domingo, 14 de marzo de 2010

LA CIUDAD QUE FUIMOS Y QUE AMAMOS


Por: Miguel Godos Curay
Tenemos que sacudirnos para despertar y darnos cuenta que si no nos unimos somos débiles frente a la desesperanza y la violencia. No se piense que tras el vandalismo desbocado no hay criminales que ganan a río revuelto. Los hay de todo pelaje. Algunos son lobos disfrazados de corderos. Otros disfrutan del temor y la incertidumbre exacerbando conflictos sociales, enfrentándonos a unos con otros. Luego aparecerán solidariamente comprometidos con estas causas sin causa que significan perpetuar el desorden y el caos. Así seguiremos siendo tierra de nadie. Fomentando el atropello a la propiedad privada y pública. Según este desvencijado criterio: “la tierra no es de su propietario sino de quien la necesita incluso para malvenderla”.

La mejor forma de acceder a la propiedad según esta intestina manera de ver las cosas es la “apropiación ilícita”, el “robo”, el hurto famélico y el satisfecho. De este modo enervamos una patente de corso para arrojar, sin miramientos, los desperdicios en la vía pública. Todo está permitido: el mear y hacer nuestras necesidades fisiológicas donde se nos ocurra sin respeto a nosotros mismos. Las vías y accesos son “propiedad” de quien los ocupa. Los efectivos del orden son el abuso encarnado y no merecen el respeto. Está justificado el hurto en la escuela. En donde el potencial ladrón es un vivo que se aprovecha de la mochila de los tontos. El tiempo se mide por “horas pedagógicas” que curiosamente no son horas educadas sino un sistema de medida que reduce a 30 o 45 minutos la hora diaria de clase.

Así en el mercado, por ejemplo, los kilos tienen a lo sumo 700 gramos. Los comerciantes expenden: “cabeceando” productos buenos y malos o “chicos” y “grandes”. Toda oferta a precio módico no es otra cosa que un eufemismo para vender lo invendible. ¡Esta es nuestra precaria y en apariencia inverosímil concepción del mundo!

Igualmente podemos seguir hablando del “gobernante que roba pero hace obra”. Del “buen” profesor que pasa por agua caliente a los desaplicados o el que en la universidad tras el examen sustitutorio inventa el “resustitutorio”. Del universitario que se apropia como un pirata de una investigación ajena a la que coloca su nombre como si fuera suya. De esa fe pervertida que le enciende una vela a Dios y otra al diablo. Del que se santigua de rodillas pero le hace guiños al demonio en La Huaringas. Del que finge amor para la fotografía. Del que no se acepta a sí mismo y recurre el falsete de la tinta y la cosmética. De la doncella que finge virginidad tras kilómetros de recorrido a 120 por hora y sin semáforos morales.

De la falsa lealtad política. De los áulicos que repiten en corifeo: “Contigo hasta la muerte…” y con el puñal de la traición te desflecan el alma. De los matones a sueldo que ofrecen sus servicios al mejor postor. De los que te ayudan porque están mirando en donde morderte. De los que inventan dificultades para vender facilidades. De los que presumen con decoro de señorita antigua para la foto. De los perjuros. De los músicos que soplan pero en esencia están despojados para la música. De lo que revientan a más no poder pero no tienen papilas para sentir el sabor de las cosas.

De los que procrean como las reses porque sus espermatozoides no conocen el verbo amor. De los que lloran a sus deudos con un antifaz de odio y rencor. De los que no tienen ni papá ni mamá, porque la duda metódica no les resuelve la fractura de su origen. De los que leen y no entienden. De los que alimentan su envidia y deseos con lo que otros tienen y nunca podrán alcanzar. De los que creen que la felicidad no existe porque beben de su amargura y su incapacidad de soñar una Piura en la que puedan habitar los hombres, las mujeres los niños y las lagartijas. En donde se pueda mirar al cielo y contemplar las estrellas en la quietud de la noche. Y en donde se pueda escuchar a la viandera:”frito..frito…frito calientito” la mañana del domingo. O un sonoro –“Buenos días de Dios” a la lechera que recorre tempranera desde los Ejidos, Piura. ¿Costará tanto el levantar de sus escombros esta arquitectura moral de la ciudad que fuimos y que en silencio amamos?.

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