sábado, 20 de diciembre de 2008

SUEÑO CUANDO VIVO O VIVO CUANDO SUEÑO


Por: Miguel Godos Curay

En “El Libro del Desasosiego” anota Fernando Pessoa: “No sé si no sueño cuando vivo, si no vivo cuando sueño”. En efecto el capital mal valioso de los pobres es su capacidad de soñar, capacidad de construir de sus necesidades, sin regodeos, ladrillos de esperanza, panes dulces de deseos, aspiraciones enormes de sus privaciones y transformación de las amarguras en realidades posibles. Los pobres tejen la media de sus sueños con mundos nuevos en donde todos quieren ser mejores con un poquito de la abundancia que injusta y perentoriamente les es negada.

Hay pobres que destilan amargura que viven en el cataclismo de la desesperanza y el resentimiento. También hay ricos inconformes que ignoran en todos los idiomas el lenguaje de la felicidad. Hay pobres de amor e indigentes de esperanza en la abundancia. Hay ricos abundantes de amor en Dios ahí en donde todo falta. He visto niños pobres caminar por el despoblado, camino a la escuela protegidos por la bendición de su madre y el ángel de la guarda. Pero también he visto recoger a niños de escuela en la superlativa comodidad en camioneta cuatro por cuatro sin la bendición de la mamá y con la compañía de un vigilante de seguridad. Cuando se tiene todo se arrincona a Dios y se convierten en gnomos de los cuentos a quienes de noche y de día nos acompañan.

Hay navidades de chocolate aguado que nos recuerdan el amor de Dios. Pero también las hay de opulentas mesas de pavo gordo donde está ausente el amor. Hay navidades alegres ahí en el arenal lleno de necesidades. Hay navidades de hospital donde el dolor consume las últimas fuerzas en una batalla desigual en donde aún resplandece viva la esperanza. Hay navidades de abuelito o abuelita triste de los que nadie se acuerda. Hay navidades de ausencia en donde a pesar de los pesares los que más amamos nos miran desde otra dimensión y nos sentimos tristes.

Hay navidades en los establecimientos penitenciarios en donde con los ojos cerrados se evocan los mejores momentos de la existencia como los niños que contemplan un nacimiento. Hay navidades de periodista con trajín interminable recordando los mejor que hicimos en este año que se esfuma como el agua que corre por la manos. Navidades que nos tocan las fibras del corazón y que nos estremecen en el fondo del alma. Son como ese dedo de Niño con el que nos toca Dios y nos recuerda que la vida no vale nada sin el amor.

Hay una navidad de los inconsolablemente tristes a los que quisiéramos tenderles la mano para que no se sientan solos y decirles que existe una melodía de latidos que forma una cadena interminable hasta el mismo Dios. Hay un poquito de navidad en la confusa conciencia de los que siembran el mal y esperan el descuido de los indefensos para arrebatarles sus pertenencias como la fiera que busca la presa en la soledad de los caminos. Ese poquito de navidad puede crecer en cualquier instante en el que Dios muestra la grandeza del amor cuyas cenizas esperan convertirse brasa en el interior del corazón.

Hay una navidad de todos los peruanos que en este hormiguero humano inmenso se preparan para juntarse en la noche buena. Hay una navidad de los caminos en donde la estrella señala un mejor destino para la patria. Y otra navidad en la que los gobernantes tienen la posibilidad de cambiar el rumbo de esa historia de embustes y de promesas incumplidas. Hay una navidad en la que la promesa firme debe ser acabar con las mentiras dirigidas al pueblo pero también las mentiras que han maquillado de verdad sobre nosotros mismos. Sepan aquellos que mandan que el subversivo nacimiento de Cristo es nacer de la verdad, con la verdad, para la verdad. La necesidad de la verdad es la más sagrada de todas y la mentira una deformación monstruosa con la que el poder corrompe esos mares de buenas intenciones.

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