viernes, 6 de julio de 2012


Vicente Rodríguez Casado, inolvidable profesor
 de la Universidad de Piura

¿CÓMO SER BUEN MAESTRO Y NO MORIR EN EL INTENTO?


Por: Miguel Godos Curay
El ser maestro es una tarea apasionante. Sin pasión el maestro es un robot que repite lo que tiene que decir pero no enseña. El maestro sabe desprenderse de lo que más valora: su conocimiento y sabiduría, para compartirla como si desgranara un choclo en la boca de sus alumnos. Aquel que practica la avaricia cognoscitiva y la vende al mejor postor es un retórico mercachifle no es un maestro. De mercachifles tiene que sacudirse el mundo. Mucho ruido y pocas nueces. Guabas secas, pura pepa sin carne. El maestro es un curioso empedernido e inconsolable que se nutre de la vida en cada una de sus experiencias. El maestro genuino refresca todos los días sus conocimientos sin la rigidez mortuoria del entierra muertos. Tiene la capacidad suficiente para colocarse en los zapatos de sus alumnos. Los conoce a todos con su psicología natural. No los expone ni los somete al chantaje de sus irrefrenables pasiones viles y rastreras. El que no valora y ama a sus alumnos no se ama a sí mismo. Es una bestia parda que arrastra por el mundo la indigencia de su desamor y la desventura de su desgracia inhumana.

El maestro genuino y de vocación sabe que el apostolado del aula es lo primero y que su deber sindical es atropello cuando lesiona a sus alumnos. El maestro resentido es el fracaso andando y un peligroso veneno para las conciencias de sus alumnos. El maestro quejumbroso es un hato de miserias humanas y un profeta del ojalá que nunca vislumbra futuro porque vive sumergido en el ayer tarde me he mirado en el espejo. De él no se puede esperar nada porque no se proyecta a nada y vive sumergido en un nihilismo perverso y sin sentido.

Hay maestros sabios, en apariencia desordenados, porque viven para la ciencia y la hacen simple y deliciosa como helado. Otros la complican finalmente se pierden en su propio laberinto. Otros se sumergen en su vanidad de pavo. Pura pluma brillosa que se repliega como el colorido del abanico. En el fondo conocimiento fresco y exquisito no hay para nada. Entonces los alumnos sufren la peor de las decepciones. La que provoca un cerebro hueco y vacío. Nada por aquí, nada por allá.

El maestro amable no es un ogro filantrópico del saber para sus alumnos. Es un encantador que transmite energía y deseo de aprehender con su palabra. Enseña con su ejemplo y está dispuesto con solicitud en todo momento porque su magisterio no se angosta en una fecha y en un calendario. Un maestro es una criatura feliz pese a sus limitaciones. Es un rico feliz en el sentido filosófico del término porque sus tesoros no son de este mundo terrenal donde a la riqueza dineraria se la consume la codicia y el orín. Sabe vivir y enseña a otros a vivir serenamente con los sueños y la propia soledad interior. Se emociona cada tarde con el progreso de sus alumnos y siente, algunas, veces que no pronunció su última lección a esos estudiantes rebeldes que son sus hijos.

Aún recuerdo a mis primeros maestros y maestras. Esas tías señoronas que deletreaban el silabario Mantilla con denuedo. Pero también a esa legión humana de maestros que orientaron nuestra existencia en la escuela, el colegio y en la propia universidad. Son una continuidad humana gloriosa y exultante. No podemos dejar de sentirnos orgullosamente gratificados con muchos maestros extraordinarios en las Aulas de la Universidad de Piura don Gonzalo de Reparaz Ruiz geógrafo lusitano que develó las danzas misteriosas de los vientos y las dunas. El Padre José Navarro Pascual que con diligente y oportuno desinterés corrigió nuestras primeras cuartillas y las empujó con audacia a la imprenta. A César Gutiérrez Muñoz, paleógrafo y archivero, que enseñaba los secretos de la enrevesada caligrafía de los infolios coloniales. Resuena en el recuerdo y la memoria la sonora y vital carcajada de don Vicente Rodríguez Casado historiador erudito e inolvidable maestro. Y la mirada de mar serena de don Javier Cheesman Jiménez en los vericuetos de la lingüística románica. Y hay muchas maestras entrañables como las doctoras Luz Gonzáles, Carmela Aspillaga y Tere Truel quienes con fecundidad asombrosa han dejado indeleble huella entre los ayer arenales y hoy umbríos bosques de algarrobos de Piura.

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