lunes, 12 de febrero de 2007

DE LA PALABRA DEL PODER AL PODER DE LA PALABRA

Por: Miguel Godos Curay

El desarrollo de un país no puede limitarse a la construcción de infraestructura o a la suma de recursos materiales. El desarrollo requiere también de aspectos cognitivos, simbólicos, culturales, sociales y cívicos. En 1982, señalaba Sergio Boisier, que el desarrollo regional configuraba un triángulo con tres vértices: El primer correspondiente a la asignación interregional de recursos. El segundo a los efectos regionalmente diferenciados de la política económica nacional (global y sectorial) y el tercero: la capacidad de organización social de la región.

En efecto, una región necesita de un flujo continuado de recursos, el atraer inversión para activar la economía pero también de la suficiente capacidad de organización social para hacer los impulsos de crecimiento estadios de desarrollo. Dos aspectos importantes necesita el proceso de integración regional para ser exitoso: Por un lado crecimiento económico y por otro desarrollo societal. A un lado el “Estado” y en el otro la “Región” como construcción social del bienestar en un territorio geográficamente integrado. Apostar por el ¡sí! supone reconocer esta posibilidad y asumir el desafío del futuro. El ¡no! pinta de cuerpo entero el temor a abandonar ese esquema en el que “otros deciden por nosotros”. Cuando no existe el ejercicio pleno de la capacidad de decisión el cambio provoca vértigo y temor.

La descentralización política y territorial requiere capacidad de negociación a nivel regional y nacional. Requiere de ciudadanos y ciudadanas capaces de vigilar el gasto público, demandar calidad de la educación, concertación para la solución de problemas urgentes como el de la inseguridad ciudadana, la mejora de los servicios de salud y expansión del bienestar en la sociedad. Este proceso conlleva la búsqueda de un nuevo protagonismo social que alienta valores como la autonomía y equidad. Políticamente supone la reconquista del control social de las mayorías sobre la vida pública lo que causa natural desconcierto en los partidos políticos históricamente reconcentrados en Lima porque aparecerán nuevos espacios de mediación política en las olvidadas provincias.

Las nuevas alternativas populares de poder emergerán de las regiones. Una de las metas sociales será la de que los ciudadanos que hoy se preparan para votar sean ciudadanos con oportunidades para trabajar. No se piense tampoco que con la conformación de una región los problemas se resuelven de una día para otro. Se van a conquistar valiosas cuotas de poder que permitirán ampliar la participación ciudadana y redefinir las relaciones económicas entre el centro y la periferia así como el control progresivo y redistribución de la recaudación fiscal, el control de la explotación de la riqueza y los recursos estratégicos.

Estos cambios que suponen la alteración del tradicional gobierno desde arriba y desde los centros de poder por otro desde abajo tendrá como correlato no sólo el reconocimiento de nuestras potencialidades y su aprovechamiento. Sino sobretodo la adopción de políticas de inclusión social que permitan la reducción del desempleo y el enfrentamiento frontal a la pobreza. Los piuranos, lambayecanos y tumbesinos que son esencialmente peruanos podrán reconocer que tienen valiosos capitales que no pueden mirarse solamente como los frutos deliciosos en la canasta sino que los podrá aplicar en beneficio de sus poblaciones.

Tenemos un capital natural expresado en nuestra dotación de recursos naturales renovables y no renovables los que mencionamos hasta la saciedad sin utilizarlos en la activación de la economía regional. Somos atractivos para la inversión pero hasta el momento nos cuesta procurar la confianza para que los capitales aniden aquí y no se pasen de largo como las oscuras golondrinas de Bécquer. Mejor dicho de “ahuyenta capitales” debemos convertirnos en “atrae capitales” para actividades nuevas como la acuicultura en contra de la pesca predatoria de quienes queman toneladas de proteínas para fabricar harina de pescado. De exportadores de frutos que otros transforman a exportadores de productos con valor agregado que fomenten el pleno empleo.

El capital más valioso que tenemos es el capital humano. Lamentablemente damos un trato porfiadamente inhumano a nuestros niños y somos campeones en violencia familiar producto del machismo. Aún seguimos pensando que la educación no es una materia fundamental para el desarrollo y renunciamos como padres a exigir calidad en el servicio educativo a nuestros hijos. Nos preciamos de tener universidad pero la universidad está ausente en las decisiones del desarrollo.

No valoramos el conocimiento ni los beneficios de la ciencia. Creemos en la palabra del poder pero no en el poder de la palabra para hacernos escuchar y expresar nuestras demandas. Vivimos en el ensueño tropical de un mundo nuevo pero no se nos ocurre construirlo y ni siquiera inventarlo para construir una región. Preferimos decir ¡No! Para no darnos el trabajo de ser protagonistas de nuestro destino. Hablamos del desarrollo pero no nos desarrollamos nosotros mismos por temor al fracaso.

Decimos que tenemos valores pero no nos valoramos a nosotros mismos y somos reacios a la solidaridad y la cooperación. Hablamos de la cultura de la confianza pero somos desconfiados de atar. La reconstrucción de la confianza está vinculada a nuestras decisiones no sólo como posibilidad de futuro sobre todo en la elección de los mejores para la responsabilidad del gobierno. Necesitamos consolidar una democracia de ciudadanos y no solamente de electores. Como nos lo recuerda el clásico epifonema de Haya: “ Unidos podemos todo. Desunidos no valemos nada.”

El desarrollo de un país no puede limitarse a la construcción de infraestructura o a la suma de recursos materiales. El desarrollo requiere también de aspectos cognitivos, simbólicos, culturales, sociales y cívicos. En 1982, señalaba Sergio Boisier, que el desarrollo regional configuraba un triángulo con tres vértices: El primer correspondiente a la asignación interregional de recursos. El segundo a los efectos regionalmente diferenciados de la política económica nacional (global y sectorial) y el tercero: la capacidad de organización social de la región.

En efecto, una región necesita de un flujo continuado de recursos, el atraer inversión para activar la economía pero también de la suficiente capacidad de organización social para hacer los impulsos de crecimiento estadios de desarrollo. Dos aspectos importantes necesita el proceso de integración regional para ser exitoso: Por un lado crecimiento económico y por otro desarrollo societal. A un lado el “Estado” y en el otro la “Región” como construcción social del bienestar en un territorio geográficamente integrado. Apostar por el ¡sí! supone reconocer esta posibilidad y asumir el desafío del futuro. El ¡no! pinta de cuerpo entero el temor a abandonar ese esquema en el que “otros deciden por nosotros”. Cuando no existe el ejercicio pleno de la capacidad de decisión el cambio provoca vértigo y temor.

La descentralización política y territorial requiere capacidad de negociación a nivel regional y nacional. Requiere de ciudadanos y ciudadanas capaces de vigilar el gasto público, demandar calidad de la educación, concertación para la solución de problemas urgentes como el de la inseguridad ciudadana, la mejora de los servicios de salud y expansión del bienestar en la sociedad. Este proceso conlleva la búsqueda de un nuevo protagonismo social que alienta valores como la autonomía y equidad. Políticamente supone la reconquista del control social de las mayorías sobre la vida pública lo que causa natural desconcierto en los partidos políticos históricamente reconcentrados en Lima porque aparecerán nuevos espacios de mediación política en las olvidadas provincias.

Las nuevas alternativas populares de poder emergerán de las regiones. Una de las metas sociales será la de que los ciudadanos que hoy se preparan para votar sean ciudadanos con oportunidades para trabajar. No se piense tampoco que con la conformación de una región los problemas se resuelven de una día para otro. Se van a conquistar valiosas cuotas de poder que permitirán ampliar la participación ciudadana y redefinir las relaciones económicas entre el centro y la periferia así como el control progresivo y redistribución de la recaudación fiscal, el control de la explotación de la riqueza y los recursos estratégicos.

Estos cambios que suponen la alteración del tradicional gobierno desde arriba y desde los centros de poder por otro desde abajo tendrá como correlato no sólo el reconocimiento de nuestras potencialidades y su aprovechamiento. Sino sobretodo la adopción de políticas de inclusión social que permitan la reducción del desempleo y el enfrentamiento frontal a la pobreza. Los piuranos, lambayecanos y tumbesinos que son esencialmente peruanos podrán reconocer que tienen valiosos capitales que no pueden mirarse solamente como los frutos deliciosos en la canasta sino que los podrá aplicar en beneficio de sus poblaciones.

Tenemos un capital natural expresado en nuestra dotación de recursos naturales renovables y no renovables los que mencionamos hasta la saciedad sin utilizarlos en la activación de la economía regional. Somos atractivos para la inversión pero hasta el momento nos cuesta procurar la confianza para que los capitales aniden aquí y no se pasen de largo como las oscuras golondrinas de Bécquer. Mejor dicho de “ahuyenta capitales” debemos convertirnos en “atrae capitales” para actividades nuevas como la acuicultura en contra de la pesca predatoria de quienes queman toneladas de proteínas para fabricar harina de pescado. De exportadores de frutos que otros transforman a exportadores de productos con valor agregado que fomenten el pleno empleo.

El capital más valioso que tenemos es el capital humano. Lamentablemente damos un trato porfiadamente inhumano a nuestros niños y somos campeones en violencia familiar producto del machismo. Aún seguimos pensando que la educación no es una materia fundamental para el desarrollo y renunciamos como padres a exigir calidad en el servicio educativo a nuestros hijos. Nos preciamos de tener universidad pero la universidad está ausente en las decisiones del desarrollo.

No valoramos el conocimiento ni los beneficios de la ciencia. Creemos en la palabra del poder pero no en el poder de la palabra para hacernos escuchar y expresar nuestras demandas. Vivimos en el ensueño tropical de un mundo nuevo pero no se nos ocurre construirlo y ni siquiera inventarlo para construir una región. Preferimos decir ¡No! Para no darnos el trabajo de ser protagonistas de nuestro destino. Hablamos del desarrollo pero no nos desarrollamos nosotros mismos por temor al fracaso.

Decimos que tenemos valores pero no nos valoramos a nosotros mismos y somos reacios a la solidaridad y la cooperación. Hablamos de la cultura de la confianza pero somos desconfiados de atar. La reconstrucción de la confianza está vinculada a nuestras decisiones no sólo como posibilidad de futuro sobre todo en la elección de los mejores para la responsabilidad del gobierno. Necesitamos consolidar una democracia de ciudadanos y no solamente de electores. Como nos lo recuerda el clásico epifonema de Haya: “ Unidos podemos todo. Desunidos no valemos nada.”

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