lunes, 16 de septiembre de 2013


LA FABULA PIURANA
Por: Miguel Godos Curay

Piura, gastronomía mágica para fidelizar clientes
Los piuranos son grandes fabuladores y conversadores de subyugantes historias interminables.  El otro día me contaron la increíble historia de una conocida picantera que para mantener la fidelidad de sus clientes se frotaba en las partes húmedas de su cuerpo los filetes de pescado  con los que preparaba cebiche como rito cotidiano. El resultado era una clientela sostenida  con la magia de sus aderezos y sazón. Los clientes la seguían atraídos por  sus encantos y pezpitería. En Catacaos, repiten como si fuera una indestructible tradición que la mejor chicha se cuela en calzón de vieja. Otros añaden sutiles menjurjes para  seducir el paladar. Es muy extendida la costumbre de dar agua lamida por un perro a las vergonzosas y tímidas. Los niños del campo creen que la legaña de burro permite divisar a las criaturas invisibles de la noche. Y trozos de alumbre frotados en el cuerpo de un niño con malestar descubren las causas de su mal.
Los piuranos son crédulos y fervorosos de las ánimas y extienden un inagotable fervor a los difuntos. No hay carretera que no tenga túmulos y cruces en memoria de un muerto. Camino a Morropón los camioneros se detienen a colocar flores y velas al soldado desconocido. Es un ánima protectora acompañada siempre de velas encendidas, flores y oraciones. En Chulucanas, el nicho de la turquita es el lugar favorito de los que padecen mal de amores. Por ello en tacitas  con arena colocan cigarrillos encendidos la favorita delicia de esta difunta venida de la lejana Hungría pero muerta en desconocidas circunstancias en Chulucanas. Los lunes concurren los devotos con pedidos tan insólitos como el retorno del ser amado. Otros piden por el hijo desaprobado y otros por una chambita que dure.

Los pastores del desierto de Sechura refieren historias mágicas y portentosas de hechiceras que atraviesan los médanos en raudo vuelo. Así un arriero que tomó prestada una acémila para llegar a la carretera se topó con una hermosa lechuza que le recordó que debía dejar a la bestia en su lugar. Si usted no lo cree en el despoblado las lechuzas hablan, cantan y ríen. Las formas que asumen en sus ritos de hechicería los brujos y brujas renombradas están las de puerco o pato. En ambos casos la forma animal disimula un rapto de hechicería. Numerosas son las historias que refieren que la chancha cautiva repetía a viva voz- “No me vaya a matar compadrito”. O el pato que confesó no lo conviertan en carne para la olla.
Allá por Lancones y Marcavelica se repite la historia del niñito llorón abandonado en el campo al que un alma caritativa recoge y abriga colocándolo junto a su pecho. Ante lo cual la indefensa criatura asume su personalidad diabólica apretando el cuello a su eventual salvador. Dicen que el diablillo se dirige  a su protector con la siguiente frase: “Tiito mírame el diente”. La mirada descubre finalmente que la endemoniada criatura despide una bocanada de fuego. Por ello los arrieros acostumbran llevar una puñaleta de acero o una cruz de plata de nueve décimos. Estos son los antídotos para estas formas insospechadas del maligno.

Otra legión interminable de curiosos se consagran a la busca de entierros y tesoros. En los tiempos en que los bancos no existían  los afortunados guardaban bajo tierra su riqueza. Estos tesoros, en muchos casos,  por deseo expreso de sus dueños no fueron revelados y aún permanecen bajo tierra. De ello se ocupan curiosos en pos de almas generosas que quieran ganar en el cielo entregando lo que amasaron en la tierra. El piurano cree que hay casas pesadas en las que se siente la intervención de una fuerza desconocida. Para ello pertrechados de un frasquito de azogue lo arrojan  al suelo siguiendo su itinerario al lugar donde se detiene en donde presuntamente está oculto el tesoro. No hay rincón en alguna vieja casona en donde  se sospeche de un entierro o un tesoro oculto.
Sánchez Cerro, refieren, era muy proclive a las adivinaciones, los sueños y la cartomancia. El percance que acabó con su vida se debió a que su excelencia desoyó las recomendaciones que oportunamente le hicieron  los curiosos piuranos. En Paita, por ejemplo, el célebre médico don Federico Gallup seguía recetando después de muerto en base a sus conexiones desde ultratumba con un farmacéutico amigo. Cuando los ecógrafos no existían las viejas parteras monitoreaban el trabajo de parto con un trajinado cuadro de San Ramón Nonato. El cuadro se movía dependiendo de la disposición de la criatura, de pies o de cabeza. Finalmente la partera bautizaba con el agua del socorro a la criatura con un nombre del santoral. No existía aún el exotismo grotesco de nombres tan raros que no guardan correspondencia con santo protector. En Piura flotan las tradiciones, los presentimientos, los sueños y la interpretación de cada gesto de la naturaleza. Todo este mundo mágico flota en las creencias y en el pensamiento mítico de los pobladores sumergidos en creencias y supersticiones como la de cruzar los dedos para que nuevamente no fallemos en la elección de nuestras autoridades.

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