domingo, 5 de diciembre de 2010

JA…JA…JA…JO…JO…JO….JI..JI..JI


Por: Miguel Godos Curay

Los comerciantes del mercado aunque intenten disimularlo las están viendo negras. También los supermercados urbanos. Ambos creen que la curiosidad y veletería de los piuranos se desparrama en los negocios nuevos. Y pasada la fiebre los clientes volverán como las oscuras golondrinas a adquirir sus productos de primera necesidad con kilos de 700 gramos, cuartillas de veinte limones, papas, camote y caballas vendidas en el suelo, esqueletos de pollo para disimular el caldo. Frutas remaduras y en mal estado. Ninguna de estas elucubraciones es cierta. El que vivamos en el moho no significa que nos guste la suciedad. Cuando descubrimos que podemos comprar bueno, limpio, con peso completo y a mejor precio. La boca se nos hace agua. En economía de escala los que compran en grande pueden bajar sus costos. Los chicos pujan y tienen que recurrir al recurso de compensar su bajo precio con gramos menos. Lo que en economía global, altamente competitiva, no funciona. Se compite con calidad y precios. A todo ello se suman las estrategias arrolladoras del marketing. Finalmente, los peces grandes devoran a los peces chicos.

¿Qué pueden y deben hacer los pequeños comerciantes? Los pequeños pueden y deben asociarse. Un riesgo para cualquier organización es la informalidad. El creer que al ama de casa le encantan los apretujones, la basura circundante y los productos baratos de mala calidad. Los tiempos han cambiado. No hace mucho contábamos a nuestros lectores la experiencia de instructores chilenos de pesca de palangres que recorrían el mercado de Piura. Su mayor desencanto estuvo en el mercado de pescado. Reproduzco la impresión. “No es posible que los peruanos y piuranos digan que el pescado es el alimento del futuro y lo vendan sobre baldosas sucias, lo laven en aguas inmundas y lo envuelvan en periódicos. No es posible –en cambio- que en el mercado de Piura y en las tiendas del centro de la ciudad los zapatos se exhiban en vitrinas. Los zapatos por más hermosos que sean van a pisar el suelo. Pero al pescado que nutre a los niños y a los jóvenes que son el capital de este país. No podemos darle ese trato infame. El día que los peruanos coloquen el pescado en vitrinas habrán dado un salto de progreso y desarrollo extraordinario”.

Lo mismo hay que decir y repetir a los pequeños comerciantes. Ser limpios y ser honestos no cuesta sino la decisión de hacer mejor las cosas. No podemos continuar con esa indiferencia y sometidos a la manipulación de quienes gozan y disfrutan a gran escala de la informalidad. La economía es un factor muy dinámico y el tren de la historia no pasa todos los días. Hay que mejorar lo que sabemos hacer procurando la satisfacción de los usuarios y consumidores. No es tiempo de quedarse paralizados o cruzados de brazos. O esperar la providente intervención del Cautivo de Ayabaca o la Virgen de la Puerta. El Cautivo y su mamá ayudan a quienes se ayudan. Una fe inactiva no sirve de cimiento a la esperanza. Un predicar sin hacer es pura paja. Hay que cambiar aunque nos duela y nos cueste. Fácil es para cualquier candidato aprovechar a las mesnadas de huevos fritos y timoratos y empujarlos a la protesta callejera. A escupir al cielo con los resultados que todos conocemos.

Recomienda el marketing estrategias para mantener la lealtad de los clientes. Los clientes son el principio y fin de cualquier negocio. El tener clientes satisfechos es signo de éxito. El tener clientes leales no es sino la consecuencia de un buen servicio y de calidad. El buen vendedor es como el buen profesor al que buscan y quieren sus alumnos. Es el que enseña no el que engaña. No es el que dicta sino el que comunica. No es el que habita en una torre de marfil sino el que pisa el suelo con sus pares y les ayuda descubrir que la realidad es lo que es, no, lo que a cualquiera se le ocurre que sea.

¡Acción y decisión! Es una frase para estos tiempos de tribulación y angustia pero también para una contemplación del mundo con otros ojos. Una madrugada pasada en la ruta de la carretera de Chiclayo a Piura he visto subir en la combi, en plena madrugada, a doña Témpora con sus hijas Julia y Angelita cargando sus galoneras y bidones de buena chicha de Tabanco. En la penumbra estas mujeres se encomiendan a sus devociones porque van a empezar un día de Dios. Por eso, son corteses y no despiden malhumor como esas viejas que sacan a pasear el perro por la cuadra todas las mañanas. Uno no sabe finalmente si la vieja pasea al perro o el perro pase a la vieja. Finalmente ensucian el parque donde juegan los niños.

Iniciado el recorrido por la ciudad Doña Témpora abre los ojos para ver donde empieza una nueva construcción. Así distribuye a sus hijas con sus canastos y fuentes por toda la ciudad. Ella utiliza una curiosa estrategia. Averigua ¿cuántos obreros hay? y ¿cuánto tiempo durará la obra? De este modo calcula los litros de chicha que venderá por jarras y la cantidad de cachemas y caballas que va a necesitar para el cebiche. Doña Témpora no sabe leer. Pero con un bolígrafo marca en su brazo el número de jarras que vende y lleva una cuenta perfecta de su negocio. Pasada la tarde, se reúne con sus hijas y con algunos comprados, retorna hacia Tabanco. Una de sus ilusiones es comprarse un celular de sesenta soles para comunicarse con la “base”. Y ha pensado llamar a su casa desde una cabina pública para recibir encargos de comprado. “Plumones, cartulina, café en grano, jabón, papel cometa, pilas” que ella puede llevar desde Piura con un recarguito módico. Según su contabilidad si se gana con la chichita. Para el “merco” no falta. Los churres pueden ir a la escuela. Las “chinitas”, la Julia y la Angelita usan blue-jeans y cuando culminen la secundaria se irán al Senati. Son modernas pero no se arriesgan a usar lentes oscuros porque vayan a decir que están “mal de las vistas”.

La estrategia de Témpora es marketing puro. No lo aprendió en ninguna escuela de negocios o en alguna universidad. Es una enseñanza de la escuela de la vida. Es marketing el buscar oportunidades y aprovecharlas. El no cruzarse de brazos, el tener saltos de progreso humano. El cambiar para bien. El formalizarse. El pensar en el futuro con los pies puestos en el presente y liquidando ese pasado que como un lastre nos arrastra a la incompetencia. Al entender que la fe mueve montañas cuando se tiene la mirada limpia y la fe puesta en Dios dador de vida de salud y de libertad. El entender que el sembrar el bien tiene un rédito enorme. El fortalecer nuestros valores. El creer en la solidaridad y en la competitividad de los mejores y que la alianza de los peores será siempre una jalea de fracasos.

El creer para crear, el apostar por la educación de los hijos antes que por las posesiones materiales. El entender que las personas no valen por lo que tienen sino por lo que saben y lo que hacen. El entender que duermen mejor los que fatigados de tanto trabajar reposan como ángeles que los que pierden el sueño preocupados por fabricar dinero. Una cosa es la vigilia del genio y otra es la inseguridad producto del mal genio que provoca la amargura de no tener todo el billete acumulado. Finalmente con dinero no compras salud ni felicidad. El entender que un infarto. Una palabra que tiene siete letras acaba con las pretensiones de los necios. El amor por la vida no es la cinta pegalotodo para unir los pedazos de un billete roto. El amor por la vida es ese contento de caminar con el viento en el rostro. Ese jarro viejo de café que nos revitaliza las mañanas. Ese encuentro con amigos que como tú valoran la amistad como el mejor don del ser humano. Ese reencuentro alegre con los que sufren y de los que nadie se acuerda. Ese caminar por la ciudad porque nos olvidamos del dinero para el pasaje y no nos angustiamos tontamente. Ese reírnos de nuestros errores, esa despreocupación porque nos falla el tinte en la cabeza porque compramos juventud a la fuerza. Esa vehemencia por descubrir la felicidad en la compañía de cada uno de los miembros de tu familia empezando por aquellos que se empecinan en escabullirse del afecto y la ternura. En perderle miedo al reloj que nos recuerda que llegamos tarde. Ese soportar a los insoportables y a los testarudos porque en el circo de la vida hay payasos y payasas en todas partes. Con un Ja..ja.ja.. el otro día aparecieron las pintas de un candidato en plena avenida Sánchez Cerro. Y el taxista observador me advirtió que los mismos autores de la pinta fueron los autores de la visual carcajada. Porque así los contratan de nuevo. Jo..Jo..Jo.. resuena la sonora carcajada del rubicundo panzón que anuncia la noche buena. Ji….Ji...Ji es la sonrisa socarrona y feliz de la Témpora cuando cada tarde retorna a su casa.

1 comentario:

Mark de Zabaleta dijo...

Buena descripción del equilibrio entre la oferta y la demanda...la mano invisible de Adam Smith.