domingo, 12 de noviembre de 2017

UN ALGARROBO SIMBOLIZA LA VIDA


Por: Miguel Godos Curay
Desolador aspecto de la avenida Sánchez Cerro frente al mercado central
Un algarrobo simboliza la vida. Entre sus ramas, escribe Rafael Otero, se columpian nidos de aves que al amanecer trinan  y que hoy sin saber donde alojarse tiritan y mueren. Un árbol es mucho más que la apariencia.Es oxígeno puro. Es el aire que revitaliza y el frescor  durante el verano. Un algarrobo como los aserrados de cuajo, salvajemente,  convierte un metro cúbico de agua en cuatro kilos de madera. Es sombra cuando el sol se torna inclemente. Un árbol es vida que preserva la vida. Abastece el fogón del pobre con sus ramas secas.

Rafael Otero aún recuerda como se le pegaban los dedos con el cisco de las  carbonerías cerca al Club de Tiro. Los mataperros  de aquel entonces acudían  a la estación del ferrocarril a cargar  maletas a cambio de algunas pesetas. Diariamente acudían a la estación a verificar el arribo del tren de Paita. Los más diestros y expertos colocaban el oído en los rieles y vislumbrar la proximidad del tren. El lugar de espera favorito eran los bosques de algarrobos entre los arenales a inmediaciones del Club de Tiro, hoy Club Grau, allí echados en la arena disfrutaban del follaje hermoso de los algarrobos. Ahí surgió elemental  la emoción que dio vida a Mis Algarrobos, su terrígena composición. Fue una emoción irrepetible. Ahí  nació: “ Verdes mis algarrobos verdes….”

Las referencias de Miguel Gutiérrez en La Violencia del Tiempo son  ilustradamente exquisitas: “El doctor González caracteriza al algarrobo ( Prosopis chilensis y Prosopis limensis) como “una leguminosa de hojas caducas, tronco torcido, ramas abiertas en sombrilla, follaje de verde oscuro, cuyo fruto es una vaina  de amarillo espeso y de intensa dulzura; hunde sus raíces a una profundidad de quince o dieciocho metros y llega a alcanzar hasta veinte metros de altura; cubre miles de kilómetros entre el despoblado y las zonas situadas en  las riberas costeñas de los ríos Chira y Piura”. Si el algarrobo es el árbol prominente (“árbol milagroso”, lo llama  Sansón Carrasco, pues provee al hombre de madera, combustible y forraje), el término algarrobal o (algarrobal-zapotal) alude a arboledas o a bosques degradados propios del despoblado, Con el tratado del doctor González en mano y con la guía de los leñadores y pastores de la zona, Martín pudo reconocer una parte por lo menos de las variedades de árboles que crecen y conviven a la sombra de los algarrobos.”

Trepar un árbol en donde no existen las cumbres, para los churres, es una experiencia humana irrepetible. En Piura no trepan los caídos del guabo, los estultos, los tontos de capirote, los pisa huevos, los toma tu leche, los que no caminan sin zapatos, los que nunca se bañaron calatos en el río, los que no juegan con barro, los que nunca atraparon una sampapala  para atarla a un hilo y jugar con ella al  vuelo maravilloso de una avioneta con vida propia. Los juguetes de antes eran el trompo, el aro, el maromero, la pelota  y las muñecas de trapo. En tiempos de ventisca las cometas. Otros coleccionaban lagartijas y capazos. Guardaban grillos en Cajas de zapatos para vislumbrar la lluvia.  

Amar un árbol es amar la vida. Por eso en las incursiones por el despoblado apedreamos leñateros cuando salvajemente cortaban sus tallos. Nuestros abuelos colgaban hamacas para la siesta de sueños irrepetibles. Ayer, durante las vacaciones escolares, recogíamos algarroba para venderla como forraje por quintales. Y era bueno el ejercicio. De paso dejábamos la ciudad sin tamarindos para el jarabe de la raspadilla. Hoy nuestro antojo favorito sabe a tinta, tiene color pero le falta sabor. Eran otros tiempos. Atesorábamos pepas de tamarindo, y al cernir  la boñiga de las cabras nos quedaban las semillitas negras  del algarrobo listas para la siembra. Trajinaba Piura de norte  a sur y de sur a norte el manso piajeno del lechero, la verdulera o el aguatero. Hatos de cabras recorrían los despoblados para retornar al caer la tarde a los corrales. Se bebía hectolitros leche de cabra, propicia para que el queso y la natilla. La leche en polvo o en lata que se consumía en los campamentos de Talara era todo un misterio.

Crecimos entre algarrobos de troncos sarmentosos querendones como los abuelos. El algarrobo, tiene fuste y copa foliar. La copa es verde. Según nos dijeron entre los arenales resecos las raíces del algarrobo buscaban los invisibles torrentes freáticos para aplacar su sed y crecían. Hoy como las redes  de tubería de los roba agua están en la superficie, no extiende sus raíces al subsuelo y se nutre de las fugas de estas conexiones clandestinas. Entonces su enorme peso los trae por los suelos. No es un árbol malvado, sucede como en el dicho “en la cabeza del cholo cualquiera es peluquero” quienes los podan  nunca los han tratado con afecto y con ternura. Decía mi abuelo que tenía pasión por un añejo algarrobo frente a su casa del jirón Meléndez en Paita. Este árbol es una bendición. Refresca en el verano y sus ramas secas calientan el invierno.

Con su vidriosa goma me preparó mi primer gomero para pegar coloridos cromos, trabajos manuales, libros  deslomados. Juntaba goma en cantidades inimaginables  para preparar con cal pintura para blanquear la frontera de la casa. Con la goma y una pluma de gallina cubría las heridas porque en su costra no se reproducía ninguna bacteria. Con las ramas verdes hervidas había tisana para la higiene de las paridas. La flor de la ceniza cernida cicatrizaba ombligos de los recién nacidos antes de inventarse el polvo secante.

La vieja arquitectura piurana utilizaba durmientes de algarrobo. Las cruces de los cementerios incorruptas y centenarias eran de algarrobo. La mejor leña y el carbón  se obtenían de sus ramas secas. Los durmientes del ferrocarril que unía a Paita con Piura y Sullana fueron su incondicional aporte al progreso. De sus vainas doradas, que los niños mordisqueábamos por su dulzor se alimentaban cabras y piajenos. Las abuelas las hervían para preparar yupizín nutritivo y cuando no elaborar la melaza tonificante llamada algarrobina. Tónico para recién casados y dulce para las mejores ocasiones. El burro, o piajeno piurano debe su fortaleza muscular a la algarroba.

La remodelación de la Sánchez Cerro es una brutal masacre de algarrobos. Como observan los vecinos se están colocando bloquetas de cemento en todas partes. Los espacios para áreas verdes no existen porque según los inteligentes técnicos de Cosapi impedirán la visión de los conductores. El Estudio de Impacto Ambiental (EIA) de la obra es un documento inaccesible. Tampoco la Fiscalía del Ambiente interviene en este aleve arboricidio.

Un árbol necesita espacio, la tierra respira. Cuando por remodelar la Plaza de Armas de Piura y colocarle loseta se sacó el recoche, el ladrillo recosido, que sostenía las baldosas los viejos algarrobos, ficus y tamarindos sembrados por Don Francisco Reusche se vinieron por los suelos. Ayer, nuestra Plaza de Armas era fresca,parroquial, íntima y hermosa. Hoy con las justas mantiene en pie los pocos árboles que tiene. Lo acontecido en la remodelación de la Sánchez Cerro es  un desgarro del alma de Piura en el espinazo de la ciudad.

Anota Reynaldo Moya: “en el desierto de plata refulgen verdes las esmeraldas”. Son las copas de esos algarrobos añejos y centenarios que se resisten a morir. La ingratitud al galope es capaz del peor de los abusos. ¡Que Piura tan indiferente a la brutalidad! ¿Qué Piura tan despojada de sí misma? ¿Qué Piura tan estafada por los ilusionistas de la modernidad? ¿Qué Piura tan extraviada incapaz de reconstruirse moralmente a sí misma? ¿Qué Piura tan lotizada, canibalizada, rematada, depredada, despojada, olvidada, desintegrada de su propia esencia? ¿Qué Piura tan engatusada por la reconstrucción  cuando se avecinan las lluvias? ¿Qué Piura tan indiferente a las siete plagas? ¿Qué Piura tan desmemoriada y embalsamada al mismo tiempo? Ayer repetía el poeta José Ramón de Dolarea: “Bajo el cielo de Piura descansa el alma entre algarrobos verdes y arenas blancas” Hoy los algarrobos están tristes y las arenas desoladas.

miércoles, 1 de noviembre de 2017

LA SEÑORA MUERTE

Por: Miguel Godos Curay

La muerte es un dejar de ser. El que muere ya no es. ¿Tiene sentido el morir humano? Morir duele porque  nos desconecta  de los sentimientos a los que amamos. El filósofo español José Luis López Aranguren (1909-1996), enumera  las actitudes humanas que despierta: Hay una muerte  eludida, la apropiada, la absurda, la negada y la buscada. Vivir sin pensar en morir es una ilusión. Todo pasa y todo queda, dice el poeta. Eludir a la muerte es un olvido aparente. En realidad somos transitorios y efímeros. Vana pretensión de atrapar el aire con la yema de los dedos.  La muerte apropiada es parte constitutiva del ser. El poeta Jorge Manrique (1440-1479) es muy explícito  al definirla:Nuestras vidas son los ríos /que van a dar en la mar,/que es el morir;/allí van los señoríos/ derechos a se acabar/y consumir;/allí los ríos caudales,/allí los otros medianos/y más chicos,/y llegados, son iguales/los que viven por sus manos/ y los ricos”.

Muerte absurda es una mirada de desconcierto ante el cuerpo sin vida de Marilyn Monroe. Es la muerte sin sentido que nos deja sin aliento. Es el pasmo frente al terror. La hemos sentido en la mesa de la morgue ante el cadáver  de un joven  suicida. La desolación golpea todo lo que toca. La muerte negada es otra manifestación visible de la elusión. Es la explicación inexplicable de la  universal costumbre de sacar a los muertos de los hospitales por el postigo. En Piura, el muerto entra al nicho de la misma forma con la que vino al mundo. El rezo dura nueve días en los que según la tradición no se barre. Y se mantiene un vaso con agua para la sed eterna del ausente.

Hoy los cadáveres son embellecidos y maquillados como si estuvieran  vivos. Abundan los analgésicos, ansiolíticos y anestésicos para que el moribundo no sea consciente de su muerte inminente. Peluqeros,  expertos en el arte de embellecer preservan su ajuar que atrae a los vivos.  A ello se suman las “mentiras piadosas” de los galenos para  esperanzar falsamente al moribundo atenuando la desesperación y vendiéndole expectativas de vida cuando la muerte está próxima.

Acuérdate de la virgen porque te vas a morir resuena el verso lorquiano. Sentir la muerte cerca es una experiencia humana inagotable. Sopor intenso que humedece el lecho, ronquera, sumada a los ruegos. La rigidez y la pérdida del aliento frente al espejo como prueba final de los abuelos. Mirar a la abuela y sentir su placidez envidiable. Mortaja según sus deseos. No hay lágrimas en los ojos. Es el rito postrero de la familia.

Francisco de Asís, agobiado por la enfermedad  y consumido por la ceguera advertido por los médicos de la proximidad del final prorrumpió: "¡Bienvenida, hermana Muerte!" era el  3 de octubre de 1226.  Después de escuchar la lectura de la Pasión del Señor según San Juan. Francisco quedó en total silencio. Tenía solo 44 años. Esperaba a la muerte como compañera al final del camino. Heidegger (1889-1976) distingue entre el arrebato físico de la vida y la pre-ocupación. Pre-ocuparse es anticiparnos a nuestra propia muerte. Con o sin angustia y hasta con ironía y humor.

El maestro Víctor Delfín recuerda que  era costumbre de familia comprar un ataúd a la medida el que envuelto en papel bolsa se colocaba en la tranca  de la casa de Bellavista, en el Bajo Piura, como una insólita encomienda. El depositario anualmente lo limpiaba con charol y trementina, lo probaba, hasta que llegara el día. Otros puntillosos de las decisiones postreras elegían  el lugar para descansar,  el paisaje acogedor sin mala compañía. Apuntando a un rincón preferido como expresión del último deseo.

Es la historia  vital de Joaquín Schwalb López Aldana. Se internó en el desierto de Sechura durante catorce años. Fue el visionario de su enorme riqueza. Se enamoró perdidamente de él y fue presa de sus arrobadores y misteriosos encantos. Muerto el 2 de junio de 1996,  las cenizas del zahorí, fueron esparcidas entre las dunas y  los arenales que mueven los vientos. El polvo de sus huesos se confundió con la tierra que amó irresistiblemente. Ese fue su último deseo. Morir para vivir ahí donde el mar besa la tierra.

La ironía frente a la muerte es refrescante. José Guadalupe Posada (1852-1913) el ilustrador y caricaturista mejicano hizo de la muerte el personaje risible de sus ocurrencias. Sus calaveras, calacas, catrinas son inolvidables. De sus manos  y pinceles surgieron calaveras montadas a caballo, en bicicleta,  que desnudaban las lacras sociales, la miseria y los yerros de los encumbrados políticos del país. 

La Calavera, fue también personaje de Diego Rivera, denunciando a través del grabado a los  indígenas enriquecidos por la corrupción. Despreciando sus orígenes y costumbres, subyugados por las modas europeas.  “La muerte es un espejo que refleja las vanas gesticulaciones de la vida (…) Una sociedad que niega la muerte, niega también la vida" anota Octavio Paz en El Laberinto de la soledad. El mejicano no teme a la muerte sino la angustia de la vida llena de angustias y sufrimientos.

La muerte absurda es la inesperada. Llega sin que nadie la anticipe o la llame.  Sartre (1905-1964) se interroga abiertamente.  ¿La muerte es la continuación de mi vida sin mí o la nada? Una ausencia de posibilidades frente a un imposible. Nos quedamos entre la nada absoluta o la presencia de Dios. San Pablo dice: “ninguno muere para sí mismo, morimos para el Señor”.

La muerte eludida es una forma de evasión.  López Aranguren puntualiza “La muerte, hoy por hoy, no puede ser eliminada. Pero la preocupación por la muerte sí”. Por eso los viejos imitan y se comportan como jóvenes. No sólo utilizan atuendos coloridos y desencajados sino asumen formas de vida fuera de contexto. Hoy la prolongación de la vida hace prósperos a los grandes negocios farmacéuticos. El pobre se resigna a morir, el rico invierte en prolongar su vida por todos los medios. Poco a poco, nos olvidamos de la muerte cristiana con viático. Del rito familiar de consuelo y despedida. De la bendición postrera y de la oración conjunta. De la resignación esperanzada en la resurrección de Cristo. La muerte tiene un  sentido ético profundo como último acto humano. Un retorno irrepetible e ineludible. Un dejar concluida la tarea. Un se acabó y punto final.