Por Miguel Godos Curay
Dice Sartori que el ciudadano es el titular de derechos en una ciudad libre que le permite ejercerlos. Por eso la función de la sociedad no es la de imponer disciplinas sino la de conducir a sus integrantes en una clima de libertad que expanda su desarrollo. La ciudad por ello debe favorecer la mejora de las personas no su aplastamiento y frustración.
Para ello se necesita seguridad que garantice la convivencia pacífica, la provisión de servicoios básicos satisfactorios a precios justos a los que todos pueden acceder de modo universal. Así como el cumplimiento necesario de responsabilidades individuales cuyo incumplimiento afecta a los demás. Cuando un vecino abandona la basura en la vía pública. No sólo se perjudica a sí mismo sino que afecta la salud de todos los demás. Esta es la dimensión de los deberes, cuando se cumplen los deberes cívicos se fortalece la responsabilidad. El ejercicio de la responsabilidad ciudadana permite el fortalecimiento de la sociedad democrática.
Las sociedades autoritarias en donde los mandones ordenan lo que se debe o no se debe hacer, anulan las libertades individuales. Aniquilan la responsabilidad personal y las iniciativas. Estas sociedades finalmente retrasan su crecimiento y se tornan adictas del que otros hagan lo que a mi me corresponde. Así se pulveriza la eficacia social de los valores cívicos para dar paso a los mandatos compulsivos. No se piense que los ciudadanos se aficionan fácilmente a la responsabilidad y a su ejercicio cotidiano. Todo proceso de crecimiento cívico requiere un ejercicio intensivo de educación y aprendizaje. Sin estos elementos fundamentales a lo largo de la vida los valores ciudadanos se atrofian o se consideran innecesarios por falta de uso.
Cuando una ciudad es consumida por la suciedad, la basura, el moho y las cucarachas bien puede decirse que faltan equipos de limpieza. Sin embargo, existen razones más profundas, como la pasividad individual, la falta de educación y el propio desamor por la ciudad y la indiferencia de la autoridades que se resignan a no actuar por indolencia pese a que viven en carne propia el “malestar” de un medio ambiente poco propicio para la vida humana y la felicidad.
En toda ciudad abandonada a sus problemas hay una fractura inocultable en la educación familiar, escolar y profesional. En ellas existe una ceguera de los responsables de las decisiones políticas incapaces de darse cuenta que la limpieza atrae inversiones y climas saludables donde la vida discurre humana y digna. Generalmente una ciudad sucia tiene como correlato sistema de gobiernos “sucios” y carcomidos por la corrupción. A la suciedad de los desperdicios acumulados acompaña siempre el festín de los corruptos y ladrones a los que poco importa el desarrollo humano, la salud de los niños y los paseos limpios.
Este año que se avecina ha sido denominado “Año del deber ciudadano” lo que no debe ser una declaración lírica para la frondosa correspondencia oficial sino motivo de una viva reflexión que permita que los ciudadanos entendamos que somos elementos insustituibles de la sociedad civil y que tenemos el deber de vigilar la conducción de la cosa pública desde nuestro propio ámbito: la asociación de padres de familia, el gremio, el colegio profesional, el sindicato, la iglesia o el barrio. Este es un deber fundamental y un derecho que la democracia nos otorga.
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