sábado, 28 de junio de 2008

LA MAGIA Y LA ESTUPIDEZ DEL CELULAR


Por: Miguel Godos Curay

El extendido uso del celular tiene algo de mágico y de estupidez. Resulta impresionante como verdaderas legiones de estudiantes ricos y pobres, grandes y chicos, los utilizan desaforada e ingenuamente. Con audífono o sin él con musiquillas atorrantes que interrumpen una clase o con cámara fotográfica para experimentar una sesión impúdica de fotografías de ombligo y de sus inmediaciones. Ante un “celu” caro sucumben las boquiabiertas y se paralizan los modestos propietarios de un ejemplar de esos con pantalla blanco y negro adquiridos en oferta de supermercado. Los enanos quieren también su teléfono inalámbrico y para ellos se ofertan, por cómodos 200 soles, el de la langaruta Barbie o el del hombre araña.

Las quinceañeras no son nada sin su celular costoso ese que atrae rateros y que con un cambio de chip, ese adminículo del demonio, se les pierde el rastro. Diariamente en Piura se roban no menos de cincuenta celulares. Los costosos son el botín preferido porque se van al mercado negro de Ecuador libres de polvo y paja. Los baratos esos de extendido uso entre los estudiantes misios son canibalizados y reducidos a piezas y repuestos. El consumo de celulares es una nueva peste cuyo síntoma es esa sensación infortunada que provoca el no tenerlo. Y el placer de poseerlo. Los hay hasta con poderoso vibrador para el bolsillo posterior de los maricos.

Las niñas de pantalón a la cadera, a partir de los 18, lo deslizan muy cerca del pubis. De ese modo lo preservan de las manos avezadas de los birladores pero no de los ojos indecentes. Después de los 20 los celulares se colocan en medio de los pechos fofos y surten el efecto de atractivo fatal. El contestarlo es un rapto de coquetería inimaginable. Las señoras entre treinta y cuarenta recurren a la cartera discreta o al estuche caro de cuero. El de sintético vinilo es para las ordinarias que no lo adquirieron en tienda. Hay celulares de visitadora médica que crispan los nervios en los hospitales. También con parlante que permiten enterarnos de todo sin quererlo.

Hay otros que interrumpen una película en el cine y son causa de mentadas de madre. Hay mentirosos profesionales para el uso intenso de los políticos. Aparecen en las tarjetas de los congresistas y sus chupes pero casi nunca responden. Los hay de vieja gazmoña que interrumpen las novenas a la Virgen del Socorro y permanecen envueltos entre los pañuelos del bolsillón. Los hay tristes merodeando los hospitales para alertar a las funerarias con las medidas precisas del muerto fresco. Los hay con pantalla cuya cámara fotográfica registra los apuntes de un cuaderno o la página de un libro para los copiones incurables en el colegio o la universidad.

Los hay prepago y post pago y los no pago conectados con la nada, empleados para la finta de los timadores que en plena calle simulan una llamada para impresionar a los tontones y tontonas pendientes de la marca del celular. Los hay de amante mentiroso o mentirosa para la farsa galopante, para el engaño de telenovela que se desconectan al simple atisbo de la ausencia de sinceridad. Hay celulares que provocan muertes en las carreteras y que la policía no sanciona. Es el caso: Un delirante conductor responde a su teléfono colocado entre los hombros y pierde el control del timón. La respuesta es ya conversa camino al cielo. En la morgue de Piura están convencidos que los muertos con el hombro torcido y rostro dulce, estaban contestando su celular.

Hay celulares de Ministro, Presidente Regional, alcalde, congresista, regidor, juez, rector, periodista, marido en apariencia honesta, de trajinada fémina, de narcotraficante, de dignidad eclesiástica, de profesor acosador, de empresario o de chupamedias que provocarían más de un terremoto si se revelaran los contenidos de sus conversaciones que son registradas puntual y puntillosamente en las computadoras del -en apariencia inofensivo- sistema celular. Aquel que le ofrecen para facilitarle las cosas, provocarle la sensación de proximidad e indolora perforación de su intimidad.

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