sábado, 25 de diciembre de 2010

PENSAR PASADA LA NOCHE BUENA


Por: Miguel Godos Curay
Europa está cubierta de nieve y los aeropuertos no funcionan. En Piura se siente calor. Como nunca se vio antes, los piuranos concurrieron masivamente a los nuevos centros comerciales. El propio Mercado central estuvo ayer muy concurrido. El mango y la uva son las frutas abundantes de la estación. Pero en la mesa de noche buena hubo duraznos chilenos porque a nadie se le ocurre enlatar pulpa de mango y colocar en el mercado néctar de nuestro producto bandera. La revolución comercial llegó a Piura y la conmoción se siente en toda la ciudad. Los impactos son visibles y van cambiar la vida de los piuranos en todos los órdenes. Peor hay una navidad espiritual de significación profunda y otra material de la apariencia para el escaparate y el consumo.

En adelante los piuranos podrán comprar productos frescos, de buena calidad y con el peso completo. En adelante la opción de compra tendrá que confrontarse con dos conceptos nuevos: calidad y precio. Los cambios continuarán provocando sísmicos estremecimientos en el comercio. Los más afectados son los comerciantes informales y algunos formales que para preservar sus ganancias recurren a la informalidad. Los consumidores podrán contrastar hoy dónde son mejor tratados. Incluso las baterías de los servicios higiénicos limpios e impecables serán comparados con los hasta hoy mal olientes, sucios y pintarrajeados servicios de los establecimientos vecinos.

La comparación tiene su precio. No tiene objeto, por ejemplo, en el futuro enseñar marketing en la pizarra cuando el marketing operativo rinde resultados en las ventas y el éxito de las tiendas. También los escaparates organizados nos recuerdan que la disposición de los productos es arte de diseñadores y que muchos estudiantes de arquitectura pierden su tiempo haciendo maquetas cuando deberían asomarse a las galerías de arte y a las tendencias del diseño en el mundo. Acomodar zapatitos en los pasadizos y tratar de vender con artificio es un estilo de mercadeo fenicio propio de nuestras abuelas. Vender hoy requiere imaginación, creatividad y buen gusto. El presentar productos atractivos que sorprendan a los consumidores y los animen a una decisión de compra. El ofrecer productos para todos los bolsillos. Los productos bien presentados mitigan las frustraciones cotidianas. Es probable que muchas personas de escasos recursos no compren nada. Son las que señalan “venimos a ver las tiendas para engordar los ojos (las vistas en piurano)”. “Nos compramos pero paseamos y miramos”.

¿Se enseña creatividad en nuestras universidades? ¿Es posible educar para el buen gusto? La creatividad es un atributo de inteligencias abiertas. Estimulan la creatividad los inteligentes y audaces. Los creativos no son cuadriculados. El creativo transmite energía y fascinación en sus discípulos. El obtuso es incipiente, soso y aburrido. El creativo abre los ojos para contemplar el mundo asumirlo y recrearlo. El estrecho de mente cierra los ojos. El creativo hace. El escaso de imaginación presume. El creativo sabe porque se cultiva a sí mismo como una orquídea rara pero originalmente irrepetible. El nulo imaginativo es ordinariamente como la flor de muerto, tiene color para el momento, finalmente pasada la tarde pierde sus pétalos y queda desnudo. La belleza del creativo trasciende porque su aliento atisba universalidad.

El bueno gusto es sencillo y no es amanerado. El buen gusto tiene mesura y equilibrio. El mal gusto es estridente y desequilibrado. Es apariencia no es esencia. Es como la fragancia alternativa. Huele para el momento y al instante pierde su aroma. El buen gusto no es aparatoso y se construye sobre lo bueno y hermoso. El buen gusto muestra. El mal gusto demuestra lo que no se debe hacer. El buen gusto es parte de una manera personal de vivir. El mal gusto es imitación de otra imitación que a su vez es imitación de otra desventurada imitación. La creatividad es fresca y lozana. Sencilla y sublime. El buen gusto transforma el mundo. El mal gusto lo deforma perversamente.

Al que pueda ser mejor no hay que perdonarle el que no lo sea. Cuando la educación no provoca niveles de aspiración y de mejora en las personas no tiene sentido ontológico. La buena educación permanece. La mala educación es maroma de saltimbanquis intelectuales. Más exhibición que pasión. Advierte Savater que la educación nos preserva de ser imbéciles. La palabra imbécil viene del latín “baculus” que significa bastón. El imbécil, es en efecto un cojo pero no de los pies sino del ánimo y de la inteligencia.

En la clasificación de imbéciles encontramos la siguiente útil tipología savateriana: 1) El que cree que no quiere nada y todo le da igual. Vive en una siesta permanente aunque tenga los ojos abiertos y no ronque. 2) El que cree que lo quiere todo, lo primero que se le presenta y lo contrario. Pensar y embobarse frente a la televisión al mismo tiempo. 3) El que no sabe lo que quiere y no se molesta en saberlo, vive en una absoluta y permanente imitación de sus vecinos. En la vida acaba comprando y haciendo lo que no necesita y realmente no quiere. Su final es ser un conformista irreflexivo, 4) El que sabe lo que quiere pero finalmente acaba haciendo lo que no quiere, 5) El que quiere con fuerza y pasión pero eligió el camino equivocado. Es un despistado total. Lo peor de los imbéciles es que viven quejándose fastidiados de sí mismos porque nunca logran vivir la buena vida. El imbécil moral carece de conciencia y de buen gusto.

Una efectiva receta contra la imbecilidad recomienda el reflexionar: ¿Por qué queremos vivir humanamente bien? El comprobar si lo que hacemos corresponde realmente a lo que queremos. Mucha infelicidad anida en las personas cuando descubren el sin sentido de sus vidas y de lo que hacen. Mucha gente se dedica a acumular fortuna para vivir bien finalmente por avaricia acaban mal. Muchos se privan de placeres gratos y cuando descubren el cascaron de su miseria descubren que su vida fue una cuenta de momentos ingratos. Nos viene bien el afinar nuestro buen gusto moral. Repugnar la mentira, la falsedad, el odio y el engaño. Finalmente asumir la responsabilidad de nuestros actos. No es fácil, para muchos, arrancarse esa imbecilidad que tienen patente en el rostro y en sus actitudes cotidianas. En su estilo de hacer las cosas, En ese conducirse por la vida con una pata coja. El vivir en esa dislexia moral que engaña y que presenta como inocua la inmoralidad. El estar sumergidos en el estiércol y no darse cuenta.
(Foto: Tumba de Miguel Godos en el Cementerio San Francisco de Paita, con las flores que le llevé ayer)

No hay comentarios: