martes, 26 de noviembre de 2013


UN REENCUENTRO CON MANUELITA
Por: Miguel Godos Curay

Manuela Sáenz es un ícono de la libertad de América
Anoche estuve en Paita convocado por el congresista Manuel Dammert y esa invicta lealtad  y devoción a Manuelita Sáenz. Ayer se conmemoraron 157 años de su muerte un 23 de noviembre de 1856. Según el testimonio del general Antonio de la Guerra, su amigo, murió a las 6.00 de angina de pecho. Se la llevó el abominable mal de la garganta, según de la Guerra, su desgracia mayor fue haberla puesto en manos de la ciencia pues las comadres de la Sáenz con hierbas lograron batirse codo a codo con la peste. Días antes habían corrido igual destino sus criadas. Doña Manuelita en este doloroso trance fue amortajada y velada por sus comadres. La Tadea Orejuela, las Benites  que le tenían gran estima y fue sepultada en el viejo cementerio de San Pedro frente al mar de Paita.

Manuelita fue expulsada del Ecuador por Vicente Rocafuerte en 1834 y esta  mujer que en otro momento de su vida estremeció los salones con su audacia y confesó su amor a Bolívar a los cuatro vientos y sin recato en la etapa más dura del ostracismo, marchó a  la soledad de Paita. Ahí en el exilio se confundió con otros expatriados. Doña Manuelita no gozaba de mayor fortuna así los reveló en su declaración de pobreza de 1847. El mayor tesoro lo preservaba en su memoria, así lo confesó a Florencio Oleary desde Paita dando pormenores de la nefanda noche del 28 de septiembre de 1828 en que se pretendió asesinar al Libertador Bolívar en el Palacio de San Carlos en Bogotá.

Entonces Manuelita despertó e hizo vestir a Bolívar el que huyó por una de las ventanas mientras Manuela desnuda espada en mano se enfrentaba a los conspiradores. La treta dio resultado y Bolívar a buen recaudo salvó su vida. Los asesinos desconcertados sólo encontraron la cama caliente en la que descansaba el Libertador. Entonces repuestos los ánimos y en inmortal gesto de gratitud Bolívar le confesó a Manuela. “Tú eres la Libertadora del Libertador”.

Y así marchó sin fatiga por los andes, cabalgando como centauro y convertida en una hembra de armas tomar. Le iban el aroma de la lavanda y el vaho flamígero de la pólvora. Usaba pantalones de paño y blandía su espada con destreza, contestaba cartas y con intuición femenina advertía las felonías al Libertador. Tenía el rostro aperlado y la dentadura perfecta con una cabellera intensamente negra que parecía siempre húmeda. Manuelita era bella y los raptos de celos la convertían en gata rabiosa que con sus garras trazaba mapas ignotos de furia sobre el rostro del inmortal Simón.

Una mujer de armas tomar como Manuelita es cosa seria. Ella prefería hablar de política que de los últimos alaridos de la moda. Podría mostrar con desenfado sus enaguas y ropa interior para dar cuenta del primor del tejido y recitar de memoria a algún autor latino. Entendía perfectamente el inglés y el francés. Durante el exilio en Paita auxiliaba en las tareas de traducción, del inglés al español, al cónsul de los Estados Unidos Alexander Ruden. Fue en esas circunstancias que como tripulante de ballenero recaló por  Paita Herman Melville el autor de Moby Dick. Manuela tradujo al español sus testimoniales y declaraciones.

Ricardo Palma, que la visitó en Paita, recuerda, tenía la majestad de una reina sobre su trono. Garibaldi que la frecuentó lloraba a moco tendido evocando el cancionero del mar y de la pena. Manuelita en su conversación guardaba con siete llaves los secretos y los sentimientos más profundos de su corazón. Tenía un parvulario  y rodeada de churres les instruía y les enseñaba a leer mientras en un pequeño brasero fabricaba dulces de azúcar, clavo y canela. Numerosos perros con nombres de los generales de la independencia le rodeaban y tibiaban en el crudo invierno sus extremidades inmovilizadas por el reuma y la parálisis.

¿Creen ustedes que una mujer de la estatura de la Sáenz iba a estar en Paita cruzada de brazos?. No, de ninguna manera. Se dedicaba al espionaje político y con el seudónimo de María de los Ángeles  Calderón daba cuenta pormenorizada de los movimientos de sus adversarios a su compadre el general Juan José Flores en Quito. Manuela construyó la unidad del Ecuador desde Paita. También se daba tiempo para leer todos los impresos plagados de intrigas y denuestos. La incansable Manuela se daba tiempo con su talante insobornable para responder sin miramientos. Habiendo administrado el archivo del Libertador. Por boca de Bolívar, lo sabía y lo conocía todo. Por ello muchos la odiaban y la temían. Neruda le llamó Julieta huracanada. Una mujer que tiene como amante una espada habita con la inmortalidad.

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