sábado, 19 de mayo de 2007

OCTAVIO O EL PIURANO EXTRAVIO


Por: Miguel Godos Curay
Conocí a Octavio Zapata antes que decidiera desentenderse del mundo, vivir a la intemperie y quemarse las neuronas con marihuana y pasta. En 1983 Octavio venido de Alemania organizó una brigada civil que desde el Apra promovía la colecta y envío de ayuda a esos pueblos sumergidos en las aguas en pleno diluvio de El Niño. Algunas tardes compartía lecciones de alemán con encandilados miembros de la brigada universitaria seducidos por la disciplina nazi y esa pretensión arrebatada de someterlo todo a los ojos del partido. No se si por la lectura fanática, la irredenta pasión por la política, todos estos gratuitos discípulos desviaron el camino. Otros se rayaron intempestivamente y se fueron.

Octavio se expresa correctamente en inglés y en alemán. En sus mejores tiempos recordaba versos de Tagore el venerable juglar de la India. Hoy recorre las calles descalzo, olvidado de sí mismo, con telegráficos arrebatos de lucidez. Sus monólogos inacabables tienen que ver con la destrucción de la vida en el Río Piura por la acción contaminante. Otras veces se sumerge en sus inconexos rompecabezas de la materia y la antimateria. De la energía que activa las neuronas pero de pronto implosiona. Hace mucho tiempo está buscando una fórmula iluminada para que los piuranos se den cuenta que hace mucho tiempo no se dan cuenta que en Piura las cosas no andan bien pero nadie lo escucha.

Otras veces recuerda fórmulas matemáticas y lecciones de física cuántica. Todo se perturba cuando en sus cavilaciones interiores se enfrentan dialécticamente sus propios demonios. Entonces se torna inconexo y vago. Octavio recorre la ciudad mendigando pan, duerme a la intemperie y cubierto de una vieja frazada hecha jirones parece la versión piurana de Osma Bin Laden. Octavio no es agresivo pero cuando lo ofenden recuerda que los derechos humanos existen incluso para los que perdieron la razón. En una sociedad ensimismada por la compra compulsiva de olla arroceras para el día de las madres para olvidarse de sus problemas. Octavio, es un problema sin solución. En Piura al igual que los suicidios los quebrantos de la salud mental se multiplican todos los días. Y no son suficientes los esfuerzos de los Hermanos de San Juan de Dios ni de la seguridad social para atender esta ola de afectaciones a la salud mental.

El paciente psiquiátrico está condenado a la calle. Entre el sanatorio y la calle hay una abismal diferencia. La medicación costosa requiere el aporte económico de la familia. El enfermo mental abandonado sobrevive mendigando comida, abrigo y algún limosnita que pueda servirle para su sustento o para la compra de alcohol y otras drogas. Hay también locos agresivos que se convierten en temor para grandes y chicos. Muchos son parte del paisaje urbano de la ciudad en donde transcurren su existencia en el extremo del abandono y el olvido. Hoy abundan locos y locas. La salud mental está afectada por la angustia económica de los que no tienen trabajo, el desamor, la violencia cotidiana, las secuelas de la frustración y las propias crisis existenciales. Hoy ha crecido explosivamente el número de los drogadictos y los alcohólicos con nombre propio que han dejado de ser anónimos.

La salud mental en Piura es un tema perturbador. Poco o nada se advierte respecto a las secuelas del abuso sexual perpetrado en el seno de la propia y familia y el que se desliza silenciosamente en las redes de Internet. Muchos padres ignoran que el interlocutor obsesivamente amistoso del chat es una bestia parda que oculta pasiones soterradas para cobardemente acabar con el sueño feliz de algún niño o adolescente. Otras veces, el juego simulado no es más que la estrategia desquiciada capaz de violentar a sus inocentes víctimas. Estos enfermos mentales, que despedazan ilusiones infantiles y que utilizan el poder de sus influencias y fortuna para pasar piola, son asesinos sueltos de los que nos tenemos que proteger en las aulas, en los centros de trabajo y alrededor de nuestros entornos familiares. Los caníbales de sueños andan sueltos.

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