LA
FABULA PIURANA
Por:
Miguel Godos CurayPiura, gastronomía mágica para fidelizar clientes |
Los piuranos son grandes
fabuladores y conversadores de subyugantes historias interminables. El otro día me contaron la increíble historia
de una conocida picantera que para mantener la fidelidad de sus clientes se
frotaba en las partes húmedas de su cuerpo los filetes de pescado con los que preparaba cebiche como rito
cotidiano. El resultado era una clientela sostenida con la magia de sus aderezos y sazón. Los clientes
la seguían atraídos por sus encantos y
pezpitería. En Catacaos, repiten como si fuera una indestructible tradición que
la mejor chicha se cuela en calzón de vieja. Otros añaden sutiles menjurjes
para seducir el paladar. Es muy
extendida la costumbre de dar agua lamida por un perro a las vergonzosas y
tímidas. Los niños del campo creen que la legaña de burro permite divisar a las
criaturas invisibles de la noche. Y trozos de alumbre frotados en el cuerpo de
un niño con malestar descubren las causas de su mal.
Los piuranos son
crédulos y fervorosos de las ánimas y extienden un inagotable fervor a los
difuntos. No hay carretera que no tenga túmulos y cruces en memoria de un muerto.
Camino a Morropón los camioneros se detienen a colocar flores y velas al
soldado desconocido. Es un ánima protectora acompañada siempre de velas
encendidas, flores y oraciones. En Chulucanas, el nicho de la turquita es el
lugar favorito de los que padecen mal de amores. Por ello en tacitas con arena colocan cigarrillos encendidos la
favorita delicia de esta difunta venida de la lejana Hungría pero muerta en
desconocidas circunstancias en Chulucanas. Los lunes concurren los devotos con
pedidos tan insólitos como el retorno del ser amado. Otros piden por el hijo
desaprobado y otros por una chambita que dure.
Los pastores del
desierto de Sechura refieren historias mágicas y portentosas de hechiceras que
atraviesan los médanos en raudo vuelo. Así un arriero que tomó prestada una
acémila para llegar a la carretera se topó con una hermosa lechuza que le
recordó que debía dejar a la bestia en su lugar. Si usted no lo cree en el
despoblado las lechuzas hablan, cantan y ríen. Las formas que asumen en sus
ritos de hechicería los brujos y brujas renombradas están las de puerco o pato.
En ambos casos la forma animal disimula un rapto de hechicería. Numerosas son
las historias que refieren que la chancha cautiva repetía a viva voz- “No me
vaya a matar compadrito”. O el pato que confesó no lo conviertan en carne para
la olla.
Allá por Lancones y
Marcavelica se repite la historia del niñito llorón abandonado en el campo al
que un alma caritativa recoge y abriga colocándolo junto a su pecho. Ante lo
cual la indefensa criatura asume su personalidad diabólica apretando el cuello
a su eventual salvador. Dicen que el diablillo se dirige a su protector con la siguiente frase: “Tiito
mírame el diente”. La mirada descubre finalmente que la endemoniada criatura
despide una bocanada de fuego. Por ello los arrieros acostumbran llevar una
puñaleta de acero o una cruz de plata de nueve décimos. Estos son los antídotos
para estas formas insospechadas del maligno.
Otra legión interminable
de curiosos se consagran a la busca de entierros y tesoros. En los tiempos en
que los bancos no existían los
afortunados guardaban bajo tierra su riqueza. Estos tesoros, en muchos casos, por deseo expreso de sus dueños no fueron
revelados y aún permanecen bajo tierra. De ello se ocupan curiosos en pos de
almas generosas que quieran ganar en el cielo entregando lo que amasaron en la
tierra. El piurano cree que hay casas pesadas en las que se siente la
intervención de una fuerza desconocida. Para ello pertrechados de un frasquito
de azogue lo arrojan al suelo siguiendo
su itinerario al lugar donde se detiene en donde presuntamente está oculto el
tesoro. No hay rincón en alguna vieja casona en donde se sospeche de un entierro o un tesoro
oculto.
Sánchez Cerro, refieren,
era muy proclive a las adivinaciones, los sueños y la cartomancia. El percance
que acabó con su vida se debió a que su excelencia desoyó las recomendaciones
que oportunamente le hicieron los
curiosos piuranos. En Paita, por ejemplo, el célebre médico don Federico Gallup
seguía recetando después de muerto en base a sus conexiones desde ultratumba
con un farmacéutico amigo. Cuando los ecógrafos no existían las viejas parteras
monitoreaban el trabajo de parto con un trajinado cuadro de San Ramón Nonato.
El cuadro se movía dependiendo de la disposición de la criatura, de pies o de
cabeza. Finalmente la partera bautizaba con el agua del socorro a la criatura
con un nombre del santoral. No existía aún el exotismo grotesco de nombres tan
raros que no guardan correspondencia con santo protector. En Piura flotan las
tradiciones, los presentimientos, los sueños y la interpretación de cada gesto
de la naturaleza. Todo este mundo mágico flota en las creencias y en el
pensamiento mítico de los pobladores sumergidos en creencias y supersticiones
como la de cruzar los dedos para que nuevamente no fallemos en la elección de
nuestras autoridades.
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