lunes, 9 de junio de 2008

EL SUICIDIO DE LA VACA


Por: Miguel Godos Curay

El pasado viernes fue encontrado su cuerpo en el río Piura. Unos trajinantes de los que merodean por las orillas la vieron flotando panza arriba y presumiendo que se trataba de un “vaquicidio” llamaron inmediatamente al Secom. Los efectivos, que disfrutan de la espectacularidad periodística, se movilizaron inmediatamente y rescataron, con mucho esfuerzo, el cuerpo hinchado de la res que flotaba en las aguas. Para colocar la media tonelada de carne de la difunta en la camioneta fue necesaria una cuadrilla de vigilantes los que para cumplir con su tarea no tuvieron otra ocurrencia feliz que la de cerrar el tránsito por el puente Cáceres más de dos horas. No era para manos.

Así tras la congestión vehicular, los persistentes claxones y las protestas de los conductores con frases irreproducibles y con mucho sudor se puso a buen recaudo el cuerpo del animal. Pronto todo Piura se enteró de este inusual acontecimiento. Aquí, es una presunción, las vacas la pasan bien y las dedicadas a producir leche, como en la vieja canción que dice. “tengo una vaca lechera…no es un vaca cualquiera” viven felices. Quienes viven en constante peligro son los asnos y sus parientes equinos que son convertidos en carne de parrilla o carne molida para las hamburguesas que consumen los piuranos.

Muchos de los curiosos señalaron que se trataba de una vaca buena moza, de anchas y apetecibles ancas. Algunos románticos imaginaron que podría llamarse: Susanita, o Clarabella, Chabelita, Goya o Pelusita. En sus ojos había un invisible halo de serenidad producto de la muerte. No se negó la posibilidad de un suicidio utilizando la cuerda que la ataba. El parte indica que no pudo ser identificada. Los matarifes clandestinos, esa plaga de sicarios mata burros, se pasaron la voz y deseaban apasionadamente arrancarle la piel y convertirla en bistec en el mercado. Otros en mototaxi siguieron el vehiculo municipal en pos de los miserables despojos. Incluso se rumoreó que estaban dispuestos a pagar en contante y sonante por el cadáver de la señorona.

Elaborar el parte, sobre el macabro hallazgo, demandó para el Secom bastante tiempo. Algunos especularon que podría tratarse de un suicidio producto de una decepción amorosa o un invencible ataque de celos. Un torito pintado la dejó plantada tras una furtiva relación sentimental. Otros sostuvieron que se trata de la angustia existencial propia de la edad de las dudas metafísicas. No era una vaquita pobre de ubres resecas sino una vaca bien alimentada como regidora municipal, probablemente, arrastrada por la corriente mientras se refrescaba en las aguas del Piura. Esta hipótesis fue descartada porque nadie, en su sano juicio se baña cuando hace frío.

Definitivamente no se trataba de una “vaca loca” de esas para el jolgorio pueblerino. Sino de una criatura a la que se había despojado la felicidad de retozar por los campos. De su propietario también se barajaron una serie de posibilidades. Probablemente era vecina de Los Ejidos, o calló a las aguas cuando transitaba por estos canales sin protección que amenazan la vida. Tampoco se trataba de una vaca universitaria del Campus de la UNP. Ni una vaca extraviada en el vendaval del mundo.

Otros discutían, con impunidad, sobre el destino final de la finada argumentando a toda costa que la carne beneficiada en el camal y la carne de un animal encontrado flotando sobre las agua son lo mismo. Lo que comemos es carne de vaca muerta cuyo último deseo es encontrar siempre la paz.

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