lunes, 12 de febrero de 2007

¡NO SEAN TONTOS ESTUDIEN IDIOMAS!

Por Miguel Godos Curay
En cierta ocasión un robusto gato sorprendió a los ratones devorando un delicioso queso. El gato sigiloso paralizó con sus maullidos a los ratones. Uno de los roedores súbitamente salió al frente y a viva voz respondió: Guau..guau...gua Provocando la fuga del asustado felino. Los nerviosos ratones rodearon al héroe preguntándole el secreto de tan eficiente fórmula disuasiva. Y el inteligente pericotito respondió : ¡No sean tontos estudien idiomas!. En el mundo global hablar inglés, francés, alemán o portugués es mucho más productivo que perder el tiempo en naderías. Sin embargo, poco o ninguna importancia se otorga la enseñanza de idiomas en el escuela primaria, la secundaria y la propia universidad. A los idiomas se les trata como cursos de relleno y los mismos se encargan irresponsablemente a cualquier hijo de vecino para completar horas.
Los resultados son realmente catastróficos en nuestra educación y en la vida diaria. Acabamos finalmente por racionalizar nuestras limitaciones lingüísticas y nuestra incapacidad de acceder a la literatura científica en inglés. Lo propio acontece con el francés una lengua romance culta enraizada en nuestra tradición histórica. El francés ayer la lengua de la diplomacia es hoy el pasaporte idiomático para ingresar al Canadá y recorrer Europa. No son desdeñables el alemán y el portugués lengua en la que se expresan los optimistas inversionistas brasileños que asoman a Piura.
Uno de los factores de nuestro atraso es la precaria enseñanza del castellano en la escuela pública y privada. Los errores y horrores ortográficos son de antología. La pobre construcción sintáctica refleja una disociación entre el orden lógico y el sentido genuino de la expresión. Los textos parecen escritos telegráficamente y con incoherencias adquiridas de los discursos de la radio y la televisión. Quien no domine el lenguaje de las matemáticas y el razonamiento es una potencial víctima del engaño. La alergia al diccionario una fuente irrelevante de significaciones tiene consecuencias fatales. El uso impropio del lenguaje está a la orden del día. Basta asomarse a los discursos juveniles para entender que existe poco afecto por la lectura.
Tenemos el pleno convencimiento que el éxito o el fracaso en la expresión del estudiante depende de la dinámica comunicativa de su hogar y de su entorno. Las gratificaciones de la lectura se reflejan en la riqueza significativa del lenguaje del lector. Igual sucede con algunos docentes universitarios cuyos errores ortográficos se deslizan en los pizarrones. No faltan tampoco los que piensan que los científicos y los técnicos no necesitan un castellano impecable y no es así. Esto equivale a afirmar que los estudiantes de humanidades desconozcan las matemáticas. En el fondo del asunto supina ignorancia.
Realmente hemos sido educados con temor a los números. Aún algunas madres voluntariosas e ingenuas hacen un hueco en el bolsillo para comprar manzanas para los estudiosos de la casa con la errónea creencia de quien lee más y estudia más se coloca al borde de los cortocircuitos cerebrales y no es así. Nos hemos llenado de candados mentales que bloquean la expansión de la inteligencia. Preferimos sucumbir en una educación torpe y libresca que no sirve para nada. Nos
atormentamos esparciendo conocimiento al boleo ignorando si más tarde tendrá provecho o utilidad a los niños y jóvenes.
Como decía Einstein: “Numerosas son las cátedras, pero escasos los profesores sabios y nobles. Numerosas y grandes son las aulas pero pocos los jóvenes que realmente tienen sed de verdad y justicia. No es suficiente enseñar especialidades. Con ello se convierten en algo así como máquinas utilizables pero no en individuos válidos. Para ser un individuo válido hay que sentir intensamente aquello a lo que se aspira. Tienen que recibir un sentimiento vivo de lo bello y lo moralmente bueno. Esta es la distinción entre un perro bien amaestrado y un ente armónicamente desarrollado”. Sin duda que Albert tiene razón. Esta pasión apasionada por la lectura, por el hablar y el escribir bien tiene como consecuencia inmediata el resplandor de la belleza y la verdad aunque muchos se empecinen en sostener lo contrario. (Piura, o6 de agosto del 2004).

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