lunes, 8 de julio de 2013



LA LUZ DE LA FE ENTRE NOSOTROS
Por: Miguel Godos Curay

Papa Francisco,advierte,Cristo es la luz en las tinieblas
La encíclica Lumen Fidei (Luz de la fe) es una mirada erudita y profundamente filosófica sobre la historia de la salvación. El texto firmado por Francisco es también suscrito por Benedicto XVI. Pese a su brevedad  el texto es rico en citas y profundidad teológica. Si Cristo es la luz inagotable, el espacio iluminado por la fe  es el territorio de la confianza en Dios. Los primeros cristianos llamaron a Jesús el verdadero sol. Ese mismo sentimiento tenían los alcaldes indios y los devotos en la festividad del Corpus Chiristi en el Cuzco mestizo. Recuerda la encíclica aquellos acápites de la Divina Comedia donde Dante hace profesión de fe y la misma brilla como una chispa. Ser cristiano es vivir con intensidad ese fuego que incendia el mundo y la existencia toda. Lo opuesto es tiniebla, la oscuridad y el abismo.

La ceguera existencial es un mal que consume al hombre contemporáneo. Quien vive cerrado a la posibilidad de la trascendencia no vislumbra futuro. El materialismo, el existencialismo, el hedonismo, la fundación de una comunidad humana despojada de solidaridad y valores. Nos deja abandonados sin esperanza. La esperanza no es simplemente la luz al final del túnel. Sino esa posibilidad humana que surgida de la caridad y la justicia mejora  a los hombres y los rescata del reduccionismo salvaje del materialismo.

El sentido profundo de la palabra fieles nos conduce a una lealtad y a una fidelidad que desborda lo puramente humano. Sostiene el texto que la fe es como esa luz que asoma por los vitrales de las catedrales góticas. La tentación de la incredulidad es como el gusano de la desconfianza que penetra en las sociedades, en las organizaciones y en el seno de las familias. La desconfianza es corrosiva y destructiva. No es posible sostener la fe en la mentira, ni en la duda.

Cristo, advierte, es testimonio veraz, fehaciente, es como la confianza que depositamos en el arquitecto que construye la casa, el abogado que nos defiende en los tribunales. Cuando el hombre se aleja de Dios con la certeza equivocada que se encontrara a sí mismo se precipita hacia el fracaso y a la miseria. La proximidad a Jesús exige la condición filial del amor, pero un amor participado que camina al encuentro de los pobres, los desvalidos, los que son presa de la injusticia.

San Pablo por ello invoca la humildad frente al orgullo altanero. En la entrega a los demás encontramos el sentido de nuestro propio ser. La fe operante es la que anuncia a Jesús y lo comparte en genuino sentido de comunión y solidaridad. La fe está vinculada a la verdad. El mundo vive una crisis de verdad. En un mundo que alcanza enormes progresos materiales nos  hemos acostumbrado a aceptar la “verdad tecnológica” aquella que construye el hombre con su ciencia. Esta verdad en apariencia opulenta no lo es todo ni explica las inquietantes interrogantes del hombre. La falacia del progreso no aclara las crisis que sacuden el mundo.

Para San Pablo con el corazón se cree, es el centro donde se entrelazan esas dos dimensiones del hombre: el entendimiento, la capacidad de conocer y la voluntad, esa capacidad de querer. Con esa misma potencia se proyecta hacia el amor y la verdad. Como señala Ludwig Wittgenstein existe una conexión entre fe y certeza, entre fe y verdad, entre fe y realidad. Por eso la fe y la razón se refuerzan mutuamente como postulaba Juan Pablo II. Nuestra fe, la fe de nuestro pueblo es como esa llama que enciende otra llama. Un cirio que enciende a otro como en esos mosaicos  iluminados en donde resplandece la fe de nuestro pueblo. Sin duda, todo ese camino es posible con el auxilio de María a quien invocamos como intercesora en este peregrinaje en busca de la verdad.
 

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