viernes, 9 de marzo de 2007

LOS CARNAVALES DE ANTAÑO

Por: Miguel Godos Curay
La vida es un carnaval lo dice a todo pulmón Celia Cruz. Las abuelas recuerdan con nostalgia los carnavales de sus tiempos en donde el abuelo provisto de antifaz debutó como empedernido amante. El Presidente Leguía jugaba carnaval y perfumaba a las guapas limeñas con chisguetazos de éter.

Serpentinas, colorido, alegría, desenfreno de las patotas del barrio, reinas, yunces, comida y abundante chicha eso era el carnaval del Bajo Piura. Sechura, Bernal, Catacaos, Vice. El Rey Momo como en los saturanales romanos presidía el jolgorio pueblerino.

¡Agua para la vieja, polvo para la hija! Repiten los abanderados de los yunces de la verde o la roja.

Los bandos se enfrentan a baldazo limpio o con pintura, betún, talco u hollín porque no hay tregua en esta singular batalla campal que iguala a autoridades y al pueblo llano. En el carnaval, las representaciones son el ejercicio del desenfado, un juego significativo en donde el poder deja transitoriamente de serlo porque todos somos iguales.

El buen cronista don Jorge Moscol Urbina (JEMU) en Mangachería Rabiosa describe los carnavales mangaches, al norte de la ciudad, con agua y serpentinas arrojadas en pleno baile. En las cintas de papel multicolores se anotaban mensajes amorosos como los que decían “Si me quieres porque no me miras” o aquel “Tengo miedo que tus ojos perforen mi corazón”.

Las “polveaderas” estaban a la orden del día. La ciudad jugaba en pleno calor al baño callejero. Dice Moscol que las desafiantes mangaches competían hasta en insólitos concursos de flatulencias “ciezo con ciezo”. Los mangaches del barrio norte combatían con los gallinaceros del barrio sur capturando banderas. Cascarones y globos iban y venían por los aires. Los despistados transeúntes eran sumergidos en barriles con agua de acequia. La ciudad se paralizaba porque el cierrapuertas era general. Desde los ventanales se contemplaba la mancha del carnaval recorriendo la ciudad como una turba irrefrenable.

La masa de los mangaches era incontenible e incluso capturaban hasta la propia Plaza de Armas. Abundaban las retretas y los bailes. Hasta el día de lectura del testamento de Ño Carnavalón con sus mandatos póstumos para todos en especial para las autoridades del pueblo todos disfrutaban de los festejos. Los carnavales duraban siete días hasta el miércoles de ceniza.

Después del desenfreno venía la piedad contrita de la cuaresma y todo retornaba a la calma. En Sechura preside las festividades San Sebastián, "Chabaquito" al que todos veneran con unción pues en su honor se levantan los "yunces" en todo el Bajo Piura. En sus ramas se cuelgan frutas coloridas, botellas de aguardiente y otras especies que despiertan el jolgorio a la hora de la tumba a golpe de hacha.

Actualmente la tradición del carnaval se vive en el Bajo Piura en donde las bandas pueblerinas recorren los pueblos; las reinas y comparsas se preparan todo el año. Los bailarines que acompañan al negro viejo y a la viuda, siguen siendo la curiosidad de todos los pueblos. Aún se interpretan las coplas y se leen los testamentos de "Ño Carnavalón" en el que se les recuerda a los alcaldes que tienen que trabajar por sus pueblos y que además tienen que ser honestos por eso en el testamento se les entrega un cortauñas filudo para cuando haya necesidad.

También se le toma el pelo en las mojigangas a los personajes de los pueblos: Al panadero que vende pildoritas de harina, al lechero que "bautiza" la leche, al sargento de policía que nunca atrapa a los pillos y al doctor descanse usted en el cielo porque no cura ninguna enfermedad.

Las fiestas de carnaval son un deleite del agua la que se pide a San Sebastián sea abundante para poder tener cosechas. El Bajo Piura mantiene vivas sus tradiciones de carnaval y anualmente desde donde se encuentren retornan sus hijos para participar en esta fiesta de genuino jolgorio popular

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