Una
biblioteca concurrida con multiplicidad de horarios es una catedral viva del
conocimiento. Ahí viven y disfrutan los estudiantes con ambientes adecuados
para el estudio. Los empleados cooperan con todos ellos para hacer el mejor uso
de los libros y colecciones. La biblioteca necesita silencio, ventilación y
adecuada iluminación para los que estudian. Ahí la vida universitaria
transcurre apacible como parte de la vieja tradición intelectual de occidente.
Los
ordenadores, la pc y laptop son valiosas herramientas pero no son sustitutos de
los libros. Los libros tienen vida propia, son maestros que hablan directamente
a las inteligencias y sin intermediarios. Los buenos maestros aman los libros y
los comparten. Los estudiosos los fichan en busca de sus significaciones profundas.
Los indiferentes los tratan como carga
pesada para regocijo de sus sobacos. No los abren. No los leen y cuando los
hurtan los venden en los mercados.
Pero hay también esos acopiadores de libros
que nunca leen y sólo los adquieren para satisfacer su egolatría y vanidad.
Como no leen no están enterados de lo que dicen sumergidos en una pereza
intelectual plagada de bostezos y presunciones. Tampoco permiten que otros lean y los libros sufren en su soledad a la
espera de lectores adoptivos que los usen y los amen. Son coleccionistas de
autores nunca leídos, alcanforados y con los bolsillos llenos de naftalina. Los
conoceréis por sus uñas largas para
levantar en un santiamén un libro que los tienta. Otros los piden, porque a su
labia y entender, les hace tanta falta. Estos son ratas de biblioteca
disfrazadas con cuello y corbata. Son una amenaza para las universidades. Hablan mucho de los libros que tienen pero
nunca de los conocimientos que han aprendido.
La universidad tiene que leer a
cada instante y motivar a los alumnos para que lean. Si los docentes no leen la
misma actitud asumirán los estudiantes. Arrastrados por sus celulares y el
síncope de la comunicación por Facebook. Ahí en donde hay mala ortografía se
practica poca lectura. La universidad en todas sus acciones tiene que ser
consecuente con su prédica. No tendría sentido una universidad ecológica en la
que los estudiantes se movilizan en
buses y autos que contaminan cuando bien podrían utilizar las bicicletas. En
Asia y Europa la bicicleta es el ejercicio saludable de los jóvenes
universitarios.
Aquí la comodidad y el facilismo abultan el vientre obeso y las
ancas pronunicadas de los que se resisten a caminar y a usar la bicicleta. La
universidad y la bicicleta son amigas, se complementan porque están hechas para
la vida sana y saludable. Una universidad que valora sus áreas verdes, las
cuida, las preserva y las mantiene. No las destruye, la naturaleza no se
condice con el cemento que ni siquiera permite respirar a la tierra. Los
árboles oxigenan a los cerebros que piensan, atraen a las aves migratorias que
anidan en sus ramas. En los espacios verdes no se regodean las aves y los
reptiles. Newton intuitivamente descubrió la teoría de la gravedad al caer una manzana cuando reposaba en un jardín.
La universidad es orden y se opone al desorden y al caos. A perder el tiempo
con vicios inconfesables, la timba y el vaho de la marihuana. Ahí donde
permitimos que los malos y deshonestos aniden abrimos las puertas para el
desaliento y el fracaso de los que destruyen el mobiliario porque los estúpidos creen que los bienes del Estado
no se cuidan. Tras el desplome del estado de bienestar en Europa sabemos que
todo tiene un costo y la peor consecuencia de tener estudiantes mediocres es la
de incorporar al paisaje de la vida académica a los desmejorados y a quienes
ingresaron a la universidad como remedio
consuelo proyectando la imagen de un academia que convive con los de cerebro
desnutrido y que de alguna forma u otra parasitan las aulas de manera insoportable.
La
universidad tampoco puede acoger a todos. Y las universidades que acogen a los
no ingresantes de las universidades públicas funcionan más con el objetivo de
un negocio altamente rentable en donde
los clientes no soportan la
exigencia del estudio y el esfuerzo. A largo plazo esa negligente actitud tiene
un costo social enorme. Algo así como entregar brevetes de conductor a quienes
no conocen las elementales normas de tránsito y pueden atropellar a la propia
sociedad con sus ex acciones. Un universitario requiere una formación integral
que se exprese en el dominio de idiomas y en los buenos modales que lo instalan
sin frustración en una sociedad que demanda de ellos con denuedo. Una
universidad de resentidos que ejercitan la crítica desde el rincón de las
ánimas no sirve nada. No puede exigir democracia el que no la práctica. No
pueden pedir decencia los corruptos, los favorecidos, los que medran y los
lameculos. Definitivamente no. La universidad requiere inteligencias y
espíritus sensibles a todas las expresiones de la cultura y el arte. La
universidad no puede preciarse de inteligencias cerradas al arte y la belleza. La
universidad no puede preciarse de inteligencias cerradas al arte y la belleza.
A los obtusos y cacasenos.
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