domingo, 13 de octubre de 2013

Venerada imagen del Señor Cautivo de Ayabaca

YO VI LLORAR A DIOS
Por: Miguel Godos Curay

Una  víspera de navidad en la que se había organizado la teletón para ayudar a los internos del Centro Penal San Miguel de Castilla. Un grupo de internos utilizando las instalaciones de un templo evangélico penitenciario habían construido como conejos un túnel de fuga. En efecto, mientras los televidentes disfrutaban  de la jornada de solidaridad. Los internos habían iniciado un audaz  plan de fuga. Advertidos los centinelas de la entonces Guardia Republicana iniciaron inmediatamente la captura de  los prófugos. Desde la torreta del penal un certero disparo de fusil acabó con la vida del primer fugitivo. El proyectil ingresó por la espalda perforando el corazón. El cuerpo yerto en medio de un charco de sangre quedó sobre el asfalto.
Minutos después en busca de la noticia. Descubrimos que el interno muerto era integrante de una trotada banda de delincuentes trujillanos. El topo llevaba una boina tejida en la que había cosido la foto de su madre. En el pecho llevaba como un gigantesco escapulario una imagen tantas veces velada del Cautivo de Ayabaca. La imagen perforada por el proyectil estaba ahí junto al devoto. El rostro del caído nos conmovió. Durante muchos años conservamos como una reliquia la boina  que entregamos una madrugada de octubre como un recado al Cautivo de Ayabaca.

Otra mañana fría  escuchamos el relato de una abuela que para alcanzar turno en el hospital había llegado al filo de la madrugada. Ella caminaba el trecho del mercado al hospital Reátegui. La viejita en el camino fue sorprendida por un asaltante que a boca de jarro le gritó “dame la cartera”. La abuela dedicada al inteligente menester de vender turnos a los pacientes tardones.  Sacó de su cartera una estampita del Cautivo y le respondió: “Cautivo de Ayabaca si no me cuidas me matan”. El salteador huyó como alma que lleva el diablo. La vieja emocionada abrió su cartera sacó la colorida y popular  estampa del Cautivo. “Para el Cautivito no hay nada imposible y lo entregué mi vida al Señor”.
La primavera fervorosa de octubre se tiñe de morado. Cientos y miles de peregrinos caminan durante varios días hacia Ayabaca. Es un recorrido de penitentes, de madres agradecidas  por los milagros del Señor. Todos caminan con fervor, por rutas abruptas y extenuantes, el pensamiento está en el Señor. Nadie se arredra frente al hambre y la fatiga. Niños con sus madres, viejos y jóvenes, arrepentidos ex reclusos, prostitutas que cambiaron su vida movidas por el Señor. No faltan los demagogos lengua larga, los que prometen, los congresales en pos de popularidad aconsejados por sus inescrupulosos asesores. Todos caminan hacia Ayabaca, las vianderas, los vendedores de velas y exvotos, los choros, los transportistas. Todas las almas en busca del Señor.

Las ayabaquinas son hermosas, las más agraciadas cuidan con primor su cabellera. No se cortan  un pelo hasta pasados los 18 en las que entregan la cabellera al Señor. Raúl Miranda, un conocido peluquero anualmente marchaba hacia Ayabaca a preparar las cabelleras que luce el Cautivo. Según recuerdan los ayabaquinos un cura irrespetuoso de sus creencias recortó los bucles del Señor y ardió Troya. El pueblo se movilizó exigiendo al Obispo la salida en polvorosa del cura por descomunal agravio al Cautivo.
El fotógrafo del Cautivo tiene nombre propio se llama Arturo Davies Guaylupo y logró retratar al Señor. El Cautivo fue traído a Piura con motivo del Congreso Eucarístico en 1962, este peregrinaje contribuyó a la distribución de cientos de estampas que los piuranos preservan en sus hogares con gran devoción. Como dicen los fieles “el Señor es respetoso sus ojos muestran alegría o te bajan la mirada”. Según los ayabaquinos su silueta se divisa por el cerro Campanario. Durante la guerra con Chile bregó animando a los patrióticos montoneros. Otras veces acompaña a los enfermos y afligidos. Este fervor es una fe viva, desbordada e impenetrable.

Los peregrinos se arrastran rampantes para acompañar la procesión. Las rodillas y los brazos costrados  mientras los atabales resuenan y los cantos ahogados por el llanto tributan lastimeramente ruegos al señor. La prostituta del siete cubre con una venda la imagen del señor la que coloca con la cara a la pared en su cuartito iluminado por un foco cubierto con celofán rojo. Los transportistas lo llevan junto al espejo retrovisor. Pajarito, un delincuente siete suelas tiene tatuado el Cautivo en el pecho junto a su corazón. Este río de fe crece todos los octubres. Aquí en Ayabaca se conjugan todos los recados directos al Señor. El agua que necesita San Lorenzo, la refinería para Talara. Íntimamente he pedido por los que más quiero y por la salud de un amigo  con un enorme corazón. Aún siento los ojos del Cautivo. Yo ví llorar a Dios.

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