sábado, 27 de diciembre de 2008

CARTA A UNA AMIGA PERIODISTA


Por: Miguel Godos Curay
Una mujer que escribe es una mujer que piensa. Una mujer que escribe es una mujer que nunca calla. Una mujer que escribe concentra el mundo en cuatro palabras. Una mujer que escribe no es una mujer con una pluma sino una pluma con la que se expresa la humanidad entera. Una mujer que escribe es tan poderosa como un misil de indignación y rabia. Una mujer que escribe no pertenece al sexo débil sino al sexo fuerte con el que se galvanizan las denuncias. Una mujer que escribe es un grito en la noche, como el pito de los vapores que parten del puerto. Una mujer que escribe no es un canto de sirenas melancólicas y ahuevadas en el mito derrumbado de la debilidad humana sino un potente reclamo al pie del cañón.

Una mujer que escribe y alumbra hijos sabe como alumbrar ideas subversivas en las conciencias. Una mujer que escribe se nutre de dignidad y dignifica el ejercicio de la política. Una mujer que escribe sabe de memoria el abecedario de los derechos humanos y tiene metida en la sangre la ecología de los que mañana vendrán. Una mujer que escribe se expresa sin darle mucha vuelta a las cosas y no brinca tanto porque el suelo siempre estará parejo. Una mujer que escribe tiene en apariencia neuronas masculinas, según los expertos. La verdad es que el cerebro no tiene sexo y el código genético es muy explícito al explicarnos los misterios de la vida.

Una mujer que escribe en un diario llámese Carmela, Maritza, Yolanda, Oriana, Elsa, Margarita, Rosa, Luisa o Fabiola tienen nombre propio y un estilo propio de proclamar sus verdades. Tienen su personal estilo de vivir apasionadamente en esa redacción de diario en el que convierten su hogar y en ese hogar enorme en el que convierten la redacción de su periódico. Yo las reivindico a todas. A las que nombro y a las que no nombro pero que merecen un homenaje por su tenacidad, por su vocación, por su garra, por ese enorme esfuerzo de mutar ese oficio doméstico de parar la olla por ese de otro por poner de pie a su patria, a su región y a su pueblo.

Quiero expresarle con toda la energía que tienen las palabras y con todo el poder que tienen las palabras, en su sustancia, mi solidaridad humana a Margarita Vega que está en la otra orilla, en la que dividimos el mundo los periodistas, pero que en el fondo es esa misma orilla apasionada y nunca satisfecha de defender causas justas. Nada nos une pero tampoco ninguna diferencia nos separa. Margarita, a quien conozco por su identidad invicta al diario del jirón Ayacucho ese reconocimiento que sale del corazón pero que no puede expresarse con palabras. Con palabras no se puede sino construir la metáfora del canto de los pájaros, los versos que hablan del aire puro y fresco que tonifican nuestros pulmones.

Con palabras si se puede expresar, sin embargo, la gratitud humana. Una mujer que escribe tiene coraje para enfrentarse cara a cara con la verdad. Pero al mismo tiempo puede ser la dueña amorosa del sueño de sus hijos. Una mujer que escribe escala las montañas más altas y excelsas en pos de sus ideales. Y no se arredra en su camino. Yo me admiro de ese recio talante humano para soportar el dolor. Una mujer que escribe es siempre una hoguera que no se extingue, un huracán que a su paso arrasa con todo y arranca las zarzas resecas de la tierra. Una mujer estremece el mundo con su palabra y lo acaricia como a un tierno hijo con un beso.

Una mujer que escribe no está sola pues mantiene una comunicación invisible con los que la leen o quienes dejan de leerla. Una mujer que escribe tiene la fortaleza de esas palabras que guarda con celo el silabario de la libertad. Una mujer puede tener el nombre de una flor viva que nunca se marchita. Una mujer que escribe es como la experiencia humana que camina y que al convertirse en palabra penetra en nuestra más recóndita intimidad el alma.
(Foto: Oriana Fallaci)

sábado, 20 de diciembre de 2008

SUEÑO CUANDO VIVO O VIVO CUANDO SUEÑO


Por: Miguel Godos Curay

En “El Libro del Desasosiego” anota Fernando Pessoa: “No sé si no sueño cuando vivo, si no vivo cuando sueño”. En efecto el capital mal valioso de los pobres es su capacidad de soñar, capacidad de construir de sus necesidades, sin regodeos, ladrillos de esperanza, panes dulces de deseos, aspiraciones enormes de sus privaciones y transformación de las amarguras en realidades posibles. Los pobres tejen la media de sus sueños con mundos nuevos en donde todos quieren ser mejores con un poquito de la abundancia que injusta y perentoriamente les es negada.

Hay pobres que destilan amargura que viven en el cataclismo de la desesperanza y el resentimiento. También hay ricos inconformes que ignoran en todos los idiomas el lenguaje de la felicidad. Hay pobres de amor e indigentes de esperanza en la abundancia. Hay ricos abundantes de amor en Dios ahí en donde todo falta. He visto niños pobres caminar por el despoblado, camino a la escuela protegidos por la bendición de su madre y el ángel de la guarda. Pero también he visto recoger a niños de escuela en la superlativa comodidad en camioneta cuatro por cuatro sin la bendición de la mamá y con la compañía de un vigilante de seguridad. Cuando se tiene todo se arrincona a Dios y se convierten en gnomos de los cuentos a quienes de noche y de día nos acompañan.

Hay navidades de chocolate aguado que nos recuerdan el amor de Dios. Pero también las hay de opulentas mesas de pavo gordo donde está ausente el amor. Hay navidades alegres ahí en el arenal lleno de necesidades. Hay navidades de hospital donde el dolor consume las últimas fuerzas en una batalla desigual en donde aún resplandece viva la esperanza. Hay navidades de abuelito o abuelita triste de los que nadie se acuerda. Hay navidades de ausencia en donde a pesar de los pesares los que más amamos nos miran desde otra dimensión y nos sentimos tristes.

Hay navidades en los establecimientos penitenciarios en donde con los ojos cerrados se evocan los mejores momentos de la existencia como los niños que contemplan un nacimiento. Hay navidades de periodista con trajín interminable recordando los mejor que hicimos en este año que se esfuma como el agua que corre por la manos. Navidades que nos tocan las fibras del corazón y que nos estremecen en el fondo del alma. Son como ese dedo de Niño con el que nos toca Dios y nos recuerda que la vida no vale nada sin el amor.

Hay una navidad de los inconsolablemente tristes a los que quisiéramos tenderles la mano para que no se sientan solos y decirles que existe una melodía de latidos que forma una cadena interminable hasta el mismo Dios. Hay un poquito de navidad en la confusa conciencia de los que siembran el mal y esperan el descuido de los indefensos para arrebatarles sus pertenencias como la fiera que busca la presa en la soledad de los caminos. Ese poquito de navidad puede crecer en cualquier instante en el que Dios muestra la grandeza del amor cuyas cenizas esperan convertirse brasa en el interior del corazón.

Hay una navidad de todos los peruanos que en este hormiguero humano inmenso se preparan para juntarse en la noche buena. Hay una navidad de los caminos en donde la estrella señala un mejor destino para la patria. Y otra navidad en la que los gobernantes tienen la posibilidad de cambiar el rumbo de esa historia de embustes y de promesas incumplidas. Hay una navidad en la que la promesa firme debe ser acabar con las mentiras dirigidas al pueblo pero también las mentiras que han maquillado de verdad sobre nosotros mismos. Sepan aquellos que mandan que el subversivo nacimiento de Cristo es nacer de la verdad, con la verdad, para la verdad. La necesidad de la verdad es la más sagrada de todas y la mentira una deformación monstruosa con la que el poder corrompe esos mares de buenas intenciones.

DE NACIMIENTOS E INOCENTES


Por: Miguel Godos Curay

La festividad del Niño Dios de Narihualá conserva aún la majestuosidad de las antiguas celebraciones mestizas andinas. No se trata de una conmemoración dolorosa y sangrienta como la de la “Tragedia de la muerte de Atahualpa” o el Moctezuma, que se celebraba en el viejo Tacalá sino de un encuentro alegre de los devotos y devotas con el Niño Dios ante el que se postran con solemnidad los Reyes Magos. La procesión recorre las calles del caserío mientras en las cocinas se preparan estofados de gallina o pavo para el buen yantar de los danzarines y los visitantes.

Chirimías y bandas acompañan al niño Dios sentado en su sillita. Todos los adoran con unción. En la víspera hay velorio, castillos de fuegos artificiales y chicha. En cada uno de los hogares se compra ropa y zapatos nuevos para los niños. Las abuelas se perfuman con agua florida de Murray y Lanman. La devoción del niño Dios es antigua, fervorosa y llena de promesas. Muchas devotas reparten entre los churres mazamorra y dulces. No hay tristezas que recordar sino la alegría que trae el niño. Incluso hasta las amenazas de Herodes a los inocentes tienen que ver con las tomaduras de pelo del día. Anuncios insólitos se repiten en las emisoras para recordar la buena fe de los santos inocentes y burla burlando escarmentar alcaldes.

En todo Piura son famosos los nacimientos. En Paita doña Elauteria Garcés de Cruz, en su famosa panadería del jirón Junín, hoy desaparecida, tenía uno, heredado de sus antepasados, que llenaba de colorido los ojos y de ternura el corazón. Todos los diciembres con mucho primor armaba un nacimiento enorme que recordaba a todos los misterios de la redención. Un detalle eran los cerros, la imaginería, rebaños de ovejas y el itinerario de los Reyes Magos que cada día se aproximaban al pesebre. Macetas con maíces brotando, lagos de espejo, fogatas y una estrella impresionante guiando a los pastores. La elaboración del nacimiento acompañaba la tarea de amasado de pasteles y panteones en la panadería de los Cruz. En Navidad había más demanda de sus delicias cotidianas: cachangas, empanadas, milanes, panes y tostadas. En noviembre los muertos y angelitos. Pan diminuto en honor de San Antonio. El aroma del pan delicioso se expandía por todo Paita.

En pascua doña Elauteria distribuía entre su bíblica y numerosa familia pavo horneado, pastel de fuente, chicha morada y de maní. Ahí concurría el vecindario. En Piura antiguamente, en el barrio norte y en el barrio sur, eran famosos los misterios porque junto a ellos se celebraba la adoración de las pastoras y las jaraneras bajadas de reyes. La Fiesta de los Reyes, que se cumplía con el memorial del señor de la Agonía, no era un acontecimiento casual en Sullana. En cada barrio la piedad erigía su misterio con mucho fervor. No había Papa Noel. Y el chocolate se preparaba con cacao cremoso batido con molinillo canela y clavo. La leche era de cabra y el aroma que despedía el chocolate navideño aún toca con su aroma las infantiles narices.

La adoración del niño era un ritual hogareño. A nadie se le ocurría faltar a la misa del gallo. Era una procesión humana que llenaba los templos en Noche Buena. En muchos pueblos los alcaldes presidían las celebraciones de navidad. En otros la familia entera marchaba al templo. Y durante los fines de semana de diciembre se ensayaban los cantos y se anotaban pastores y pastoras para participar en la bienvenida al niñito. Arrurrú mi niñito /mi niñito adorado/ mi churre bonito /mi clavel rosado. Repetían con regocijo nuestras abuelas.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

HISTORIA DE UN POEMA HALLADO EN AYABACA


Por: Miguel Godos Curay

Una curiosa pieza de bibliófilo, la epopeya amorosa “Telémaco en la Isla de Calipso” obra del poeta don Pedro Joseph Bermúdez de la Torre y Solier, Alguacil Mayor de la Audiencia de Lima. fue la primera conexión con Piura de Pepe Navarro. El códice entregado como presente al periodista piurano Ricardo Vegas García quien a su vez lo regaló a Luis Alberto Sánchez fue encontrado en Ayabaca. Según la opinión de Sánchez puede tratarse del original o de una buena copia de la biblioteca de Bermúdez escrita en 1728. Este fue el tópico literario que abordó José María Navarro Pascual para adentrarse en el gongorismo en su tesis de Bachiller en Humanidades en la Pontificia Universidad Católica de Lima.

Pepe Navarro, con rigor lógico y científico, hizo posibles numerosas y sesudas tesis de cuño germánico en la facultad de comunicación social de la Universidad de Piura. Aún recuerdo las puntuales correcciones a mis primeros artículos escritos con mucho entusiasmo pero sin recato sintáctico. Una de sus recomendaciones fue la de “escribe siempre con la fluidez del que habla”. “Lee y relee antes de enviar los originales”. Sus recomendaciones fueron siempre consejos de amigo. Con él aprendimos a sumergirnos en Wolfang Kayser y en las teorías literarias de René Wellek y Austin Warren. Su mayor virtud fue esa pasión por los libros y el mejor uso del tiempo de ocio de sus alumnos.

Tenía el don de la palabra comedida y oportuna. Siendo Rector y yo alumno me pidió que le acompañara en un recorrido por los grises farallones de Paita junto a Luis Enrique Tord que acababa de publicar su ensayo sobre “El Indio en los Ensayistas peruanos 1848-1948”. Fue una excursión soleada por las playas de Colán y Yacila matizada con historias y recuerdos. Después de la jornada un delicioso cebiche en el viejo barrio de pescadores de La Punta. Pepe Navarro era una conversador erudito de literatura, historia y periodismo. Uno de sus temas de profunda inquietud intelectual fue el itinerario de la visita pastoral del Obispo Martínez de Compañón (1782-1786) que le llevó a redescubrir en infolios parroquiales las cartas e instrucciones del Obispo.

Cuando se ordenó sacerdote nos llenó de cordial alegría. El padre José Navarro fue profesor, rector y vicerrector de la Universidad de Piura, nuestra casa de estudios y decano de la Facultad de Comunicación. Con el padre Javier Chesman Jiménez, el discreto estudioso de Valdelomar y el poeta José Ramón de Dolarea formaron un trío de humanistas inolvidables. Aún resuena su voz en las aulas. Su sonrisa expansiva y sincera y sus palabras incondicionales de aliento. En su oficina del Campus, al morir la tarde, el maestro prosigue absorto en la lectura y el estudio. Un hombre que amaba a Dios con su corazón y con su inteligencia no deja vacíos en la ausencia. Como decía el poeta: “Bajo el cielo de Piura se esconde el alma (de un hombre bueno escribo yo) entre algarrobos verdes y arenas blancas….”

domingo, 7 de diciembre de 2008

CUENTO DE NAVIDAD


Por: Miguel Godos Curay

Aquello de imaginar a los ángeles con bucles, sexo sospechoso y batas de dormir, sostiene Alejandro Jodorowski, nos ha hecho mucho daño. Porque lejos de sentirlos cerca a nosotros hemos acabado por ridiculizarlos grotesca y perversamente. Es muy probable, que con tal facha, en el momento de la anunciación el Arcángel Gabriel hubiera provocado una destornillada de risa en María por su aspecto tan ridículo y huachafo. Nos han vendido el cuento de que le legión de querubines y serafines son criaturas regordetas y obesas y que por la extraordinaria belleza de su canto, es probable, sean todos eunucos. Lo que es inimaginable pensar sea la voluntad de Dios.

Con tales caricaturas, los ángeles, espíritus puros, llenos de sabiduría, amor de Dios e inagotable lealtad quedan reducidos esperpénticamente a la dimensión de las mascotas y no es así. Los ángeles son criaturas que nos acompañan siempre sin ser nuestros clones y los sentimos muy cerca de nosotros cuando enfrentamos peligros y en momentos y circunstancias en que las notas de los diarios apuntan tontamente: “Se salvó de milagro”, “salvó la vida por un pelo”. Nunca se menciona, como debe ser, “se salvó por la acción decidida de su ángel custodio”.

Y si alguien se muere no es responsabilidad de estas criaturas al servicio de Dios. Porque los ángeles agotan esa posibilidad de sintonizar con nosotros. Lo que sucede es que nuestra racionalidad está embotada de caminos falsos, de prejuicios, de orgullo y de un erróneo sentido de la autosuficiencia personal. ¿Pensar en los ángeles?. Eres o te haces nos responden socarronamente.

No hay mente humana que pueda imaginar esa tarea inagotable de los ángeles y los beneficios de su trato frecuente. En los quirófanos de los hospitales guiando la mano que maneja el bisturí. Igualmente acompañando a un conductor por la carretera o a un piloto de avión en plena tormenta. En esos gestos inauditos de bondad que nos salen del corazón. Los ángeles estremecen los bolsillos de los tacaños. Desenredan los problemas y dificultades humanas. Y aunque no son expertos en tareas escolares despiertan el interés en los niños poco aplicados.

Hay ángeles que nos acompañan siempre por las calles de Piura y que evitan que caigamos en los huecos de las alcantarillas. Hay otros que están pendientes de los enfermos y de los que sufren. Son como un bálsamo. Son la esperanza misma pero no los sentimos porque les cerramos las puertas del corazón. Hay ángeles de viejo o de vieja amorosa que van repartiendo bendiciones por el mundo. Lo que sucede es que no los oímos porque preferimos el celular. También hay ángeles de loco que acompañan a todas las personas que por los extravíos de su mente no acaban de encontrarse. Aunque duermen a la intemperie y se alimentan de basura estas personas están vivas y en salud porque Dios y sus ángeles los protegen.

Hay ángeles que deambulan por las universidades y se sienten solos en los rincones de los laboratorios que no se usan y que acompañan en su soledad a los libros que nadie lee. Otros recorren las aulas y les encanta participar en los debates estudiantiles en los que se busca la verdad. Hay ángeles que disfrutan felices el frescor bajo los árboles y otros que se alegran con los trinos de los pájaros. Hay otros que huyen de esos rincones en donde el mal se disfraza de bien para el engaño. Y otros que sufren desconsoladamente cuando malos estudiantes engañan a sus padres.

Hay ángeles que se aglomeran en los servicios de emergencia de los hospitales y aunque no usan mandil visten nubes de blanco. Hay ángeles que protegen en todo aquello que hacen por Dios y para Dios a toda esa legión de curas que envejecen en sus parroquias. Hay ángeles con nombre propio como el de José Maria Doménech que dicen la verdad con cuatro palabras. Y otros ángeles con alma de reportero que pugnan por ingresar a las redacciones de los diarios para anunciar la buenas nuevas.