domingo, 12 de diciembre de 2010

LOS PECADOS CIVICOS


Por: Miguel Godos Curay

Si existen pecados cívicos el primero de ellos es el cambiar del lugar monumentos o el remodelar plazas en buen estado. De ello bien pueden dar cuenta nuestras ciudades. En Piura, el retirar los ladrillos de recoche y colocar unas coloridas y resbalosas losetas dejó sin respiración a las raíces de nuestros ficus y tamarindos en nuestra Plaza de Armas. Hoy es un cementerio de árboles que a duras penas se mantienen en pie. En Tambogrande, el arboricidio fue salvaje y brutal. Árboles frondosos fueron arrancados de cuajo y el hermoso paisaje alterado para la posteridad. A ello se suma el armatoste de ladrillo y cemento construido en el acceso principal al pueblo. El resultado del disparate municipal es un mojón gigante de cemento. El perfecto y alucinado sueño de un imbécil.

La misma sensación se siente en Paita, en donde poco o nada se pudo hacer para esos ímpetus demoledores. Gracias al coraje de algunas señoras se logró mantener los pocos árboles en pie. En Sullana, al capricho consumado, se suma la tala ordenada por alguna mano siniestra para que se aprecie la desencajada estructura del edificio de la Caja Municipal. Los ayer hermosos jardines son unos terrales insoportables en los que cada día desaparece el espacio verde. El último despropósito está en Castilla. Alcaldes y regidores botarates deberían ser perseguidos hasta las últimas consecuencias por la Contraloría. También los colegios -de ingenieros y arquitectos- deberían advertir a la sociedad de esos constructores y constructoras expertas en desatinos vergonzosos para que las nuevas gestiones municipales no se conviertan en un festín de ladrones y sinvergüenzas. La cosmética urbana como cualquier cosmética es una ilusión perentoria para provocar la apariencia de progreso y desarrollo. Al final de cuentas “aunque la mona se vista de seda, mona se queda”. Quedan plazas para una nueva y cuantiosa remodelación, sin espacio para la vegetación, circundadas de basura hedionda.

De todas las plazas que hemos recorrido una de las pocas que conserva su belleza es la de Chulucanas y como tal debe ser preservada de la botellería de plástico y las bolsitas de las golosinas. En los presupuestos participativos debería priorizarse, con sensatez, la inversión pública que mejore las condiciones de vida de las poblaciones. Atención a las necesidades básicas de salud y educación. Mucho de lo hecho hasta hoy son locales comunales que no se usan, bibliotecas que permanecen cerradas, capillas sin feligreses por todas partes, coliseos deportivos convertidos en fumaderos y estadios como el Miguel Grau que sólo se llenan por los resortes de la fe. Después nada. La educación y la salud siguen siendo tareas pendientes. Mientras tanto, encontramos en cada espacio público diseños arquitectónicos y de ingeniería peleados con el sentido común. Basta ascender por la escalera de la pinacoteca municipal para darnos cuenta de los mamarrachos consumados y consumidos. Últimamente, por ejemplo, están de moda los puentes con nombre propio. Dinero público colocado como postre a los especulativos negocios inmobiliarios privados.
Instituciones como la Universidad Nacional de Piura y sus estudiantes viven hoy en carne propia la perturbación de sus actividades académicas a consecuencia del explosivo impacto de los megacentros comerciales que encajonan el recinto universitario sin una compensación efectiva que repare los daños causados. Ruido insoportable, interrupción del tránsito, cortes de las vías y la conexión -sin mayor reparo- a las redes públicas de agua y alcantarillado. Aquí no hubo Estudio de Impacto Ambiental. Las consecuencias de la imprevisión serán visibles los próximos meses. A no ser que se garantice un acceso, sin interrupciones, a lo largo de la margen derecha del Río Piura para los pobladores del norte de la ciudad. De ahora en adelante habrá que soportar el intenso tráfico, el embotellamiento y los elevados costos del transporte.

Gregorio Duval, autor de un libro de hechos insólitos, cuenta que Virgilio preparó un funeral digno de emperadores a su amada mascota. Su “mascota”, era una difunta mosca verde como las que abundan en Piura. La ceremonia se celebró en su mansión, amenizada por músicos, a la misma fueron invitados las personalidades más relevantes como Cayo Mecenas, su protector. Se bebieron los mejores vinos y degustaron los platos más exquisitos. Y la susodicha mosca muerta fue enterrada en un mausoleo construido de fino mármol en sus tierras.

Todo este derroche, similar al de algunos de nuestros alcaldes, supuso un gasto de más de 800 mil sestercios para los bolsillos del apesadumbrado Virgilo. Podemos imaginar el gasto si tenemos en cuenta que el arriendo de un mansión romana de la época era de 2 mil sestercios anuales. Sucede que eran los tiempos del Segundo Triunvirato en la república de Roma, una alianza de cinco años realizada entre Marco Antonio, César Octaviano y Marco Emilio Lépido, tras el vacío de poder originado por el asesinato de Julio César. Llegó a oídos de Virgilio que el Triunvirato pretendía promulgar un decreto por el que se expropiarían las tierras de los terratenientes para repartirlas entre los soldados “jubilados”. Este decreto excluía a los terrenos en los que hubiera tumbas por considerarse sagrados. Con esta pequeña artimaña las tierras de Virgilio se libraron de la expropiación.

No estamos en Piura para nuevos pecados cívicos. Mucho menos para elefantes blancos. Ni para hacer mausoleos a las moscas como el avisado Virgilio. Por eso creo que el Nóbel a Mario Vargas Llosa reivindica y glorifica de algún modo a los piuranos. Todos los homenajes son plausibles si los mismos van acompañados de una apuesta por la cultura popular que ponga en las manos de los niños pobres y de lo estudiantes aplicados sus libros. Las obras de un autor elevado a las cumbres de la literatura y el reconocimiento universal. Habría que rescatar lo poco queda de la Piura que fue escenario de la vida de Vargas Llosa. Pero también contribuir a refrescar los laureles del Colegio San Miguel. Hemos sido testigos en Cuba de la devoción unánime por José Martí. Su pensamiento luminoso brota de la boca de los niños, los hombres, las mujeres, los maestros y los ancianos. En Piura, necesitamos replicar esta experiencia. Apropiarnos de la obra, la palabra y el pensamiento de Vargas Llosa. El mejor homenaje que le podemos tributar es leerlo y conocerlo. No convertirlo en un fósil exquisito. Sentirlo palabra viva, no palabra vacía. ¿Me entendieron?
(Foto: Tambogrande, el aluciando sueño de un imbécil)

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