miércoles, 30 de septiembre de 2009

UN SAFARI PARA CAZAR MARIPOSAS


Por: Miguel Godos Curay

El periodismo de cojín mullido y de comodidades es un oficio sospechoso. Algo así como el organizar un safari para cazar mariposas. Una sala de redacción a inicios del siglo XIX era tratada como un “santuario”. Todos coinciden en describirla como un rincón polvoriento en donde en una mesa yacen cuartillas desperdigadas y periódicos viejos alrededor de un tintero. Este es el campo de batalla, en donde cada un de los periodistas disfruta del sagrado derecho de ridiculizar a los poderosos y de conmover dando cuenta de los acontecimientos cotidianos. La letal artillería está compuesta por tinta, papel, plomo tipográfico y el febril ritmo de las prensas de impresión.

El siglo posterior es el del tecleo incesante de las máquinas de escribir Remington. Los editores humanistas y eruditos se dan la mano con los libreros filósofos. Entre los redactores abundan los ávidos lectores de ortografía impecable y los tipógrafos instruidos. Los periódicos son colmenas pobladas de periodistas, escritores y compositores bohemios que causan incomodidad a los políticos.

De las redacciones ruidosas, de ayer, hemos transitado al silencio de las PC conectadas en red. Hoy cualquier avisado ciudadano o ciudadana gracias a Internet puede ser editor de su propia página y diario. El internauta se ha ubicado en el primer plano de un universo que domina con maravillosa destreza sin competencia alguna. De los diarios locales nos hemos asomado a la comunicación planetaria. Y es probable que estos fastos que celebramos con presunción de unidad gremial sean los últimos ritos de una cofradía condenada a desaparecer.

Lo que la tecnología, sin embargo, no podrá derribar es la curiosidad periodística, el uso correcto del lenguaje sin recurrir a los correctores ortográficos con un clic. Esa pasión desaforada por la lectura urgente. Ese disfrute orgásmico por la palabra escrita y la fotografía que captura para la inmortalidad el momento indeseable del político, las blanduras celulíticas de una Miss Universo, el gesto incómodo ante la crítica de un debutante escritor, las miserias al desnudo de un funcionario público o la mediocridad insalvable de un académico con etiqueta de Rector. Todo ese ejercicio crítico no nace ni surge del ordenador.

Del ordenador no surgen: el amor por la vida, la dignidad, la limpieza y la salud moral. Ni esa sensación humana de ser distintos en la pluralidad y de ser plurales en la individualidad. Del ordenador no nace ese amor por la lectura y ese rapto de felicidad que provoca una buena noticia, un comentario oportuno y el disfrute entre líneas de la libertad. Esa sensación humana de no sentirnos pequeños con los poderosos ni grandes y enormes con los pequeños. De la PC no brota esa curiosidad inagotable por la verdad ni esa consolación orgullosa, muy nuestra, cuando nos patean sin piedad porque nuestras palabras escaldan las conciencias inmundas de los corruptos o cuando el dueño o la dueña del medio en el que laboramos nos lanza en pleno vuelo y sin paracaídas. Por pura porfía seguimos vivos con más osadía que un gato y bajo tierra somos muertos altivos.

Los tiempos han cambiado. Lo que no ha cambiado es el tiempo de la madurez que no sosiega nuestras audacias ni nuestra voluntad para el reclamo. Nuestra lealtad insobornable es con la consecuencia. Quien pretenda medir nuestra fortuna con los bienes terrenales descubrirá que el reino de la palabra no es de este mundo. Vivimos con esa urgencia insomne que no nos permite distinguir ese momento en que somos padres en los pasillos de un hospital, ser testigos de un gol en el estadio o estar en primera fila siendo testigos de la historia de la que dará cuenta la humanidad mañana.

Somos un gremio sin gremio, nos conocemos mejor de lo podemos imaginarlo. Los de ayer bebimos del ruido y de las noches de bohemia bien conversadas frente a tazas de café y cuando no de una cervecita inacabable. Los de hoy encandilados por el vértigo del último programa de edición en la PC o la capacidad de transmitir una noticia a velocidad de rayo. A ambos nos conmueve la belleza, el esplendor de la verdad y ese vehemente afán de vivir con la conciencia sin ataduras. ¡Feliz día arrieros que en el camino no encontramos!.

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