jueves, 2 de mayo de 2019

LOS PRIMEROS 50 DE LA UDEP


Por: Miguel Godos Curay

Una foto del recuerdo Diana Celi en pantalla,Miguel Godos, Fabiola Morales
Rosy Ruesta, Billy Montufaar y Carla Balarezo de la Facultad de CC de la
Información
Entre arenales, algarrobos y cholitas soberanas en sus piajenos con sus serones cargados de verduras de la huerta nació la Universidad de Piura hace 50 años. Un hato de recuerdos acompaña siempre nuestro paso por sus aulas. Los entrañables desafíos de este crecer brindando una tarea formativa realmente inolvidable. En ese paisaje de recuerdos están Agapito  y Zoilo con su uniforme de drill gris y el nombre de la Alma Mater bordado al lado del corazón. Las puntuales encargadas de la limpieza y los profesores cuya huella permanece en la inteligencia. Como tesoro al alcance de todos los estudiantes la biblioteca ordenada por María Martha Bello,  enriquecida con los aportes de José María Desantes, José Antonio del Busto Duthurburu y el desprendimiento piurano de los Ginocchio.

La Universidad de Piura es una universidad inspirada en los afanes de un santo. San Josemaría Escrivá de Balaguer cuya presencia espiritual está presente en todo de lo que aquí se hace. Una visión cristiana del trabajo bien hecho. Tenemos en las pupilas la imagen de la transformación del paisaje piel de zorro de la arena en el espléndido verdor de los algarrobos. Los nuevos edificios y laboratorios del Campus, las aulas en donde  como evocación perdurable se siente la palabra comedida  de los maestros. Todo al servicio del Perú y a una región potencialmente próspera como Piura. Desde sus orígenes la UDEP es una universidad ecuménica, una versión  puntual  de una comunidad de la ONU que congrega gracias a la cooperación internacional a profesores venidos de diversas partes del mundo.

En este medio siglo, como en todos los proyectos humanos, hay ausencias y presencias inevitables. A todos los profesores que dejaron profundas huellas en la juventud piurana y peruana nuestra profunda gratitud. Hace 50 años el viento convocaba  a las arenas a un tondero de remolinos interminable. Hoy el frescor de los algarrobos es una lección de ecología viva para la ciudad frente a los desafíos del cambio climático. Todo ahí tiene una viva inspiración cristiana. La tarea formativa personalizada confiere un relieve humano irrepetible en cada uno de sus estudiantes. Muchas pasiones por la lectura y por los libros surgieron en sus aulas. Muchos proyectos surgieron del asombro científico y el hincar codos con esfuerzo.

Crece la universidad. Tiene la dimensión de los sueños posibles que se tejen como las medias que con pasión urden las manos de una madre. Esfuerzo, entrega, ternura, pasión por las cosas alcanzadas con esfuerzo.  Hoy es un sueño realizado y un milagro que crece cotidianamente para bien del Perú. No es casual su ubicación en el norte, su norte es el progreso de una región que crece y debe ser mejor en pleno significado de la palabra. Las universidades como todas las asombrosas construcciones humanas requieren de pasión por la verdad por encima de la arrogancia altanera y la presunción absoluta. Cuando la verdad nutre las inteligencias asoma la fidelidad como ingrediente de la genuina calidad humana. La verdad es combustible de emprendimientos extraordinarios.

Por eso el saber requiere de una adhesión incondicional a la certeza de la verdad para de ahí en un clima de libertad  y  respeto cimentar la formación humana de profesionales comprometidos con sí mismos, con su región y con su país. Ese vigor cívico y patriótico anima logros y proyectos de futuro consistentes. El Perú -lo demuestra el curso de la historia- requiere  de esa energía cívica y  de valores genuinos frente a la arremetida de la corrupción y la inmoralidad pública. Vivimos momentos de una intensa tensión ética y moral. No es casual que los ladrillos mal cocidos y corroídos por la inmoralidad, la amoralidad la anomia se desmoronen ante nuestros ojos.

La responsabilidad, la dignidad, el decoro, la deontología, la decencia no son teoría pura sino lección de vida. Los valores son en la vida como los ingredientes de perfección humana a la que todos estamos convocados. Una lección viva de la UDEP es la formación en valores. La armonía en la que transcurre  la vida del Campus es reflejo de esa plausible serenidad inteligente. Todos, los que enseñan  y los que aprenden, los que con sus fatigas dan el color a los jardines del Campus sin distingos, son una sintonía perfecta de voluntades. La armonía egea es ahí una comunidad de maestros y alumnos que viven la inspiración Alfonsina de la universidad. El saludable vínculo académico entre maestros y alumnos, ingrediente de la formación personalizada, brindan buenos frutos.

Quienes plantaron sus raíces y  procuraron agua fresca para su sed deben estar orgullosos de este umbrío algarrobo que brinda buenos frutos. Nuestra profunda admiración a los profesores que en este primer medio siglo demostraron con coraje y sintiendo en sus labios la arena movida por el viento que las grandes aspiraciones y sueños son posibles. Don Ricardo Rey saluda a los jóvenes universitarios. Recita el poeta Dolarea, el Padre Pepe Navarro lee un poema en griego, Ronald  Escobedo penetra en los vericuetos de la historia. Mugica contempla el océano con certeros pronósticos sobre el Niño. La mirada azul de don Javier Cheesamn, la sonrisa de Tere Turel, la mirada de Miguel Samper desde el pabellón de ingeniería. Don Rafael Estartús rebatiendo los paralogismos matusianos. Buen amigo Víctor Morales Corrales. Gestores con acierto Antonio Mabres y Antonio Abruña. Sabio don Vicente Rodríguez Casado. Espirituales y diligentes Don Vicente Pazos,  Don Juan Roselló, Don Esteban Puig, Monseñor José Antonio Ugarte. Inolvidables Luz González, Carmela Aspillaga, Marisa Aguirre, Isabel Gálvez y muchos más que son parte de ese trasfondo en apariencia invisible en donde  se suman los benefactores. La gratitud es propiedad de las cosas que nos hace amarlas atardece en el Campus y asoma el crepúsculo interior.

No hay comentarios: