sábado, 28 de julio de 2007

LAS CATEDRAS DE LA LUJURIA



Por: Miguel Godos Curay


La clausura de las pasadas Olimpiadas Regionales Universitarias, por el despropósito de alguno de los organizadores, se convirtió en un espectáculo grotesco y vulgar, impropio de una mañana deportiva universitaria en donde el saludable espíritu de competencia acompaña de modo fecundo el ocio académico. La intempestiva presentación de una jovencita que en traje menudo empezó a mostrar lúbrica sus atractivos físicos desafiando la gravedad y colocada como cereza de torta para culminar una actividad universitaria no sólo desencajaba en la escena. Sino que demostraba la pobreza de gusto de sus mentores acostumbrados a los recovecos de las discotecas. Algunos concurrentes -comentaban con sorna- que lo que se quería, en el fondo, era promocionar con cimbreantes caderas una nueva especialidad de marketing publicitario. Otros, que el desliz, es la consecuencia de los afanes estudiantiles por obtener una nota aprobatoria proporcional a la audacia. Por supuesto sin tener que quemar neuronas estudiando.

Las autoridades asistentes reaccionaron de diverso modo: El Presidente Trelles Lara -sin esperar explicación y con la seguridad que hay tareas de mayor responsabilidad y seriedad- se retiró con visible descontento y desconcierto. Los otros se quedaron entre el rubor, el reclamo y la sonrojada convicción de una metida de pata por un ridículo afán de exhibición. Últimamente en Piura el afán de notoriedad mercantil de algunos establecimientos académicos no tiene límites. Y es de esperarse que estos malabares publicitarios prosigan con la promoción académica de cursos intensivos de movimientos de caderas al estilo Shakira, la danza del ombligo y otros arrumacos que se pretenden vender como oferta académica.

Preocupante, realmente es lo que acontece en muchas universidades de reciente creación. Ofertan cursos como conejos sacados de la manga. Los mismos no existen en los códigos universales de la UNESCO. Mejor dicho no tienen código ni equivalencia. Lo peor del caso es que los estudiantes embaucados cumplidos los dos ciclos buscan por todos los medios e influencias posibles ingresar a la universidad pública pretendiendo convalidar cursos inexistentes.

Otra es la patología de los concursos estudiantiles de belleza cuya práctica subsiste hasta en facultades en donde se proclama a los cuatro vientos la equidad de género. Mientras en las aulas se predica la igualdad, fuera del aula se promueven los discriminatorios concursos de belleza. No faltan igualmente las actividades no académicas que dan pie al solapado acoso estudiantil y a las insinuaciones de docentes que dicen acabar con la “mojigatería” de algunas estudiantes. Estos hechos finalmente no se denuncian porque las calificaciones se convierten en arma manipulatoria.

Realmente el acoso sexual en las universidades no se denuncia a lo que se suma el poco sentido ético y profesional de algunos docentes universitarios que no distinguen entre su responsabilidad y los derechos de los estudiantes a ser respetados. La mayor presencia de la mujer en la universidad ha construido espacios para su participación lo que no significa que estén exentas de la amenaza del acoso sistemático a través de la agresión desembozada, las bromas sexistas, el menosprecio, la insinuación y la amenaza.

El problema persiste y las estadísticas son numerosas. El acoso masculino y el homosexual menudean como el comercio ambulatorio. Incluso existen perfiles psicológicos que pueden servir de advertencia a las potenciales víctimas. Un alternativa eficiente para el destape de estos casos es la Defensoría del Estudiante como un mecanismo de acopio de denuncias otra son los oportunos cursos de ética y moral profesional. No olvidemos que entre los catedráticos de la lujuria abundan los que se les hace la boca agua tras la exhibición de caderas y los opositores gratuitos a los cursos de ética.

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