domingo, 21 de marzo de 2010

LOS PARAPEDEOS DEL SEMAFORO


Por: Miguel Godos Curay

La lealtad no camina con las ataduras a la conciencia. La lealtad no es incondicionalidad irreflexiva sino la suficiente capacidad humana para distinguir el bien verdadero del bien aparente. La lealtad humana nos obliga a decir con sinceridad siempre lo que pensamos y no acostumbrarnos a esa vieja “mala práctica” de dorar la píldora o decir lo que no sentimos. El eufemismo finalmente se convierte en una cosmética moral que maquilla la realidad al gusto del cliente. Y es ahí en donde conviene un punto de quiebre o un deslinde necesario que nos obliga a mirarnos realmente como somos y no como creemos que somos.

Era una arraigada costumbre de los césares romanos el de contratar a un hombre que a viva voz recordaba al emperador en la ebriedad de la gloria y el poder. Que era una criatura humana pasto para los gusanos y que todo poder y gloria son efímeros, tan volátiles como el etanol en el aire. Nosotros somos de una especie humana en la que nos creemos la última chupada del mango y no es así. Por ejemplo, creemos, que una camioneta vulgar y silvestre con cuatro números en la placa hace un cargo en cualquier organización. Y no es así. Es la inteligencia y el manejo diestro en dirigir a un grupo humano al cumplimiento de sus objetivos lo que provoca el resplandor inteligente. El pasar por la vida haciendo caminos que dejan huella y no surcos sobre el agua es lo que realmente prestigia a una gestión en cualquier institución.

Llamar a las cosas por su nombre era lo que el viejo Confucio denominaba la “justa designación de las cosas”. Una correspondencia con la realidad plena y humana. Nos hemos acostumbrado a desbordar la lógica con artificios retóricos. Así, por ejemplo, cuando la preguntamos a un alumno a boca de jarro: “¿Cómo está en el curso de biología, de física o ciencia jurídica?. Él, conforme a la lógica irreductible, nos podría responder. Estoy bien o estoy mal. Sin embargo, es muy probable que nos responda con la fórmula pervertida del “ni fu ni fa”. Algo así como “no estoy bien ni estoy mal”. Estoy “más o menos” que no es ni más ni menos es una categoría indefinida para maquillar la realidad. La vida como los semáforos tiene color verde que es lo que yo puedo hacer sin transgredir las leyes y la propia moral sin afectar a los demás. O por el contrario, el rojo, el ir contra las leyes y la propia moral. Me paso el semáforo en rojo a riesgo de mi propia vida.

Otra categoría híbrida que no es no rojo ni verde es el color ámbar. Vivir en ámbar es vivir en la cuerda floja, indefinidamente porque no se quiere aceptar la realidad. Es vivir en la apariencia de espaldas a la realidad. Santo Tomás de Aquino dice que la realidad es la adecuación de la mente a las cosas que existen fuera de mí. No es la adecuación de las cosas a mí capacidad fugaz e indecisa. En la vida somos buenos o somos malos. No hay términos medios. Parte de esa sinceridad ontológica es el ser buenos amigos. El buen amigo desea con lealtad para su mejor amigo lo que desearía para sí mismo sin menoscabo. ¡Ni más ni menos.! Desea que el bien para su amigo sea el bien que desea para sí mismo. Quien no actúa así y se desborda como poto de clarito en la expansión del chicherío busca una complicidad en la que la percepción de la realidad se convierte en un espejismo y se distancia de la objetividad. Por eso, es siempre bueno no pedir a los amigos lo que humanamente no podríamos consentir. Si algo nos falta es sinceridad, amistad genuina deseos de hacer mejor cada día las cosas. Es un deporte cotidiano el que busquemos los beneficios y provechos propios pero es sensato que busquemos el bien de las personas (desarrollo humano) y el bien de todos (desarrollo social).

Es bueno que cada uno tenga su forma personal de ver las cosas y el mundo. Es bueno ser tolerantes pero también tener suficiente capacidad de pensar de modo diferente. Como en la pintura, la belleza de un cuadro no está en la monotonía del gris que pinta de cuerpo entero los apetitos personales y la frustración. Sino en la policromía de los colores encendidos con todos su matices. Igualmente en la música la armonía es producto de la polifonía. Son los diversos sonidos y tonos los que dan a la música personalidad propia. Lo mismo acontece en las instituciones en donde la pluralidad viva y democrática construye cimientos sólidos. Alguna vez oí decir a los sechuranos esta frase : “Nosotros nos llevamos bien porque en lo único que estamos de acuerdo es que no estamos de acuerdo y así nos entendemos”.¿Me entendieron?

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