jueves, 31 de octubre de 2013



LA HERMANA MUERTE EN LA OTRA ESQUINA
Por: Miguel Godos Curay

Los piuranos concurren masivamente a los cementerios a venerar a sus difuntos
A los piuranos nos causa profunda conmoción la muerte. Desde tiempos inmemoriales las tumbas provocaron respeto y veneración. Las huacas de los gentiles son lugares de recogimiento, temor y adoración. Cuando se profanaron las necrópolis de Vicús se hablaba de males indecibles y maldiciones para los huaqueros. Durante días y noches  antiguos cementerios fueron reducidos a polvo y el oro cernido fundido y  convertido en lingotes. Para los vecinos de los villorrios aledaños el antimonio, el veneno de las huacas, surtiría efectos y los encantos acabarían con esas fortunas dilapidadas por el infortunio.

El piurano mantiene una profunda devoción a sus muertos. Hay los que veneran una tibia o una canilla de muerto a la que velan y rezan por la salvación de su alma. Las penas, el trajinar de animas por casonas, es algo común en Piura. Todas las viejas casonas y algunas nuevas tienen sus aparecidos en formas indescriptibles e imaginables. Los choferes hablan de la jovencita que al filo de la carretera pide  que la aproximen a su destino. Nadie le ha podido contemplar el rostro porque aparece y desaparece. Es una alma en pena.

Cada cementerio tiene  su historia, sus personajes  y sus apariciones. El san Teodoro guarda los restos de don Teodoro de los Santos Fernández y Paredes. Muerto joven y al que sus acongojados padres le consagraron el camposanto más antiguo que tiene Piura. Del San Teodoro dicen que algunas almas  de párvulos juegan con los felinos que lo habitan durante las noches de luna. Otras ocasiones personajes vaporosos recorren el camposanto.

Las velaciones están dedicadas a los difuntos. Aquellos que habitan en el más allá. En Sullana, se ha convertido en una práctica extendida colocar en la boca del nicho la “chapa” o el apodo del muerto. Hay difuntos con apodos curiosos como “Borradito”, “Pajarito”, “Polverita”, “Papayita”, “Mama Yeya” este es un recado cariñoso a los muertos. Junto a la oración no falta la interpretación de boleros, rancheras, tonderos y marineras para alegrar a los difuntos. Una de las interpretaciones más populares es “Amor eterno” de Juan Gabriel cantada  con sentimiento y corazón. Otros prefieren el tondero “La Perla del Chira” con acompañamiento de cajón. También se reza el rosario y se repiten jaculatorias sentidas como la que dice: “Virgen del Monte Carmelo conduce su alma al cielo”.

Las tradicionales lápidas de mármol han sido remplazadas por el porcelanato chino con la efigie del difunto. Las velas por los focos. Sin embargo la vieja tradición se mantiene en pie. Hoy todos los piuranos concurrirán a los cementerios. En Paita, antiguamente se acostumbraba a disfrutar de un picante de pescado frente a la tumba. Y durante  la noche la velación conforme a la añeja tradición tan viva. En Catacaos, las celdas del cementerio totalmente iluminadas son un espectáculo impresionante. En Sechura, todas las familias amanecen en los camposantos. Los que están lejos de sus hogares concurren a la Cruz mayor  y ahí evocan a sus seres queridos.

Los piuranos no le temen a la muerte. Sucede que hay que dejar todo en orden para partir  sin contratiempos. En nicho o bajo tierra. En muchos casos es preferible bien acompañado que sólo con la desolación de una tumba fría. Como reflexionaba Aranguren existen hasta cinco formas de morir. La muerte eludida, es aquella de la que nadie habla pero nos coloca cara a cara con  la fugacidad de la vida y los placeres. Muerte apropiada es la que nosotros aceptamos como parte constitutiva de nuestra vida. Dice el filósofo siempre somos lo que todavía no somos.

Existe la muerte absurda e inesperada la que nos sorprende a la vuelta de la esquina y nos estremece  porque nos arranca lo que más nos complace y gusta. También existe la muerte negada la que nos asalta como sentimiento morboso en medio de la felicidad. Frente a ella se agota la vanidad de todas las empresas humanas. Es una desnudez sobre la opulencia, los caprichos y los títulos acumulados con los que se extingue la existencia. A la muerte le llegan al rabo las cuentas corrientes, las fortunas  y el oro. Igual te vas con el inventario de tus pecados entre las piernas. La muerte buscada es aquella  a la que Francisco el pobrecito de Asís le llamó hermana. Finalmente estamos solos entre el absurdo total y el misterio, entre la nada absoluta y la presencia de Dios. San Pablo dijo: ninguno muere para sí mismo, morimos para el Señor.

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