sábado, 20 de diciembre de 2008

DE NACIMIENTOS E INOCENTES


Por: Miguel Godos Curay

La festividad del Niño Dios de Narihualá conserva aún la majestuosidad de las antiguas celebraciones mestizas andinas. No se trata de una conmemoración dolorosa y sangrienta como la de la “Tragedia de la muerte de Atahualpa” o el Moctezuma, que se celebraba en el viejo Tacalá sino de un encuentro alegre de los devotos y devotas con el Niño Dios ante el que se postran con solemnidad los Reyes Magos. La procesión recorre las calles del caserío mientras en las cocinas se preparan estofados de gallina o pavo para el buen yantar de los danzarines y los visitantes.

Chirimías y bandas acompañan al niño Dios sentado en su sillita. Todos los adoran con unción. En la víspera hay velorio, castillos de fuegos artificiales y chicha. En cada uno de los hogares se compra ropa y zapatos nuevos para los niños. Las abuelas se perfuman con agua florida de Murray y Lanman. La devoción del niño Dios es antigua, fervorosa y llena de promesas. Muchas devotas reparten entre los churres mazamorra y dulces. No hay tristezas que recordar sino la alegría que trae el niño. Incluso hasta las amenazas de Herodes a los inocentes tienen que ver con las tomaduras de pelo del día. Anuncios insólitos se repiten en las emisoras para recordar la buena fe de los santos inocentes y burla burlando escarmentar alcaldes.

En todo Piura son famosos los nacimientos. En Paita doña Elauteria Garcés de Cruz, en su famosa panadería del jirón Junín, hoy desaparecida, tenía uno, heredado de sus antepasados, que llenaba de colorido los ojos y de ternura el corazón. Todos los diciembres con mucho primor armaba un nacimiento enorme que recordaba a todos los misterios de la redención. Un detalle eran los cerros, la imaginería, rebaños de ovejas y el itinerario de los Reyes Magos que cada día se aproximaban al pesebre. Macetas con maíces brotando, lagos de espejo, fogatas y una estrella impresionante guiando a los pastores. La elaboración del nacimiento acompañaba la tarea de amasado de pasteles y panteones en la panadería de los Cruz. En Navidad había más demanda de sus delicias cotidianas: cachangas, empanadas, milanes, panes y tostadas. En noviembre los muertos y angelitos. Pan diminuto en honor de San Antonio. El aroma del pan delicioso se expandía por todo Paita.

En pascua doña Elauteria distribuía entre su bíblica y numerosa familia pavo horneado, pastel de fuente, chicha morada y de maní. Ahí concurría el vecindario. En Piura antiguamente, en el barrio norte y en el barrio sur, eran famosos los misterios porque junto a ellos se celebraba la adoración de las pastoras y las jaraneras bajadas de reyes. La Fiesta de los Reyes, que se cumplía con el memorial del señor de la Agonía, no era un acontecimiento casual en Sullana. En cada barrio la piedad erigía su misterio con mucho fervor. No había Papa Noel. Y el chocolate se preparaba con cacao cremoso batido con molinillo canela y clavo. La leche era de cabra y el aroma que despedía el chocolate navideño aún toca con su aroma las infantiles narices.

La adoración del niño era un ritual hogareño. A nadie se le ocurría faltar a la misa del gallo. Era una procesión humana que llenaba los templos en Noche Buena. En muchos pueblos los alcaldes presidían las celebraciones de navidad. En otros la familia entera marchaba al templo. Y durante los fines de semana de diciembre se ensayaban los cantos y se anotaban pastores y pastoras para participar en la bienvenida al niñito. Arrurrú mi niñito /mi niñito adorado/ mi churre bonito /mi clavel rosado. Repetían con regocijo nuestras abuelas.

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