sábado, 8 de septiembre de 2007

LA CALIDAD Y LA DIGNIDAD NO ESTAN DE PLEITO


Por: Miguel Godos Curay

Fancisco de Taxis, fue un próspero comerciante procedente de Bérgamo (Italia) que hizo fortuna mediante la organización de un eficiente servicio postal en pleno siglo XV. Su familia permaneció en la actividad hasta el siglo XVIII lo que hizo del apellido “ Taxis” una marca que simboliza eficiencia en materia de traslados y acercamientos. Taxis encontramos en todo el planeta. En Cuba están a cargo de anchos Lada soviéticos. En Brasil en modernos Mercedes y en el Perú en diminutos tícos coreanos de corta vida útil y de incomodidad notoria. Subir a un taxi en Piura es un rito. Con contadas excepciones usted podría encontrarse con un conductor amable y decente. También podría viajar acompañado por un delincuente.

Los taxis que prestaban servicio en Piura, antaño, se arremolinaban en la Plaza de Armas frente al Hotel de Turistas eran autos anchos y cómodos acorde con la prosperidad algodonera. Se trataba de verdaderas “lanchas” cómodas y frescas de poderosos ocho cilindros. Los conductores eran amables señores de diálogo interminable. Piuranos de pura cepa, conocedores de todas las picanterías de Catacaos. Estos señores estaban convencidos del trato amable a sus clientes. Del respeto elemental, del decoro y el aseo personal. Recordamos a uno de ellos. Sordo como una tapia pero ingenioso. Con libreta en mano registraba la dirección y hasta ahí conducía a sus usuarios plano y brújula en mano.

En la escala de servicios de transporte público hemos retrocedido en calidad y seguridad. Del taxi cómodo y seguro hemos retrocedido a esta especie de libelulas de tres ruedas en las que la vida pende de un hilo y en donde queda al desnudo la precariedad de un servicio público. El colmo resulta la práctica irresponsable del envío de escolares sin la seguridad elemental a la escuela. Los accidentes en Piura se registran a diario.

En tiempos de la prosperidad agrícola de la hacienda los veraneantes concurrían en avioneta a Colán. Las avionetas abundaban y los piuranos eran diestros pilotos. Hoy los tiempos han cambiado. De la comodidad hemos saltado a la incomodidad. Nos hemos acostumbrado a vivir con la informalidad peligrosamente. La formalidad es percibida como un esfuerzo costoso y una perdida de tiempo pues los atajos informales favorecidos por la corrupción están a la orden.

Ese cuesta abajo de la calidad está presente en los restaurantes económicos, en las universidades que reclutan a la legión de no ingresantes, en los servicios de transporte en donde tratan a la personas igual que la carga, en los productos para el consumo humano vendidos faltos de peso y en condiciones deplorables de higiene en el mercado central. La pobreza incluso ha dado lugar a toda una serie de platillos para el hambre fugaz como las patas de pollo y toda laya de vísceras sazonadas con exageración.

En el terreno de la educación las constataciones son terribles. Hace poco el Decano de Sanidad Animal de la universidad pública me demostraba que los docentes de veterinaria de una universidad privada eran los alumnos mediocres de los que había tenido que deshacerse por flagrante ineptitud e incapacidad. Los casos son abundantes. Una práctica extendida en Piura es, por ejemplo, el robo descarado -perpetrado por funcionarios- de proyectos de saneamiento, estudios, diagnósticos y de toda información contenida en los softwares de las instituciones públicas. Información que con ligeras variaciones retorna retocada y con la que los dineros del Estado se pierden impunemente como en bolsillos rotos. Los hurtos son inimaginables pues nadie cuida los repositorios institucionales. Bastaría una simple coteja inquisitoria para descubrir que el carrusel tiene sentado sus reales en Piura y en donde la discutible impunidad hace inauditos negocios.

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