Por: Miguel Godos Curay
Causa extrañeza el escozor con el que
a veces escribimos, después de leer, pensar y enseñar. Es lo que hacemos a
diario. Sin miramientos, vivimos entre libros comprados cuando sentimos irresistibles
ganas de penetrar en sus contenidos. O cuando están a bajo precio en el suelo. Hoy
no está de moda el buen pensar, la guerra, los misiles y las hostilidades mundiales
son como el afán de notoriedad a cualquier precio. Capturan la atención en el
momento. La violencia y la pornografía buscan ganar adeptos en las redes
sociales. En este escenario hay quienes detestan los libros, los dejan asolear
en los techos y creen en su inutilidad porque acabaron sus estudios sin
aprender nada. Otros los odian y se deshacen de ellos como si perturbaran su
existencia. Hoy son más lo que no leen que los que leen.
Los que no leen y olvidaron lo
aprendido son analfabetos funcionales: saben leer pero no leen. Para ellos leer
es un lejano recuerdo. Son como los lectores de diarios que van a la página de
deportes o leer las rebuscadas mentiras de los horóscopos. Quienes desconocen el
trabajo en las redacciones. Ignoran, por ejemplo, el refrito del que se nutren
los augurios para cada signo. La mentira a la orden del día. La superstición al
galope algo así como los sortilegios de los chistosos chamanes de la Laguna
Negra de Huancabamba. Realmente entonan huevadas y escupen babas a los
buscadores de suerte y fortuna.
Los buenos lectores son escasos como
los telegrafistas código Morse. Leer distrae, informa, activa el cerebro,
alienta y apasiona en el buen uso del lenguaje. En cada página se aprende y en
otras se corrigen los yerros del corrector. Al fino humorista don Augusto
”Pelau” Feijó autor y editor de Chilindrinas los correctores de pruebas del
periódico eran “jodedores” de pruebas pues cada vez que empleaba términos del
habla popular los corregían con el diccionario y le quitaban el sentido
humorístico de su perversa lira. Una flecha sin veneno es como el impacto del
matacojudos. Ayer parte del ornato de la ciudad.
Don Vicente Seminario Reto distribuidor
puntual de El Peruano en su local del jirón Libertad aprendió mucho en la
lectura de la gaceta. Y cuando no leía, se entregaba a su negocio piurano de
alquimista y vendía por varas, libras y onzas: azufre en barra y en polvo, alumbre,
sal de soda, piedras de destilar agua traídas de la Silla de Paita, la pez que
regateaban los violinistas; los ebanistas finos encontraban goma laca,
trementina y, alcohol de su propia destilería. En su tienda había desde jaulas
para perico, raticidas fulminantes y una serie de reliquias misteriosas como
los pistolones que guardaba debajo de su cama. Y el sable del finado don Miguel
Gerónimo Seminario y Jaime. Vicente era un genio. Fabricó un motor para auto
que funcionaba con kerosene. Y su fascinación era una cocina solar construida
con cartón de empaque y platinas de cajetillas de tabaco. Otro una terma para tibiar
el invierno. Sus inventos funcionaban. Era muy ameno en la conversación e
impresionante en sus memoriosos relatos. Elocuente en la historia de Piura. Un
narrador inagotable con fabuloso ojo de vidrio.
Frente a la Plaza Pizarro, que
pretenden demoler, los pisa huevos del gobierno regional, estaba la imprenta de
don José del Carmen Rivera, el editor de Ecos y Noticias, el primer diario del
Perú impreso en papel de colores. Riverita no tuvo mejor rapto creativo ante la
escasez de papel que utilizar pliegos de papel cometa de colores. Su diario no
dejó de aparecer. En muchas ocasiones el periodista y editor, frente a la
eventualidad de amenazas, colocaba candado al enrejado de madera de su redacción
y taller. Sucede que muchas veces olvidaba el escondite donde guardaba la
llave. La memoria se iluminaba cuando el recuerdo fluía tras la misteriosa cerradura.
Un lector acucioso mezcla de corrector
ortográfico y analista profundo fue don Evaristo Lozada Valencia en la
redacción de Correo. Leía hasta los avisos y se percataba de detalles
insospechados. Empezaba con la lectura de los diarios capitalinos El Comercio y
La Prensa, proseguía con La Crónica, Expreso posteriormente con La República y los
tabloides locales El Tiempo y Correo. Les extraía el néctar noticioso. Los
acontecimientos políticos nacionales y locales. Era el guardián de la redacción.
Ahí transcurría el día desmintiendo rumores como cuando se robaron mil millones
del blindado carro porta valores del BCR. El robo concentró la atención en los
jirones Libertad, Callao y se perdió en las inmediaciones de la urbanización
Los Cocos cerca al Club Grau. La balacera dejó un efectivo de la Guardia Republicana
muerto. “¡Evaristo se llevaron todo el billete del BCR!” Le dijeron. A lo que
respondió seguro. “En el centro de Piura sólo se roban monederitos”.
Caustico en política, acucioso en los
datos, cordial y amable a la antigua, solemne en las respuestas por teléfono.
Memorioso en las anécdotas y puntual en la cena en el comedor del diario Correo.
Vivía sólo a inmediaciones de la Plaza Pizarro y era conocido por todos los
fotógrafos ambulantes de cajón que ocupaban este rincón de la ciudad. Con sus
carillas dobladas y su bolígrafo era un buen datero del acontecer citadino.
Puntual en la entrega de sus notas, escrupulosamente impecable con sus camisas
almidonadas. De gestos sorprendentes. Una mañana nos sorprendió con un paquete
de libros de Eduardo Congrains Martin sobre la guerra con Chile y un releído ejemplar:
"Diez días que estremecieron el
mundo" de John Reed, periodista norteamericano testigo y autor de esta crónica
testimonio sobre la revolución Rusa de 1917.
El periodismo siempre fue una pasión
existencial profunda y desbocada. Una aventura incierta en busca de primicias.
La primicia marcaba la distancia con los colegas de otras redacciones. No solo
se trataba de estar primero en los escenarios de los acontecimientos sino
extraer con precisión el tuétano de la noticia. El compartir noticias con el dispositivo
celular en mano -como se acostumbra hoy- es una perversión poco periodística.
El periodista es un indagador metódico, un cuestionador insatisfecho, un
analista de respuestas. Un buscador solitario de noticias. El periodista de
ayer nunca daba pelota a las notas de prensa recomendadas por los relacionistas
públicos.
Los redactores de ayer se secaban las
manos con las notas de prensa que llegaban a la redacción. Al hacerlo repetían
a boca de jarro ¡cuidado con la mermelada! Nada de lo que decían interesaba ni
se publicaba. “Lo que diga el Alcalde en la nota de prensa -pásatelo por las
pelotas- Noticia es lo que no dice, lo que oculta y no quiere que se sepa”. Repetían
los jefes de redacción. Las notas
recomendadas se elaboran para el ocultamiento misterioso de los malos manejos. La
melaza de la deshonestidad. Los eufemismos de la Caja Municipal sobre
funcionarios malandrines y sin idoneidad son agua de malvas. La caca envuelta
está por dentro. Las conexiones deshonestas, hoy invisibles pero ayer visibles,
comprometen al directorio. Son a todas luces podredumbre a investigar por la Superintendencia
de Banca, Seguros y AFP (SBS). Como dicen en Sechura “el pescado se pudre por
la cabeza”.
Hoy las redacciones adelgazan y los
periodistas trabajan sin protección social y están expuestos a riesgos al
momento de cumplir su tarea. Hoy disponen de enormes ventajas tecnológicas. El
celular es una computadora en miniatura. Pese al impulso el periodismo es un cachuelo
pesetero. Cualquier hijo de vecino con un buen celular puede presumir de
periodista. Se fabrica una colorida credencial, se coloca un chaleco y concurre
a disfrutar de los bocaditos en todas las conferencias de prensa. Igual sucede
con las gerencias de comunicaciones y prensa en diversas dependencias públicas.
En algunas de ellas mantienen a no menos de dos redacciones de diario. Pobladas
de camarógrafos de celular, redactores de deplorable ortografía y sintaxis,
ayayeros a sueldo incondicionales y comisarios políticos. Nadie pregunta, nadie
indaga y nadie contrasta fuentes informativas. Un genuino aplastamiento inmoral
a la ética. Otros son frustrados demoledores de honras ajenas. Una especie de
lepra injuriosa en vísperas de contiendas electorales. Una forma sutil de sicariato
político. Sin duda, cambian los tiempos
y también los actores.
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