UN REENCUENTRO CON
MANUELITA
Por: Miguel Godos CurayManuela Sáenz es un ícono de la libertad de América |
Anoche estuve en Paita
convocado por el congresista Manuel Dammert y esa invicta lealtad y devoción a Manuelita Sáenz. Ayer se
conmemoraron 157 años de su muerte un 23 de noviembre de 1856. Según el
testimonio del general Antonio de la Guerra, su amigo, murió a las 6.00 de
angina de pecho. Se la llevó el abominable mal de la garganta, según de la
Guerra, su desgracia mayor fue haberla puesto en manos de la ciencia pues las
comadres de la Sáenz con hierbas lograron batirse codo a codo con la peste.
Días antes habían corrido igual destino sus criadas. Doña Manuelita en este
doloroso trance fue amortajada y velada por sus comadres. La Tadea Orejuela,
las Benites que le tenían gran estima y
fue sepultada en el viejo cementerio de San Pedro frente al mar de Paita.
Manuelita fue expulsada
del Ecuador por Vicente Rocafuerte en 1834 y esta mujer que en otro momento de su vida
estremeció los salones con su audacia y confesó su amor a Bolívar a los cuatro
vientos y sin recato en la etapa más dura del ostracismo, marchó a la soledad de Paita. Ahí en el exilio se
confundió con otros expatriados. Doña Manuelita no gozaba de mayor fortuna así
los reveló en su declaración de pobreza de 1847. El mayor tesoro lo preservaba
en su memoria, así lo confesó a Florencio Oleary desde Paita dando pormenores
de la nefanda noche del 28 de septiembre de 1828 en que se pretendió asesinar
al Libertador Bolívar en el Palacio de San Carlos en Bogotá.
Entonces Manuelita
despertó e hizo vestir a Bolívar el que huyó por una de las ventanas mientras
Manuela desnuda espada en mano se enfrentaba a los conspiradores. La treta dio
resultado y Bolívar a buen recaudo salvó su vida. Los asesinos desconcertados
sólo encontraron la cama caliente en la que descansaba el Libertador. Entonces
repuestos los ánimos y en inmortal gesto de gratitud Bolívar le confesó a Manuela.
“Tú eres la Libertadora del Libertador”.
Y así marchó sin fatiga
por los andes, cabalgando como centauro y convertida en una hembra de armas
tomar. Le iban el aroma de la lavanda y el vaho flamígero de la pólvora. Usaba
pantalones de paño y blandía su espada con destreza, contestaba cartas y con
intuición femenina advertía las felonías al Libertador. Tenía el rostro
aperlado y la dentadura perfecta con una cabellera intensamente negra que
parecía siempre húmeda. Manuelita era bella y los raptos de celos la convertían
en gata rabiosa que con sus garras trazaba mapas ignotos de furia sobre el
rostro del inmortal Simón.
Una mujer de armas tomar
como Manuelita es cosa seria. Ella prefería hablar de política que de los
últimos alaridos de la moda. Podría mostrar con desenfado sus enaguas y ropa
interior para dar cuenta del primor del tejido y recitar de memoria a algún
autor latino. Entendía perfectamente el inglés y el francés. Durante el exilio
en Paita auxiliaba en las tareas de traducción, del inglés al español, al
cónsul de los Estados Unidos Alexander Ruden. Fue en esas circunstancias que
como tripulante de ballenero recaló por
Paita Herman Melville el autor de Moby Dick. Manuela tradujo al español
sus testimoniales y declaraciones.
Ricardo Palma, que la
visitó en Paita, recuerda, tenía la majestad de una reina sobre su trono. Garibaldi
que la frecuentó lloraba a moco tendido evocando el cancionero del mar y de la
pena. Manuelita en su conversación guardaba con siete llaves los secretos y los
sentimientos más profundos de su corazón. Tenía un parvulario y rodeada de churres les instruía y les
enseñaba a leer mientras en un pequeño brasero fabricaba dulces de azúcar,
clavo y canela. Numerosos perros con nombres de los generales de la
independencia le rodeaban y tibiaban en el crudo invierno sus extremidades
inmovilizadas por el reuma y la parálisis.
¿Creen ustedes que una
mujer de la estatura de la Sáenz iba a estar en Paita cruzada de brazos?. No,
de ninguna manera. Se dedicaba al espionaje político y con el seudónimo de
María de los Ángeles Calderón daba
cuenta pormenorizada de los movimientos de sus adversarios a su compadre el
general Juan José Flores en Quito. Manuela construyó la unidad del Ecuador
desde Paita. También se daba tiempo para leer todos los impresos plagados de
intrigas y denuestos. La incansable Manuela se daba tiempo con su talante
insobornable para responder sin miramientos. Habiendo administrado el archivo
del Libertador. Por boca de Bolívar, lo sabía y lo conocía todo. Por ello muchos
la odiaban y la temían. Neruda le llamó Julieta huracanada. Una mujer que tiene
como amante una espada habita con la inmortalidad.
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