lunes, 12 de febrero de 2007

DEMONIOS BIEN INTENCIONADOS O ÁNGELES OCIOSOS

Por : Miguel Godos Curay

Las fiestas patrias que pasaron fueron ocasión para dos acontecimientos memorables en Piura: el primero de ellos fue la inauguración del flamante local de la Escuela de Música José María Valle Riestra y el segundo: la demostración de las cualidades interpretativas de la Orquesta Sinfónica y los coros : infantil y de adultos que promueve la Fundación Piura. Realmente son un esfuerzo encomiable y que confiamos, en el futuro, sabrá alentar la Escuela de Música por encima de las tentación que supone el no vincular el aporte de los valiosos recursos humanos de los que dispone la orquesta sinfónica con la tarea formativa de los futuros músicos que Piura necesita

Mal haríamos el no concentrar esfuerzos en este sentido para asomarnos al mensaje profundo de la belleza universal. La música, en efecto, tiene múltiples expresiones lo clásico y la popular, lo universal y lo local. Lo alegre y lo triste. Lo solemne y lo jocundo. La música hace más humanos a los hombres y a las mujeres que descubren en su mensaje su propia esencia. Piura tiene realmente valores extraordinarios como Garrido Lecca y Luis Alva Talledo. Compositores como Pedro Miguel Arrese, Adrián Flores Albán, Miguel Correa Suárez, Rafael Otero López entre muchos otros que enriquecen el cancionero norteño.

La cultura viva, la práctica del arte: pintura, música, cerámica, la artesanía y destreza manual entre otras actividades creativas incrementan la posibilidad de creación humana. Quien crea amplía su conciencia acerca de las posibilidades del mundo por encima de la frustración. La frustración en sinónimo del fracaso. Es ese vitriolo que llevamos dentro y que se expresa en el desamor a nosotros mismos y a los demás. Por la vivencia de la cultura se despiertan nuestras capacidades dormidas recuperamos nuestra confianza en la vida. Quien canta no se siente sólo. Quien dibuja, pinta, lee, colecciona y admira se vincula con otros que como él miran el mundo. Una persona que tiene vivencias artísticas es distinta de esa otra de personalidad aplanada y perversa a la que todo le apesta y que no valora siquiera el ornato y el vivir con dignidad y decoro.

La música, la buena música, puede acabar con la lentitud, pasividad e indiferencia (la cojudez) que son finalmente causa de esa rabia desencajada que asoma en el rostro de las personas y que finalmente se convierte en violencia. Es preferible vivir en un mundo de demonios inquietos pero bien empleados que en una comunidad de ángeles ociosos dispuestos a asentir todo y a vivir en un estado de siesta permanente totalmente vacíos de ideales. No es cierto que no nos guste la cultura. Nos encanta. Pero necesitamos promoverla con vocación democrática. Necesitamos abrir los sentidos para humanizarnos.

No es el arte ocasión para las vedettes. Al artista hay que saber decirle oportunamente cuando su mensaje deja de serlo. Como decía Picasso : “el dibujo es la honestidad de la pintura”. Cuando un pintor no domina el dibujo no se puede sumergir en un expresionismo precario o el culto a los omóplatos. No es así. Igualmente la música popular no tiene porque distanciarse de la belleza universal. El oído humano distingue perfectamente entre la melodía armónica y la estridencia que aturde. Como dice Carlos Fuentes sólo las ciudades enfermas no aprecian el extraordinario valor de la música. Las ciudades alegres se explayan cordialmente y no se esconden porque su corazón se expresa a través de las letras de sus canciones populares escritas por sus poetas. La música históricamente está ligada al movimiento expresado en la danza. La danza en sus orígenes imita al mundo circundante. Por eso es que el tondero nuestro tiene mucho del cortejo nupcial de la pavita de monte.

El ritmo invita a los hombres a trabajar aunque se trate de una imperceptible sinfonía interior. No en vano los griegos consideraban a la armonía social sintonía perfecta. Lo opuesto a la armonía es el caos que promueve el desasosiego social y el conflicto. La música es la invisibilidad de la bondad de la que hablaba Hannat Arendt para quien la estética recrea la necesaria proximidad entre los seres humanos. Es distinto un piurano que disfruta del bombo mansurrón y alegre de una retreta del que con vinagre envenena su existencia cotidiana.

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