miércoles, 13 de enero de 2010

SER DOCENTE UNIVERSITARIO EN EL PERU


Por: Miguel Godos Curay

Ser docente universitario en el Perú puede ser timbre de dignidad y de decoro. Porque no hay tarea que consuma tantas energías por tan poca paga y sólo quedarse en las manos con satisfacciones tan esquivas como la de vivir soñando con una felicidad que tarda pero que nunca llega. Para ser docente decente se requiere un coraje irrepetible y no caer en la ominosa cadena de repartijas a consecuencia de esta manera injusta de aliviar el bolsillo. Ser maestro universitario requiere alma, corazón y vida para no morir en el intento.

Probablemente quienes nos censuran ignoran que muchos docentes renuncian al bien apetecido para comprar algunos libros y refrescar los conocimientos con el poco dinero que tienen. Aunque muchos intelectuales saltimbanquis viven en la cuerda floja y el brinco de universidad por universidad lo hacen porque lo que tienen poco les alcanza. Y los que desafían la pobreza lo hacen con esfuerzo sobrehumano con el puro combustible de su capacidad cerebral. Ser docente universitario requiere agallas para vivir fuera del agua. Y un valentía emocional de payaso para transmitir optimismo y felicidad cuando la nave interior zozobra y desgarradoramente constatamos que se esta hundiendo.

Habría que mostrar a la curiosidad pública nuestra relación de docentes universitarios fallecidos mensualmente porque el seguro social es insuficiente, porque nos sorprendió la muerte corrigiendo una tesis doctoral o porque un cáncer terminal acaba haciendo estragos en una anatomía endeble tan llena de privaciones hambrienta de generosidad. El infarto es como un hipo de moda en el mundillo universitario. Una corbata y un terno nuevo, pasados de moda, porque el proveedor que nos la fía ha descubierto una fórmula par hacer negocio con la pobreza. Es un verdadero lujo y la mortaja anticipada.

Somos campeones de la deuda en los bancos, financieras y cajas municipales. Aunque misios honramos nuestra palabra. Educamos a nuestros hijos, para que no sean como nosotros, con sangre sudor y lágrimas. Realmente una mirada a nuestro interior descubrirá nuestras sutilezas personales con las que nos hemos acostumbrado a vivir corriendo listas de caridad para enfrentar enfermedades propias y las de nuestros deudos cercanos. Como si fuera poco somos el ranking favorito de las funerarias. Los elegidos por las ópticas para comprar los cristales nuevos en tres partes. Los dentistas no saben que formula inventar para hacer que el bolsillo no se resienta con nuestro esfuerzo por una masticación decente.

Somos campeones del menú. Tenemos habilidades extraordinarias para sobrevivir y nuestro reto es ordeñar tantas maestrías y doctorados para producir nuevos y frescos ingresos. Por supuesto que hay quienes capean el temporal divinamente y no se quejan pero hay otros que piden al santo de su devoción todos los días que gotee aunque no chorree billete para sobrevivir. Indudablemente que por estas razones somos investigadores natos de cómo hacerle cara a la vida con dignidad y decoro. Somos la profesión más antigua del mundo, la de enseñar, pero por la miseria estamos al borde de ser el oficio más antiguo del mundo. Ahí estamos blandiendo con los dientes apretados dignidad.

Para ser docente universitario en el Perú hay que tener valentía para no gritar aunque te duela. Para sentir el doloroso latido de las venas varicosas dando clases en silencio. Y tener esa capacidad de soportar a tanto abejorro insoportable que pulula por las aulas universitarias. O mirar el desplante televisado de la Ministra de Economía que se caga en la resolución del Tribunal Constitucional. Si para el gobierno, para los ministros y congresistas: ¿Qué importa la universidad?. Hay razón para sentirnos un volcán alimentado por la injusticia en pleno estallido social. Que conste, soy docente universitario sindicalizado, galvanizado de decoro y orgullo y aunque no comparto esas fórmulas tan desgastadas de protesta. Permítanme afirmar que ser maestro universitario en el Perú es una pasión bajo la piel que se nutre en el anhelo fervoroso en un Perú nuevo. Algunos dicen que cobramos sin trabajar olvidando que hace mucho tiempo trabajamos sin una paga justa elemental.
Gráfico: Protesta, xilografía de Luis Zaldivar.

No hay comentarios: