jueves, 18 de septiembre de 2008

UNA RECETA PARA SER FELIZ


Por: Miguel Godos Curay

Sostiene Aristóteles (384-322 AC) que el bien supremo que persigue el hombre es la felicidad. Según esta extendida opinión el vivir bien y el obrar bien son sinónimos de dicha. Sin embargo, hay que tener en cuenta las variadas opiniones individuales. Para el enfermo la felicidad es la salud. Lo que para el pobre es la riqueza. En el estratega la felicidad está en la victoria y para el arquitecto en la funcionalidad y la belleza. Hay quienes piensan que felicidad es embotarse de placeres lo que provoca una sensación fugaz de felicidad. Hay personas que teniendo mucho dinero se mueren porque no pueden comprar vida. Y hay quienes teniendo vida la pierden por torpeza invencible consumidos por las drogas y el no hacer nada.

Un debate reciente de psicólogos en la Universidad Complutense de Madrid reveló que la felicidad no sólo es posible, sino que en la vida puede aprenderse a ser feliz. Para ello es esencial en las personas tener sentido del humor y saber valorar lo importante y lo valioso de la propia existencia. Una conclusión a la que se arribó fue la siguiente condición para ser feliz. Pedir a la vida solamente lo que la vida nos puede dar. Normalmente nos extralimitamos y a veces pedimos excesivamente y egoístamente hasta perturbarnos interiormente.

La vida es un permanente conflicto que pone a prueba nuestra capacidad de respuesta y adaptación. Otra recomendación es el dar trascendencia a la vida a través de profundas vivencias personales y convicciones religiosas. El que cree construye esperanza. El que no cree está en el abismo del fracaso. Es necesario aprender a valorar lo que tenemos y que recibimos gratuitamente de la vida y a veces somos incapaces de ver.

En este sentido, importante puede ser, por ejemplo, un amanecer, el caminar monologando consigno mismo, el hacer lo que nunca se hizo, plantar un árbol. El tener la mente ocupada con un crucigrama, el coleccionar en apariencia objetos sin valor. El leer, el escuchar música, el escribir para no olvidar. El rectificar y reconocer viejos errores. El conversar, el viajar, el hacer deporte. Hay muchas personas que se sintieron felices al caminar por primera vez a la orilla del mar. Enseñando a leer a otros. El principio fundamental es el descubrir que los mejores momentos en la vida no se compran con dinero pero valen tanto como las fortunas acumuladas en la tierra.

Ayudar a otros provoca también la sensación insobornable de felicidad. También es importante sonreír, porque no hay mejor carta de presentación que una sonrisa. La sonrisa es una vacuna efectiva contra las amarguras. El mundo hoy vive una desaforada ambición por la competencia. Vivimos en permanente obsesión por ser mejores, lo que no está mal, pero mucho más importante es ser personas normales. Ser nosotros mismos. Eso no lo enseña ningún diplomado, ni una maestría ni un doctorado. Es un curso irrepetible de madurez humana que la vida nos ofrece a cada instante pero del que estamos en permanente huída.

Hoy podemos fácilmente encontrarnos con superhombres y supermujeres que se desesperan por ser “super” en todo. Su tragedia está en que este afán de superlatividad notoria ya no son ellos mismos. Finalmente acaban convertidos en “supercojudos” llenos de frustración porque la realidad enseña que siempre encontraremos mejores que nosotros. La desgracia se apodera de ellos cuando estos patrones se trasladan al hogar en donde la familia entera empieza a moverse por los hilos invisibles de la superestupidez en ese afán indetenible de andar comparándolo todo.

Un curso de felicidad enseña, en primer lugar, que el dinero no es la fuente de la felicidad. Con dinero se puede comprar placer pero no amor y ternura, se pueden comprar libros pero la sabia certeza personal es otra cosa. La mayor parte de personas felices curiosamente no lo son por lo que tienen sino por el que esperan algún día tener sin enfrascarse en una loca carrera por amasar fortuna que casi nunca disfrutan.

El humor, es otra de las principales fortalezas del ser humano. Quien es capaz de reírse de sí mismo, está demostrado, tiene una autoestima elevada. No se siente menos ni más que los demás. La risa produce una de las sensaciones más placenteras de la experiencia humana. El afán de poder y el exceso de ambiciones, por el contrario, acaban por convertir a las personas en inconsolables envidiosas y amargadas. Existen también quienes viven el deslumbramiento de la experiencia religiosa como un encuentro espontáneo con Dios y a partir de ella, mejoran su calidad de vida e incrementan su capacidad de amar, ser útiles, creativos y productivos. Para Aristóteles la felicidad incomparable es la de la inteligencia que es la que menos ataduras materiales tiene.

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