LA HERMANA MUERTE EN
LA OTRA ESQUINA
Por: Miguel Godos
Curay
Los piuranos concurren masivamente a los cementerios a venerar a sus difuntos |
A
los piuranos nos causa profunda conmoción la muerte. Desde tiempos inmemoriales
las tumbas provocaron respeto y veneración. Las huacas de los gentiles son
lugares de recogimiento, temor y adoración. Cuando se profanaron las necrópolis
de Vicús se hablaba de males indecibles y maldiciones para los huaqueros.
Durante días y noches antiguos
cementerios fueron reducidos a polvo y el oro cernido fundido y convertido en lingotes. Para los vecinos de
los villorrios aledaños el antimonio, el veneno de las huacas, surtiría efectos
y los encantos acabarían con esas fortunas dilapidadas por el infortunio.
El
piurano mantiene una profunda devoción a sus muertos. Hay los que veneran una
tibia o una canilla de muerto a la que velan y rezan por la salvación de su
alma. Las penas, el trajinar de animas por casonas, es algo común en Piura.
Todas las viejas casonas y algunas nuevas tienen sus aparecidos en formas
indescriptibles e imaginables. Los choferes hablan de la jovencita que al filo
de la carretera pide que la aproximen a
su destino. Nadie le ha podido contemplar el rostro porque aparece y desaparece.
Es una alma en pena.
Cada
cementerio tiene su historia, sus
personajes y sus apariciones. El san
Teodoro guarda los restos de don Teodoro de los Santos Fernández y Paredes.
Muerto joven y al que sus acongojados padres le consagraron el camposanto más
antiguo que tiene Piura. Del San Teodoro dicen que algunas almas de párvulos juegan con los felinos que lo
habitan durante las noches de luna. Otras ocasiones personajes vaporosos
recorren el camposanto.
Las
velaciones están dedicadas a los difuntos. Aquellos que habitan en el más allá.
En Sullana, se ha convertido en una práctica extendida colocar en la boca del
nicho la “chapa” o el apodo del muerto. Hay difuntos con apodos curiosos como “Borradito”,
“Pajarito”, “Polverita”, “Papayita”, “Mama Yeya” este es un recado cariñoso a
los muertos. Junto a la oración no falta la interpretación de boleros, rancheras,
tonderos y marineras para alegrar a los difuntos. Una de las interpretaciones
más populares es “Amor eterno” de Juan Gabriel cantada con sentimiento y corazón. Otros prefieren el
tondero “La Perla del Chira” con acompañamiento de cajón. También se reza el
rosario y se repiten jaculatorias sentidas como la que dice: “Virgen del Monte
Carmelo conduce su alma al cielo”.
Las
tradicionales lápidas de mármol han sido remplazadas por el porcelanato chino
con la efigie del difunto. Las velas por los focos. Sin embargo la vieja
tradición se mantiene en pie. Hoy todos los piuranos concurrirán a los
cementerios. En Paita, antiguamente se acostumbraba a disfrutar de un picante
de pescado frente a la tumba. Y durante
la noche la velación conforme a la añeja tradición tan viva. En
Catacaos, las celdas del cementerio totalmente iluminadas son un espectáculo
impresionante. En Sechura, todas las familias amanecen en los camposantos. Los
que están lejos de sus hogares concurren a la Cruz mayor y ahí evocan a sus seres queridos.
Los
piuranos no le temen a la muerte. Sucede que hay que dejar todo en orden para
partir sin contratiempos. En nicho o
bajo tierra. En muchos casos es preferible bien acompañado que sólo con la desolación
de una tumba fría. Como reflexionaba Aranguren existen hasta cinco formas de
morir. La muerte eludida, es aquella de la que nadie habla pero nos coloca cara
a cara con la fugacidad de la vida y los
placeres. Muerte apropiada es la que nosotros aceptamos como parte constitutiva
de nuestra vida. Dice el filósofo siempre somos lo que todavía no somos.
Existe
la muerte absurda e inesperada la que nos sorprende a la vuelta de la esquina y
nos estremece porque nos arranca lo que
más nos complace y gusta. También existe la muerte negada la que nos asalta
como sentimiento morboso en medio de la felicidad. Frente a ella se agota la
vanidad de todas las empresas humanas. Es una desnudez sobre la opulencia, los
caprichos y los títulos acumulados con los que se extingue la existencia. A la
muerte le llegan al rabo las cuentas corrientes, las fortunas y el oro. Igual te vas con el inventario de
tus pecados entre las piernas. La muerte buscada es aquella a la que Francisco el pobrecito de Asís le
llamó hermana. Finalmente
estamos solos entre el absurdo total y el misterio, entre la nada absoluta y la
presencia de Dios. San Pablo dijo: ninguno muere para sí mismo, morimos para el
Señor.
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