domingo, 6 de abril de 2008

AL MAESTRO CON CARIÑO


Por Miguel Godos Curay

Pepe Estrada, sin duda, fue uno los periodistas que más asiduo trato con la cultura ha tenido en Piura. Lector empedernido, conversador ameno y maestro en todas las circunstancias ha dejado profunda huella en las nuevas generaciones de periodistas y escritores. Su ausencia tras una fecunda siembra nos recuerda que don Pepe como la semilla del algarrobo en el desierto nos deja preciados frutos. Don José fue dueño de privilegios mayores como el de una fecunda amistad aprista con Felipe Cossío del Pomar y Luis Alberto Sánchez y una gozosa admiración de incontables alumnos suyos como Javier Silva Ruete y Mario Vargas Llosa. Mario lo elevó a la cumbre de inmortal y de mentor gozoso de su obra.

El 17 de Diciembre del 2002, le fue conferido el Doctorado Honoris Causa a Vargas Llosa en la Universidad Nacional de Piura. En su discurso Vargas Llosa dijo lo siguiente. Don Pepe al borde de las lágrimas escuchaba: “A mi me ha emocionado mucho verlo, lo quiero mucho, fue también un magnifico profesor, mío y de muchas generaciones de piuranos que estoy seguro lo quieren. Lo respetan y lo veneran como yo, pero además de buen profesor José Estrada Morales fue para mi un magnifico incitador en lo que se refiere a mi vocación literaria, él me ayudó a convencer al director del San miguel, que en aquel año, durante la Semana de Piura – en la que el Colegio San Miguel ofrecía siempre a la ciudad un espectáculo. El espectáculo que ofreciera ese año 1952 fuera una obra de teatro que yo escribí y que se llamaba, el nombre me ruboriza un poco: la Huida del Inca”.

Vargas Llosa, se reía a carcajada batiente repitiendo la historia de que cada vez que era detenido por aviesos lectores en Europa que le mostraban las fotos del Hotel de Turistas de Piura como si fuera la memorable y calenturienta Casa Verde. Recordaba a su insigne maestro Don José Hipólito Estrada Morales.

Estrada Morales, fue maestro con una actitud humana noble entregada a la educación y al progreso humano. Este espíritu lo acompañó en el centenario San Miguel en donde logró progresos extraordinarios con recursos muy limitados. El fue parte de una pléyade de docentes decentes que lo dieron todo por pura pasión en tiempos en donde ni siquiera de nombre existían esos arrumacos académicos llamados maestrías y postgrados. Junto con Néstor Martos Garrido, Carlos Robles Rázuri, Federico Varillas, Jorge Moscol Urbina, Francisco Sandoval, Wilfredo Obando toda una edad de oro del humanismo piurano y regusto por la ciencia creció de modo admirable el Colegio San Miguel. Fue profesor ad-honorem de la naciente Universidad Nacional Técnica de Piura y bregó para que este sueño en la inmensidad del oasis piurano se hiciera realidad.

Para llegar a don Pepe no se necesitaba sino acercarse porque tenía siempre el don humano de atraer a los estudiantes y el alma abierta para escucharlos. Era piurano y se sentía con convicción piurano. Tenía una desaforada pasión por libros y revistas que trajeran noticias de Piura. Uno de sus mayores tesoros fue su biblioteca que donó en parte a la Universidad de Piura otra parte recorre el mundo como un recado esperanzador entre ávidos lectores. Conocimos a don José en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Piura, ahí compartía emociones con César Pacheco Vélez, Javier Cheesman, José Ramón de Dolarea catedráticos de la generación fundadora a quienes les tocó sobreponerse silenciosamente pero con puntualidad doctrinal a la dictadura de Velasco.

En la Universidad de Piura era una fuente de consulta obligada para los alumnos en pos de derroteros de piuranidad. Escribió en la página editorial de El Tiempo junto a Carlos Robles Rázuri otro estudioso de la historia y las letras piuranas. Don José fue un aliento cordial, calido y entusiasta de todas las iniciativas culturales surgidas en Piura. Fue promotor de la creación del Instituto Nacional de Cultura pero también de las iniciativas culturales de la Municipalidad de Piura como la flamante biblioteca y el museo cuando estuvo al frente de la Dirección de Cultura y Educación durante las gestiones Hilbck, Paredes, Aguilar y Cáceres.

Otra sus facetas titánicas fue la edición del Suplemento Cultural de la Revista Epoca que dirige Carmen Arguelles de Manrique y sus Cuadernos de Piuranidad sobre personajes distinguidos como Vegas Castillo, Vegas Seminario, Luis Antonio Eguiguren y López Albujar. Ultimamente publicaba en las páginas de Epoca “Cuentos de Arena” que recogían sus recuerdos y añoranzas. Gracias a la editorial de la UNP publicó su novela “A la hora del ocaso” sobre la trajinada vida marinera de Paita a quien se sintió ligado por sentimientos profundos. Los porteños lo recuerdan jugando fútbol en El Toril o disfrutando de los cebiches y picantes de “La Panameña” y doña Barbarita en el tradicional barrio de pescadores de la Punta. Con Christian Varhen, Félix Montúfar y la Hermanas Negrini, Catalina y Mina, mantuvo una permanente preocupación por la educación en Paita.

La historia le debe a Pepe Estrada el rescate de sus memorias. Con Félix Denegri Luna, al frente de la Academia Nacional de Historia hizo posible el concurso nacional que dio punto de partida a los estudios serios sobre nuestro pasado. De este concurso surgió ese trabajo pionero de Juan José Vega: “Pizarro en Piura”, cuya edición hizo posible la Municipalidad. Fue el primer ladrillo para emprendimientos posteriores. Junto con el emérito sanmarquino piurano Miguel Maticorena Estrada, su sobrino, lograron centrar el interés académico por el tópico piurano y piuranista que hoy nos brinda añorados frutos.

Su ausencia hoy nos recuerda la humana condición. Evocamos hoy su pluma fresca como esas gotas de lluvia estival que nos recuerdan la sed de los desiertos y esa caligrafía nerviosa de Dámaso Alonso que en la primera página de su ensayo: “Cuatro Poetas Españoles” anota estas líneas: “Para José Estrada Morales, alumbrador de caminos, con mucho afecto.

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