sábado, 2 de febrero de 2008

ELECCIONES Y DECEPCIONES


Por: Miguel Godos Curay

Las elecciones internas en la UNP tienen el aparente matiz de una fiesta popular. En el fondo son una avara contabilidad de votos como si fueran las últimas balas para acabar con los contrincantes. Unos se apasionan, otros sufren. Otros se divierten. Una elección abrumadora es una relativa y perentoria estabilidad en el gobierno. El poder, cualquier forma de poder, es siempre transitorio y efímero. Los que hoy trepan como el hombre araña mañana descienden al rasero. Los que se hinchan de vanidad con la misma velocidad se desinflan. Se despintan y mimetizan como el camaleón de la cumbia.

En los días previos y en los posteriores al acto electoral los pasillos de la academia pagan el pato. Las promesas coloridas se convierten en el entretenimiento estudiantil de estos soporíferos días de verano. Las elecciones son como un juego banal que desnuda non sanctas intenciones. Algunos piensan que llegó la hora del perno para perpetuarse eternamente con el auxilio de la adulación. Otros aseguran, sacando pecho, que hay que sacar provecho y se solazan con el anticipado cálculo de sus beneficios.

Los enconos se avivan. En esta mar picada de intereses están ausentes: el debate libre, el buen gusto, la pasión transparente por lo bueno, la compasión por los estudiantes que hay que formar y no deformar, el cultivo inteligente, el respeto y la tolerancia. Es una lucha desenfrenada por el poder. La conquista de una patente de corso para hacer lo que quiero y con quien quiero. No es un punto de quiebre que marca un cambio de rumbo y mejoras. Lo que mejoran son los repartos. Ese congraciarse sensual y rastrero con el poder. Ese vender la conciencia una y muchísimas veces al mejor postor.

Como señala Jean Francois-Revel cuando la mentira se apodera de las instituciones. ¿Qué se puede esperar? ¿Qué los renglones torcidos por la corrupción se enderecen?. Sería frívolo, afirmar, que se avecinan cambios beneficiosos para todos. Los verdaderos cambios exigen pluralidad, controversia, confrontación y debate. Lo que justamente no hay. Los cambios sólo se producen cuando con severidad sumaria se exige el cumplimiento de las propuestas y se fiscaliza palmo a palmo.

Realmente se necesita sinceridad, esa palabra mágica, para combatir la mentira grosera. Es necesaria la honestidad, esa roca fuerte, en donde se estrellan las maniobras y contorsiones mentales y morales de los sinvergüenzas. No hay que ser adeptos a las sutilezas superfluas. A esas mayorías blandas que aceitan el camino con su carga de oportunismo y son incapaces de decir: ¡No!. Esas mayorías corazón de chumbeque que se prestan para todo porque tienen cautiva la voluntad. En este extremo una sola convicción de radiante porvenir predicado con pasión en las aulas tiene más impacto que los jarabes de conveniencia.

Por eso, como decía Voltaire, es necesario “pensar por escrito”. Dejar huella de la inconformidad para que la semilla se propague. Demostrar que la conformidad silenciosa frente a una realidad que desborda, por la histórica negligencia y abandono, es una injusticia consumada. Una universidad de solapados conformismos no es una buena señal. Una universidad que no confronta con ciencia y altura sus discrepancias esta frita. Una universidad que no es capaz de renovarse con nuevos brillos de capacidad por inanición se muere. La universidad no es, no debe ser, ni será, un monopolio para caprichos con nombre propio. Ni un campo de batalla donde los malos derrotan a los buenos acobardados por la pusilanimidad y la indiferencia.

La universidad es un baluarte de libertades no una cofradía de timoratos. Es la despensa moral de los grandes cambios donde los pocos que se nutren de su sabiduría forman las tribus aguerridas que dirigen con responsabilidad a los pueblos. Los otros. Los que tienen vocación de silencio, los llamados para inflar globos. No sirven para las conmociones necesarias del cambio que deja huella sino para la frivolidad sexualmente indefinida de las mariposas.

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