RAJONES Y RAJONAS
Martha Hildebrandt: "el raje es la maledicencia pura" |
Por: Miguel Godos Curay
Martha Hildebrandt
advierte que rajar en el habla familiar del Perú es “criticar en ausencia,
censurar, hablar mal de alguien”. El raje o la rajadera es la maledicencia, la
murmuración, la critica solapada o chisme. Por eso rajones y rajonas son las personas criticonas, murmuradoras y
chismosas. El “raje” es, en efecto, un
deporte nacional que nos condena al subdesarrollo mental e intelectual. Es la
gimnasia de la lengua de chismosos y chismosas ocupados de la vida ajena. Entre
los sentimientos de malevolencia el raje es producto del cinismo que es el
menosprecio consciente a los otros. Es una falta de respeto a los demás y a sí
mismo. Los comentarios suspicaces, burlones e impíos son la maldad primitiva
que busca hacer daño a los otros producto del resentimiento propio.
Las rajonas son lo que
decía don Manuel Ascencio Segura de Doña Catita. “Viejas mañosas con cara de
virtud”. Rajones y rajonas hay de todo tamaño y laya. Están los que aderezan
sus chismes con exageraciones, los de pico fino mírame y no me toques y los de
vocación de serpiente, por arrastrados y ponzoñosos dedicados al intercambio de
veneno. No faltan los que para expiar su pecado se disfrazan de piadosos reza rosarios y golpeadores de pecho. Se trata
de un ardid para registrar y criticar los acontecimientos que se producen en la iglesia. Bodas, bautismos y
trajes nuevos. Miran, presumen se santiguan y miran al cielo a la hora de
limosna. Por su tacañería los conoceréis.
Rajones hay en todas
partes. En el barrio, en el mercado, en la plaza y hasta en la academia. Ahí
podemos clasificar a los rajones licenciados, las que han obtenido una maestría
y hasta los doctorados. Aquellos tienen la lengua filuda como una chaveta. De
todo se fijan, de todo hablan, de todo se quejan. Miran la pajita en el ojo
ajeno y tienen una enorme biga en el suyo. Tras el rajón hay un desnaturalizado
afán de dar malas noticias. Son aves de mal agüero, viven destripando al
prójimo y no tienen escrúpulos hasta para hablar de los muertos. En este
extremo acaban consumidos por el reconcomio de la infelicidad, la envidia y la
hipocresía.
Entre los rajones abundan
los adulones, sobones y lameculos. En
realidad se aproximan a personas que por la naturaleza de su cargo o influencia
les pueden ser útiles. Entonces utilizan almibarados diminutivos hasta morder y
no desprenderse de su descuajeringada
víctima. Se mueven por la maldad que nutre su deseo de poder, un enfermo afán
de superioridad haciendo daño. Como viven ocupados de la vida ajena se olvidan
de su triste y opaco pasado. Fingen
estrechez de señorita cuando el propio boquerón del Padre Abad les queda corto. Así prosiguen en su vida muelle, indecorosa y repugnante.
Cuando mueren, refieren en Sullana, se les enrosca la lengua. Por eso les echan en la boca cántaros de agua bendita. Y
si la fórmula no surte efecto. Optan por
comprar dos ataúdes. Uno grande para el cuerpo y otro de parvulito para la
lengua.
No se piense que los
rajones son candidatos de número para la Academia Peruana de la Lengua. Para
ellos sólo hay posibilidad en la academia del desconsuelo y la infelicidad. De
tanto hablar mal todo lo que prueban destila amargura, odio gratuito, inquina y
maledicencia. Su mayor tortura es llegar a una senilidad insoportable
contándole amarguras a su sombra. Hablando solos porque nadie las escucha y
delirando de pura desolación interior.
Otra es la felicidad de
los que no se ocupan de la vida ajena. De los que creen que la vida bien vale
la sincera amistad y el respeto. El compartir con gratitud lo mucho o poco que
se tiene. Sin penetrar con ese afán intruso en la vida de otros. Entonces hay
más tiempo para leer, pensar, escuchar, conversar y reír sin que se sienta el
transcurrir del tiempo. Hoy los tiempos han cambiado. El ocio y la vida
intelectual tienen otros niveles de proximidad. La vida acogedora es de los
inteligentes. La mala vida es propia de las bestias. La mezquindad y su costra
mal oliente no tienen lugar en este espacio.
No es cierto que los
rajones y rajonas, alcancen poder,
manipulando información a su antojo. Sucede que por tener fracturada la
credibilidad nadie les da bola. Finalmente acaban siendo víctimas de su incapacidad
de remordimiento y de su incontenible rabia interior. Entonces como cuando
escupen para el techo todo les cae en su propia cara. Rajones y rajonas, hay en
todas partes inoculando desesperanza. Fingiendo lealtad en las instituciones a
cuyas expensas viven. Les sucede lo mismo que a las raposas. Se convierten en
coloridas gelatinas de mimo y de ternura. Cambian de piel y hasta de voz. Pero
como bien se dice en este mundo “…aunque
la rajona se vista de oropel y seda
rajona se queda”. De la m solo brota m.
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