Juan José Godos Atoche y Alejandro Chillón |
Las dos estrellas titilantes de sus ojos se fueron extinguiendo. Su voz potente de reclamo se apagó y todo se hizo silencio. Sus manos, su cuerpo contraído por el dolor. Todo se hizo nada y sus labios resecos se cerraron para siempre. Mi padre a sus noventa y tantos aún resuena en la memoria. Duro en la batalla final contra la muerte. Filósofo a su manera. Inconforme hasta en la despedida postrera. Nos ha marcado a fuego con su heredad genética. Sus mismas costumbres. Dormir al filo de la cama como en la cuerda floja de la vida. Pensar mucho, rumiar todo y no dejar de hacer en todo el día. El pensar y el hacer son propios del hombre. El olvidar también aquellos recodos turbios en los que se desembalsa la vida.
El patriarca duerme como un niño. Las costras de sus ojos son la condecoración serena de la paz al final de la batalla. Hoy cumplo con él, el rito que él dispensó a sus antepasados. Abundante café para no dormir y conversar toda la noche. Y al filo de la madrugada refrescarse el rostro con agua de mar para no olvidar que su nave partió con la luna en las orillas del mar de Paita. El silencio acompañe tu último viaje, viejo inolvidable. Te recuerdo recorriendo la playa en caminata memorable, detenido el instante en la fotografía. Blandiendo la bandera roja de la huelga sindical en la fábrica vieja. En tú último viaje te acompañan tus perros favoritos con sus historias irrepetibles. Te recuerdo camino a la biblioteca releyendo diarios. Te recuerdo al filo de la madrugada caminando por los grises farallones cumpliendo con entregar tus margaritas para los ahogaditos en las orillas del mar.
Tus hijos numerosos hoy te acompañan. Tu devoción por los relojes y las plumas finas es una tentación que no se acaba. Hoy recorrerás las calles de Paita -conforme a la costumbre- desde la Iglesia San Francisco hasta el cementerio de San Pedro. Ahí están don Pedro Gallup y tus ancestros. Al pasar por el boquerón repetiré esas mágicas palabras muy tuyas que dicen: “Descansa cuerpo bizarro que lo que cargo no es de barro”. Y respiraremos el aire de cumbre en la cuesta.
En lontananza una gaviota gris se deja llevar por el viento. La sustancia del aire es lo que mejor se parece a tu alma inquieta. Tu rebeldía interior no se agota. De pronto tu silencio forma palabras y el dolor purifica tu existencia toda. La elegía que te escriba tiene que saber trocar la tristeza en valentía. Y concentrar un océano de cariño en cada palabra. Gladiador victorioso en la hazaña cotidiana de la vida nos consuele tu grandeza cicatrizada la herida. Chirria la madera y el viento estremece las quinchas viejas. Y el viejo se asoma entre las sombras con sus atados de ternura. Una cachema fresca recién abierta en el muelle. Los colmillos de lobo para los tallados de Mauricio. Caracoles y guijarros recogidos en la playa. Plumas de flamenco. Una oración en la puerta de la Iglesia de La Merced en el barrio de La Punta. En el horizonte una estela de humo negro marca el rumbo de un vapor.
Sol de Colán con tu luz enciendes la existencia. Luna de Paita te deslizas misteriosa en esta ausencia. Camino a Yacila contemplando la Silla de Paita. En el Tablazo la Cruz de Fabricio Cisneros ultimado a balazos por el Subprefecto Rudecindo Garrido. Alforjas cargadas de tunas, piedras de filtro y la danza ceremonial del viento como un guerrero. Los silabarios polvorientos, las pizarras de los parvularios escriben tu nombre viejo incomparable. Gotas de agua de la revieja piedra filtrante, sinfonía musical del cántaro. Agua fresca para la sed.
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