miércoles, 27 de agosto de 2008

UNA UNIVERSIDAD QUE CRECE


Por: Miguel Godos Curay

La Universidad Nacional de Piura como la Biblioteca Pública Municipal Ignacio Escudero fueron iniciativas de la Confederación Obrera de Piura. El clamor por la universidad fue acogido, en 1959, por la Asociación de Estudiantes Piuranos que creó el Comité Pro Universidad que junto a las fuerzas vivas de Piura hizo realidad tan caro anhelo.
Fueron los obreros agrupados en la Confederación Obrera los que con esclarecida visión atisbaron en el horizonte del conocimiento el rol protagónico de la academia. La hacienda favoreció el surgimiento de los colegios católicos como el Salesiano (1906), el Santa Rosa de Sullana (1939) y el San Ignacio (1958). La universidad pública fue una iniciativa popular que el Senador Luciano Castillo Colonna convirtió en la Ley 13531 que dio partida de nacimiento a la Universidad Técnica de Piura.
De modo que nuestra universidad tiene un origen popular sus raíces se sumergen en la tierra como las de los algarrobos y los ciruelos que pueblan su Campus. Es realmente con genuino espíritu de justicia Alma Mater que provee a la sociedad de los mejores cuadros para su conducción pero también de inteligencias que conforman las planas docentes de otras universidades nuevas. Actualmente tiene catorce mil alumnos incluyendo a maestristas y doctorandos. Sumando a los 600 profesores y 650 servidores administrativos es demográficamente un distrito de Piura que poco a poco se moderniza pero enfrenta necesidades.
Una de sus necesidades es la del agua elemental y un servicio energético que garantice el crecimiento futuro. Tiene progresos notables pero estos no son suficientes si muchos de sus docentes y la totalidad de sus alumnos no cambian su forma de pensar. Creer que lo público no tiene costos y que como aquello que es público “es de todos y no es de nadie” hay que mantenerla sucia, canibalizada e inmunda. Así no se conquistan mayores progresos. Soy testigo de cómo diariamente los alumnos destrozan los mobiliarios, pintarrajean los servicios higiénicos, sustraen los pestillos y chapas de las puertas, o recortan salvajemente los libros con gillettes en la biblioteca y me sonrojo. Aunque no son todos los alumnos. Los buenos y mejores no son muchos.
Pienso que hay que perforar la conciencia de los docentes para que hablen menos y hagan más. No queremos en las aulas loros de peroratas interminables sino buscadores de la verdad insobornables que dejen la huella indeleble del buen ejemplo. No queremos maestros taimados, acosadores embozados con la psique llena de perturbaciones clínicas, sino hombres y mujeres que proclamen a viva voz sus convicciones sin temor a las presiones de los grupos de poder y a esas capellanías del favorecimiento indebido. No queremos cachueleros académicos sino personas dignas a la que de una vez por todas el Estado trate bien.
Hace poco conversaba con una de sus altas autoridades y uno de los temas tratados fue el de la identidad. Esa lealtad con lo que uno tiene y con lo que uno quiere. La universidad puede tener los mejores auditorios, laboratorios, las mejores aulas, modernos buses y comedores decorosos pero si carece de ese fuego interior contagioso e irreductible que es la búsqueda de la verdad no nos sirven de nada. Sin convicción no hay pasión y sin pasión el estudio puede ser arrogancia, la entrega obligación forzosa, y la enseñanza un embuste perfecto. Ese espíritu apasionado acompañó hace ocho siglos el nacimiento de la universidad en Europa y hace 457 años el de San Marcos primicia de América. Ese fuego fue traído a Piura por los trabajadores manuales, los obreros. No fueron los burgueses gentiles de esta tierra los que vieron hace 46 años que las personas no valen por lo que tienen sino por lo que saben. ¿Les parece poco?

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