Venerada imagen del Señor Cautivo de Ayabaca |
YO VI LLORAR A
DIOS
Por: Miguel
Godos Curay
Una víspera de navidad en la que se había
organizado la teletón para ayudar a los internos del Centro Penal San Miguel de
Castilla. Un grupo de internos utilizando las instalaciones de un templo
evangélico penitenciario habían construido como conejos un túnel de fuga. En
efecto, mientras los televidentes disfrutaban
de la jornada de solidaridad. Los internos habían iniciado un audaz plan de fuga. Advertidos los centinelas de la
entonces Guardia Republicana iniciaron inmediatamente la captura de los prófugos. Desde la torreta del penal un
certero disparo de fusil acabó con la vida del primer fugitivo. El proyectil
ingresó por la espalda perforando el corazón. El cuerpo yerto en medio de un
charco de sangre quedó sobre el asfalto.
Minutos después
en busca de la noticia. Descubrimos que el interno muerto era integrante de una
trotada banda de delincuentes trujillanos. El topo llevaba una boina tejida en
la que había cosido la foto de su madre. En el pecho llevaba como un gigantesco
escapulario una imagen tantas veces velada del Cautivo de Ayabaca. La imagen
perforada por el proyectil estaba ahí junto al devoto. El rostro del caído nos
conmovió. Durante muchos años conservamos como una reliquia la boina que entregamos una madrugada de octubre como
un recado al Cautivo de Ayabaca.
Otra mañana
fría escuchamos el relato de una abuela
que para alcanzar turno en el hospital había llegado al filo de la madrugada.
Ella caminaba el trecho del mercado al hospital Reátegui. La viejita en el
camino fue sorprendida por un asaltante que a boca de jarro le gritó “dame la
cartera”. La abuela dedicada al inteligente menester de vender turnos a los
pacientes tardones. Sacó de su cartera
una estampita del Cautivo y le respondió: “Cautivo de Ayabaca si no me cuidas
me matan”. El salteador huyó como alma que lleva el diablo. La vieja emocionada
abrió su cartera sacó la colorida y popular
estampa del Cautivo. “Para el Cautivito no hay nada imposible y lo
entregué mi vida al Señor”.
La primavera
fervorosa de octubre se tiñe de morado. Cientos y miles de peregrinos caminan
durante varios días hacia Ayabaca. Es un recorrido de penitentes, de madres
agradecidas por los milagros del Señor.
Todos caminan con fervor, por rutas abruptas y extenuantes, el pensamiento está
en el Señor. Nadie se arredra frente al hambre y la fatiga. Niños con sus
madres, viejos y jóvenes, arrepentidos ex reclusos, prostitutas que cambiaron
su vida movidas por el Señor. No faltan los demagogos lengua larga, los que
prometen, los congresales en pos de popularidad aconsejados por sus
inescrupulosos asesores. Todos caminan hacia Ayabaca, las vianderas, los
vendedores de velas y exvotos, los choros, los transportistas. Todas las almas
en busca del Señor.
Las ayabaquinas
son hermosas, las más agraciadas cuidan con primor su cabellera. No se
cortan un pelo hasta pasados los 18 en
las que entregan la cabellera al Señor. Raúl Miranda, un conocido peluquero
anualmente marchaba hacia Ayabaca a preparar las cabelleras que luce el
Cautivo. Según recuerdan los ayabaquinos un cura irrespetuoso de sus creencias
recortó los bucles del Señor y ardió Troya. El pueblo se movilizó exigiendo al
Obispo la salida en polvorosa del cura por descomunal agravio al Cautivo.
El fotógrafo
del Cautivo tiene nombre propio se llama Arturo Davies Guaylupo y logró
retratar al Señor. El Cautivo fue traído a Piura con motivo del Congreso
Eucarístico en 1962, este peregrinaje contribuyó a la distribución de cientos
de estampas que los piuranos preservan en sus hogares con gran devoción. Como
dicen los fieles “el Señor es respetoso sus ojos muestran alegría o te bajan la
mirada”. Según los ayabaquinos su silueta se divisa por el cerro Campanario.
Durante la guerra con Chile bregó animando a los patrióticos montoneros. Otras
veces acompaña a los enfermos y afligidos. Este fervor es una fe viva,
desbordada e impenetrable.
Los peregrinos
se arrastran rampantes para acompañar la procesión. Las rodillas y los brazos
costrados mientras los atabales resuenan
y los cantos ahogados por el llanto tributan lastimeramente ruegos al señor. La
prostituta del siete cubre con una venda la imagen del señor la que coloca con
la cara a la pared en su cuartito iluminado por un foco cubierto con celofán
rojo. Los transportistas lo llevan junto al espejo retrovisor. Pajarito, un
delincuente siete suelas tiene tatuado el Cautivo en el pecho junto a su
corazón. Este río de fe crece todos los octubres. Aquí en Ayabaca se conjugan
todos los recados directos al Señor. El agua que necesita San Lorenzo, la
refinería para Talara. Íntimamente he pedido por los que más quiero y por la
salud de un amigo con un enorme corazón.
Aún siento los ojos del Cautivo. Yo ví llorar a Dios.
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