Una página que reune los artículos periodísticos de Miguel Godos Curay. Siempre con una lectura polémica, fresca y deslumbrante de la realidad.
domingo, 23 de diciembre de 2007
HISTORIAS DE NAVIDAD
Por: Miguel Godos Curay
Los piuranos somos unas criaturas de una fibra humana extraordinaria y la solidaridad nos aflora por los poros en la desgracia cuando el agua nos llega al cuello en los diluvios o cuando un dolor profundo por la ausencia repentina de un ser querido nos socava el alma. Ahí somos buenos y humanos. Hemos descubierto, con los años, que quienes menos tienen son los que a Dios dan más. Lo ahorran todo pero lo entregan todo sin reparos y sin mezquindad en un compartir ilimitado. Hay también los que se comportan con Dios como si fueran colgajos coloridos de árbol, puro brillo, en el fondo cáscara decorada para el adorno y la figuración.
Renán Estrada Távara y Humberto Rodríguez Sarango, periodistas de Correo, eran a su modo, filósofos extraordinarios, pues estaban plenamente convencidos que en navidad Dios acostumbra a probar con su cuchara nuestro talante humano. Así recuerdo que compartiendo mesa chiclayana con Humberto pidió un suculento arroz con pato el que humeante y sabroso llegó a la mesa. Fue en esos precisos instantes que ingresó a la fonda un loco callejero y con los ojos brillosos se lo pidió. Humberto sonrió y se lo entregó sin miramientos y nos dijo “a este lo mandó Dios”. Pidió un segundo arroz con pato y esta vez apareció una mendiga ciega que confiada en su olfato llegó a la mesa y se lo pidió. Humberto con regocijado gesto esta vez nos dijo: “No hay duda Godos hasta a Dios le gusta el arroz con pato”. Renán tenía raptos de generosidad repentinos y profundamente humanos. Eran gestos invisibles con una verdadera legión de personajes de Piura y de Sullana.
Hay evocadores recuerdos de navidad que tenemos grabados de modo indeleble en el alma. Como aquella ocasión en que de visita al cura de Paita don Eduardo Palacios nos pidió que le acompañemos al campanario de la iglesia de San Francisco y esperando con puntualidad las doce en la noche buena empezamos repicar con todo brío para anunciar la navidad. “La gente esta triste y hay que alegrarla” repitió. Aún resuenan en mis oídos los bronces sonoros de las campanas grandes y los cantarines y de las pequeñas. En plena Noche Buena el cura Palacios impartía la comunión a los pescadores polacos que recalaban en el puerto y lo fueron a buscar a la casa parroquial.
Otra ocasión recorriendo el Asilo de Ancianos en vísperas de navidad con el inolvidable Aldo Cango. Descubrimos que muchos ancianitos desean en navidad fervorosamente la dicha del trato y el amor humano. Realmente la desolación conmueve y en esos momentos sobra la espontaneidad de quien desea una caricia, un abrazo, un beso o un apretón de manos. Fue en esos momentos inolvidables en que una ancianita de labios arrugados sacó de su boca un caramelo y sosteniéndolo en sus manos temblorosas quería colocarlo entre mis labios. Un caramelo chupado puede desatar una ola incontenible de asco y repugnancia. Pero aquella ocasión el gordo Cango encontró una genial justificación: “El ángel que cuida a la abuelita quiere darte la comunión”. Hay una comunión humana profunda en la pobreza y en la soledad compartida del caramelo de Dios.
Otra navidad de esas que dejan huella visitamos la unidad de cuidados intensivos del Hospital Regional. Ahí estaba el cuerpo de un valiente policía que resistiendo el ataque a su puesto policial en el bajo Piura había recibido un proyectil en la cabeza. Este hombre permanecía con los ojos abiertos en estado vegetativo provocado por la lesión. Nos acercamos a él interrogándonos sobre sus posibilidades de recuperación. El médico nos dijo que estaba vivo por que tenía signos vitales pero su conciencia permanecía en una especie de sueño profundo. Preguntamos por sus hijos y su familia. Tenía dos hijos ajenos a su drama. Fue en esos momentos en que observamos que de los ojos de este hombre, en apariencia inconsciente, brotaron profusamente lágrimas. Estoy convencido que nos oyó. Tenemos vivo el recuerdo de la escena con la certera convicción que la navidad es una buena oportunidad para descubrir que tenemos vocación de bondad.
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