeros, los mercaderes que tienen que aprovechar la oportunidad de colocar sus productos, los ateos y descreídos, los evangélicos que afirman que Jesús no tiene cumpleaños y los esotéricos que debaten sobre la existencia del ombligo de Adán. También los que, a la hora de la noche buena, están naciendo o están muriendo. Los solitarios ensimismados en su soledad y los que se quedan dormidos, ebrios de trementina y aguardiente. Los que sufren sin que nadie los consuele. Los que vienen y los que se van. No tienen noche buena los campesinos de las alturas que al filo de la noche tienen que colocar las semillas en los surcos. Porque esa noche bendita llueve. Y la lluvia alegre entona villancicos sobre la tierra reseca.

Habría que imaginar la desgarrada navidad en plena guerra sintiendo el silbido de las balas y el tronar de lo obuses, sobre los campos teñidos de sangre y de desolación. Navidad en la trinchera. Un río de lágrimas que se confunden con el lodo. Una mirada al cielo. Una oración. Navidad con los dientes apretados para no llorar recorriendo los campos desolados.

Navidad estentórea como un repique de campanas para alegrar la noche. Y el párroco Eduardo Palacios en plena noche buena agitando el campanario con una sonatina de contento desde una de las torres enhiestas de la matriz de Paita. Tenemos en la memoria, aquella noche en que doña Meche Mena tocó la puerta de la Casa Parroquial con un panetón en la mano para el padrecito. Porque los pobres y los humildes hacen de la navidad un don sublime irrepetible. Un pan dulce que a esa hora es una hostia de bondad. La negra Meche, la noble Meche se convirtió en la sonrisa de un ángel. En un piropo sublime del cielo. En un alfeñique de bondad inolvidable

En Catacaos, esa misma noche, las pastorcitas chaposas de largas trenzas y los cholitos enbrillantinados recorren los nacimientos. Y hay motivo para compartir chicha y clarito. Pavo y pastel de fuente. Chicha de maní para los churres. Champús, mazamorra morada y alfajores. Chumbeques con miel de naranja. Los vecinos alegres se vuelcan a las plazas porque es la fiesta del Niño Dios. En Narihualá, el niñito preside la noche alegre y las ollas abren su desdentada boca para despedir el hirviente aroma de tamal, el seco, sopa de novios o el caldo de gallina e punto de parida para que los pastorcitos no pierdan paso por el sueño.

Mi tía Eloísa, experta en enviar emplumados ebrios al cielo. Llamaba a mi abuelo José para que con harina, cascarones de gallina (huevos era una palabra impronunciable), anís y caramelos prepare el “pastel de fuente” para acompañar el pavo, horneado, en la Panadería de Cruz. Yo con curiosidad insobornable contemplaba como aquel abuelo daba forma a la masa sobre la mesa con hule nuevo. Según mis tías el pastel es discreto, silencioso y amable. El panetón, dependiendo de su textura es flatulento, sonoro y musical. Es un invento reciente. El panetón paiteño de la panadería de Vallejos, en el barrio de pescadores de la Punta, tiene fama y tradición. Pasas negras, almendra y maní. Fresco es ideal para las encías despobladas de las abuelitas. Seco, pasada la pascua, se convierte en galleta crocante. El pastel acompaña bien con pavo y vino oporto Tres Piernas. El vino dulce sauternes es para los niños.

El nacimiento piurano es barroco. Recargado de imaginería y motivos. En la cueva del Belén piurano está María, el niño y San José. Por los cerros desfilan hatos de cabras y de ovejas motosas de algodón. Maíces recién germinados sorprenden con su vitalidad. La estrella resplandece. Los espejos simulan lagos y en diversos pasajes se representan las cabañas de los pastores. Los entusiastas confeccionistas del nacimiento se inspiran en los textos bíblicos. Para los piuranos el nacimiento tiene que ser copioso para que el rito de la bajada de los reyes resulte entusiastamente divertido.

Conmovedora es la procesión del Niño Dios en Narihualá. Hemos seguido la procesión y el cortejo de los Reyes magos por las calles de la aldea, entre paredes de carrizo y fogones, entre barro y mates de caldo caliente y estofado, entre chicha carnuda y clarito. La banda pueblerina convoca a la fiesta y las cholitas engalanadas de celestes y azules de raso brillante acompañan el cortejo. Diablos y chirmías, redobles y clarinetes acompañan al bombo manzurrón. Es la fiesta del niñito sentado en una sillita. Es un niño como el que le regaló Manuelita Sáenz, a Nuestra Señora de Las Mercedes de Paita. Un “quitiño” tallado por las manos portentosas de los artistas de la Escuela Quiteña.

Jorge Dedios Morán, el párroco de Sechura, tiene un nacimiento cusqueño. Una maravilla de Mérida en donde San José y la Virgen, tienen el cuello largo. Las imágenes se proyectan al cielo como las imágenes del Greco, pero son divinamente hermosas. Si algo deberíamos hacer los piuranos es contemplar el cielo. Mirar en la noche buena las estrellas para encontrarnos a nosotros mismos. Huir del mundanal ruido para descubrir que somos madera para proyectos extraordinarios. Hay que mirarnos no en los espejos ajenos que nos deforman. Sino en los propios para aceptarnos y descubrirnos que somos diferentes.

Si hay un defecto muy piurano es la estridencia. La búsqueda desbocada de notoriedad en las apariencias huyendo del valor de lo esencial. Nuevamente descubrimos que a los piuranos les encanta parecer y aparecer. Huyen del ser. El ser requiere el aceptarse y asumirse como realidad irrepetible como lo que uno es, no como lo que no es. Una de las causas de la ausencia de los docentes universitarios en las marchas reivindicatorias. No es el sol reverberante. Es el desteñido del tinte capilar, que discurre por las sienes como al Cristo Yacente. El tinte, convierte la tercera edad en segunda o en primera. Las gringas al pomo están de moda en Piura. Como lo están los portentos de la cirugía que vuelve tersos los rostros arrugados y turgentes los pechos y traseros desvencijados por la gravedad.

Si hay virtudes en los piuranos la más excelsa, la más humana, es la solidaridad. El espacio compartido. El plato de comida entregado por una madre campesina en memoria del hijo ausente en un lugar lejano. Otra virtud es la alegría, que permite se rían de sí mismos. Piurano amargado y rabioso no es piurano. Es un extraterrestre que habita en los espesos e insoportables pantanos de la amargura. El piurano es creyente. Confía en Dios aunque algunas veces se escurre en las entretelas del demonio y de sus diablos personales y se deleita en la envidia, en el raje, en el rencor, en la codicia y en el olvido de Dios. Eso sí cuando está de malas se refugia en las iglesias, en el atletismo de la fe que son los peregrinajes. Cuando se siente bien disfruta de la opulencia del pavo que mira por encima del hombro. El piurano es bueno pero puede ser mejor. Si en lugar de hablar hiciera más. Si en lugar de vivir quejándose contribuyera a ser solución de los problemas que se inventa. Si los piuranos cambiaran un poquito serían ángeles. Sí solo entendieran que Dios habla en todas partes y no le gusta el celular. Habríamos construido una escalera hacia el cielo.

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