CULTURA Y
APARIENCIAS
Por: Miguel
Godos CurayTorito de Pucará estilizado obra del artista Víctor Delfín |
No nos extrañe por eso el frío en la inauguración de la muestra de
Víctor Delfín en la Plaza de Armas. A la ceremonia le falto calor humano. Por
eso lo que diariamente sucede en la Plaza de Armas es la prolongación de ese afán de notoriedad
para la foto muy parroquial, rupestre y piurano. Es el mismo rito del caballo
de palo para retratar al engreído. Todo
el mundo se encarama en los caballos, el toro y hasta el minúsculo piajeno. Nadie pregunta por el
artista y el significado de su presencia en Piura. Pocos conocen que Delfín se
batió contra la dictadura de Fujimori. De
quedarse las piezas del artista en Piura
con nuestras proverbiales exageraciones es probable que sean carcomidas
por ese fetichismo de quedarnos con algo del artista. La cultura no nos toca todavía por nuestro regusto por el ordinario
esplendor de la huachafería.
No se piense que la percepción
de una mala gestión pública mejora con la pirotecnia y la cosmética. No
es así. Podría venir a Piura un coro angelical
y la ciudad continuará insegura y desordenada. Igual sucede con las
bibliotecas, el buen cine y la cortesía en la que se muestra la buena educación
de un pueblo. Piura urbanísticamente poco tiene que mostrar. Los escasos
monumentos de nuestra arquitectura republicana se dejaron caer por la incuria y
la indiferencia de las instituciones responsables en salvaguardar nuestro
patrimonio monumental.
Lo poco que se tiene debe ser
preservado. Sucede que la arremetida demoledora de los nuevos negocios e
inversiones no respetan nada del pasado. Basta contemplar el cuadrilátero de la
Plaza de Armas para darnos cuenta que el único monumento que preservamos los
piuranos es la Catedral. Después todo es nuevo. Todo es cemento que no encaja
con la prosapia de la ciudad.
A ello podemos sumar la destrucción monumental al norte y sur de la
ciudad. Los nuevos edificios han aplastado las antiguas construcciones. Y las
placas conmemorativas que recordaban las moradas de ilustres piuranos son hoy
un relicario a la incuria y al abandono en el que se encuentra el patrimonio
monumental de Piura. Son contadas las casonas que se preservan pues la mayor parte de ellas acabaron
derruidas a vista y paciencia de todos. El mismo olvido encontramos en los
puentes del que sólo nos acordamos en las crecientes del Piura.
Piura crece despojada de identidad. En la mayor parte de las
urbanizaciones los árboles son talados salvajemente para que se luzca un
negocio porque no nos importan las áreas verdes. En la propia Plaza de Armas en
donde ayer abundaban los tamarindos y algarrobos. Hoy pocos árboles se
mantienen en pie y nadie se ocupa de ellos. En cambio los huecos en las calles se mantienen sin que nadie se
ocupe de hacer de Piura una ciudad propicia para el caminar y contaminar menos.
Si a estos atropellos sumamos los chillones carteles que promocionan eventos
bailables atropellando el ornato podemos concluir que falta en nuestras autoridades amor por la
ciudad y sus habitantes.
El amor por la ciudad es un valor cívico que pondera el aprecio de los
ciudadanos por el lugar donde viven. La ciudad, se puede observar, queda en las tardes llena de basura que abandonan
céntricos establecimientos comerciales que nadie sanciona. Hay rincones de
Piura que han perdido su tradicional aspecto para convertirse en peligrosos recovecos
por donde se desplazan elementos de mal
vivir. La seguridad ciudadana sigue siendo un problema. Se habla de
videocámaras para la vigilancia y alerta ciudadana. Sin embargo. Como todas las
promesas incumplidas no hay cuando se convierten en una realidad que podamos
agradecer a nuestras autoridades. Por el contrario los diarios dan cuenta
diariamente de la poca seriedad con la que se maneja la inversión pública. Sin
que las protestas ciudadanas sean escuchadas y acogidas. Nuestras autoridades
concluyen un año de gestión con nota
desaprobatoria. Ese es el sentir de todos los piuranos.
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