lunes, 21 de enero de 2008

CENTENARIO DE UNA MEMORABLE REBELDIA


Por: Miguel Godos Curay

El pasado 9 de Enero se cumplió un siglo del nacimiento en París de Simone de Beauvoir, filósofa y escritora feminista. La vida de Simone esta entrelazada con la de Jean Paul Sartre. Ambos lumbreras intelectuales de un siglo tumultuoso. Ambos dedicados a vivir y escribir con pasión pese a las intermitencias del corazón. Libertad y franqueza a un extremo. Armonía y despecho para mantener durante medio siglo la frescura de un amor poco corriente.“ Soy escritora y mi existencia entera se halla regida por el hecho de escribir”. Había anotado premonitoriamente.

El 15 de Abril de 1980 Sartre agonizaba vencido bajo por la gangrena. Tomó la muñeca de Simone y sin abrir los ojos le dijo: “Te quiero mucho mi pequeño castor”. Ella lo miró durante horas y le dio un beso poco antes de morir a las 9 de la noche. Allí se quedó dormida. Conoció a Sartre a los 20, atraída por su inteligencia. “Nunca más saldrá de mi vida” anotó en su diario”. A los setenta y cinco frente a su cadáver balbuceó: “Su muerte nos separa. Mi muerte no nos reunirá. Bastante hermoso es que nuestras vidas hayan podido coincidir durante tanto tiempo”.

Conocer a Sartre fue para Simone una explosión de alegría y de tormentos. “Era mi doble, el ser en el que se encontraban reflejadas todas mis manías llevadas a la incandescencia”. Sartre dijo reiteradamente: “Lo maravilloso de Simone es que posee la inteligencia de un hombre y la sensibilidad de una mujer. Es decir encontré en ella cuanto podía desear”. Simone era profundamente sensible, salvajemente apasionada, era capaz de extasiarse contemplando un paisaje, emocionarse escuchando la melodía de una ópera y llorar frente a un instante de belleza.

En 1931 a los 23 años era ya profesora de filosofía en varias escuelas de Francia tarea que sólo suspendió al producirse la ocupación alemana de París. Siempre causó profunda admiración su sinceridad. Cuando Simone Weil, declaró, que la única cosa que importaba era la Revolución que daría de comer a todo el mundo. Beauvoir le respondió a boca de jarro:” Tú no has pasado hambre en tu vida!”. Esa forma de decir las cosas la convirtió en demoledora de los argumentos inculcados por sus padres a sus alumnas. Su vida era austera y frugal, podía durante las noches concurrir a una tertulia de bohemia y amanecer fresca nutrida por las conversaciones sobre política, arte o filosofía. Gustaba mucho del aire fresco y caminar, convencida de que cualquier incomodidad de viaje lo hacía más instructivo e inolvidable. “Cada paseo es como una obra de arte” decía. Ella inventó el auto stop antes que se convirtiera en forma de turismo popular. Sólo le bastaban un par de alpargatas, un mochila y una libreta para tomar apuntes.

Fue una mujer de izquierda pero detestaba los compromisos de carnet. Tenía alumnas que le profesaban cariño y fanática admiración. Beauvoir, tenía, confiesan sus admiradores, enormes ojos azules y un terco aroma de idea. Uno de sus lugares favoritos fue el “Café des Arts” a donde concurrían intelectuales vanguardistas como Vicente Huidobro, el poeta chileno amigo de Apollinaire y de Tristán Tzara, Camus, Marleau Ponty. Era una lectora insomne que necesitaba constantemente de libros para su cerebro.

Nació en el seno de una familia burguesa pobre y se educó católica. Cuenta en sus memorias que dejó de creer a los 14 años cuando descubrió que el recogimiento de muchos cristianos duraba lo que una misa pues retornaban con descarada naturalidad a sus pecados cotidianos. El cristiano a lo tartufo la decepcionó para toda la vida. La invitada (1943) fue su primera novela. Se trata de una mirada existencialista de la libertad y la responsabilidad individual. El existencialismo es el leit motiv de sus novelas posteriores: La Sangre de los Otros (1944) y Los Mandarines (1954), por la que obtuvo el Premio Goncourt.

Otro género que cultivó fue la autobiografía. Allí mostró sus ideas audaces sobre la libertad personal. Destacan en este extremo: Memorias de una Joven Formal (1958), Final de Cuentas (1972). Su adhesión al feminismo brilla en sus ensayos: El Segundo Sexo (19499, La Mujer Rota (1970) y La Ceremonia del adiós (1981). Murió el 14 de Abril de 1986 a las cuatro de la tarde. Sus restos reposan en la misma tumbe del cerebro al que tanto amó.

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