sábado, 24 de marzo de 2007

PIURA Y LAS ZAPATILLAS SUCIAS

Por: Miguel Godos Curay

Catherine Tuck, es una niña de trece años que vive en el estado de Utah cuyo insólito honor es el de poseer las zapatillas más apestosas de los Estados Unidos, lo que en efecto demostró, al colocar al borde del desmayo a uno de los jueces convocados en este concurso para medir la pestilencia del calzado juvenil. Según refiere la nota esta es la 32º versión del Concurso Nacional de Zapatillas Putrefactas convocado por una marca de productos para la higiene de los pies.

Las zapatillas se han convertido en el signo de la moda y rebeldía juvenil y las hay de todo precio. Desde las “bambas” que imitan marcas prestigiadas hasta las genuinas con las que los adolescentes presumidos demuestran que tienen papás consentidores dispuestos a decorarle los pies con 200 a 300 dólares. Pocos padres realmente advierten que un par de zapatillas costosas puede convertir a sus hijos en un blanco perfecto de los pandilleros. En Piura no son uno ni dos ni tres los asesinatos perpetrados por un par de zapatillas. Tampoco no son pocos los niños y niñas despojados de sus prendas deportivas por delincuentes avezados que merodean por los colegios en donde las zapatillas caras abundan.

El uso continuado de las zapatillas, en temperaturas y suelos soleados por encima de los 35 a 38 grados, como sucede en Piura convierte en sopa de sudor y de pezuña esta práctica exhibicionista poco higiénica. El uso de las zapatillas, no es nuevo, antes se empleaban alpargatas de yute azul que usaban los estibadores porteños y que resultaban cómodas, saludables y garantizaban una adecuada ventilación de los pies. Higiénicas, por eso, resultaban las viejas zapatillas de lona que los colegiales de antaño lavaban con escobilla después de las prácticas deportivas. Las zapatillas sucias eran entonces una inocultable señal de poco cuidado personal.

Hoy el uso de fibras sintéticas en la mayor parte de estas zapatillas brillosas, coloridas y sin respiro las convierte en un húmedo almácigo de hongos podales tan abundantes en estos adolescentes de uñas largas, arete oxidado en la orejita, pantalón descolgado a la cadera y zapatillas pestilentes. Existe una asociación entre el desaseo y la pezuña.

Pezuña o pesuña viene del latín “pedis ungula” que significa “uña de pie”. Pesuños son los dedos cubiertos por las uñas en las patas de los animales. En el Perú Chile y Argentina:“pezuña”, anota Martha Hildebrandt, tiene el sentido figurado de suciedad acumulada entre los dedos de los pies y el mal olor que ella produce. Pezuñento, es en efecto el asqueroso que nos mortifica con ese hedor descompuesto.

En el norte y entre la tropa de los cuarteles cuando se habla de pécora ( cabeza de ganado lanar) se alude a la pezuña y a los pezuñentos. La pezuña es también el aroma de las cuadras de los cuarteles poco limpios. En 1895, anota José Gálvez, se decía que los tres aromas que debían trascender del soldado empezaban con la letra P : Pisco, Pólvora y Pezuña. Por eso los redomados vagos entonaban esa cancioncilla jocosa que decía: “ Ay… mama Inés…Ay mama Inés a Sánchez Cerro le apestan los pies”.
La pezuña tiene sus matices fulminantes. La pécora, advierte Clemente Palma, hiere el olfato de golpe. La “trepadora” empieza leve pero acrecienta su intensidad como si fuera trepando hasta embotar el olfato. El poeta Terralla y Landa refiere que en Lima la peor desgracia que podía acontecerle a una coquetona limeña era encontrarse con un “chapetón pezuñento”, Una vieja copla a la guisa decía: “ Gallinazo se fue al río/ con su peine y su jabón/ a lavarse la pezuña/ creyendo que era español”.

Piura, tiene ese aroma de zapatilla sucia y putrefacta. El hedor se ha posesionado del frontis del Municipio, de la Plaza de Armas, del ovalo Grau, del Mercado y de todos los rincones en donde resulta insoportable este vaho descompuesto que pasa inadvertido para los que mandan y para los que soportan este modo tan precario de hacer las cosas. De haber un concurso de ciudades putrefactas y sucias, no cabe duda, tendríamos un honroso primer puesto.

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