LA LUZ DE LA FE ENTRE
NOSOTROS
Por: Miguel Godos
Curay
Papa Francisco,advierte,Cristo es la luz en las tinieblas |
La
encíclica Lumen Fidei (Luz de la fe) es una mirada erudita y profundamente
filosófica sobre la historia de la salvación. El texto firmado por Francisco es
también suscrito por Benedicto XVI. Pese a su brevedad el texto es rico en citas y profundidad
teológica. Si Cristo es la luz inagotable, el espacio iluminado por la fe es el territorio de la confianza en Dios. Los
primeros cristianos llamaron a Jesús el verdadero sol. Ese mismo sentimiento
tenían los alcaldes indios y los devotos en la festividad del Corpus Chiristi
en el Cuzco mestizo. Recuerda la encíclica aquellos acápites de la Divina
Comedia donde Dante hace profesión de fe y la misma brilla como una chispa. Ser
cristiano es vivir con intensidad ese fuego que incendia el mundo y la
existencia toda. Lo opuesto es tiniebla, la oscuridad y el abismo.
La
ceguera existencial es un mal que consume al hombre contemporáneo. Quien vive
cerrado a la posibilidad de la trascendencia no vislumbra futuro. El
materialismo, el existencialismo, el hedonismo, la fundación de una comunidad
humana despojada de solidaridad y valores. Nos deja abandonados sin esperanza.
La esperanza no es simplemente la luz al final del túnel. Sino esa posibilidad
humana que surgida de la caridad y la justicia mejora a los hombres y los rescata del reduccionismo
salvaje del materialismo.
El
sentido profundo de la palabra fieles nos conduce a una lealtad y a una
fidelidad que desborda lo puramente humano. Sostiene el texto que la fe es como
esa luz que asoma por los vitrales de las catedrales góticas. La tentación de
la incredulidad es como el gusano de la desconfianza que penetra en las
sociedades, en las organizaciones y en el seno de las familias. La desconfianza
es corrosiva y destructiva. No es posible sostener la fe en la mentira, ni en
la duda.
Cristo,
advierte, es testimonio veraz, fehaciente, es como la confianza que depositamos
en el arquitecto que construye la casa, el abogado que nos defiende en los
tribunales. Cuando el hombre se aleja de Dios con la certeza equivocada que se
encontrara a sí mismo se precipita hacia el fracaso y a la miseria. La
proximidad a Jesús exige la condición filial del amor, pero un amor participado
que camina al encuentro de los pobres, los desvalidos, los que son presa de la
injusticia.
San
Pablo por ello invoca la humildad frente al orgullo altanero. En la entrega a
los demás encontramos el sentido de nuestro propio ser. La fe operante es la
que anuncia a Jesús y lo comparte en genuino sentido de comunión y solidaridad.
La fe está vinculada a la verdad. El mundo vive una crisis de verdad. En un
mundo que alcanza enormes progresos materiales nos hemos acostumbrado a aceptar la “verdad
tecnológica” aquella que construye el hombre con su ciencia. Esta verdad en
apariencia opulenta no lo es todo ni explica las inquietantes interrogantes del
hombre. La falacia del progreso no aclara las crisis que sacuden el mundo.
Para
San Pablo con el corazón se cree, es el centro donde se entrelazan esas dos
dimensiones del hombre: el entendimiento, la capacidad de conocer y la
voluntad, esa capacidad de querer. Con esa misma potencia se proyecta hacia el
amor y la verdad. Como señala Ludwig Wittgenstein existe una conexión entre fe
y certeza, entre fe y verdad, entre fe y realidad. Por eso la fe y la razón se
refuerzan mutuamente como postulaba Juan Pablo II. Nuestra fe, la fe de nuestro
pueblo es como esa llama que enciende otra llama. Un cirio que enciende a otro
como en esos mosaicos iluminados en
donde resplandece la fe de nuestro pueblo. Sin duda, todo ese camino es posible
con el auxilio de María a quien invocamos como intercesora en este peregrinaje
en busca de la verdad.
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